Sorprende que en las propuestas para “construir la Colombia que soñamos” del hoy presidente electo Iván Duque, la atención a la primera infancia tenga limitado alcance
Mucho esfuerzo hizo Colombia durante los últimos 16 años para contar con una política pública destinada a la primera infancia que es hoy parte de los aciertos del país en favor de su niñez. Los empeños por esta construcción provienen de los dos periodos de Álvaro Uribe, recibieron el aporte de entidades de la sociedad civil, organismos multilaterales, expertos internacionales y se proyectaron con mayor energía en los 8 años de Juan Manuel Santos con el programa “De Cero a Siempre”.
Sorprende, sin embargo, que en las propuestas para “construir la Colombia que soñamos” del hoy presidente electo Iván Duque, la atención a la primera infancia tenga limitado alcance. Se la menciona cuando se trata de la calidad nutricional, como “base para preparar a los niños para el aprendizaje.” La segunda referencia enfatiza que “la educación preescolar se centrará en el desarrollo de capacidades cognitivas y no cognitivas de los niños” y la tercera anota que “la educación preescolar se centrará también en el desarrollo de capacidades.” En estas formulaciones para la construcción de la Colombia soñada no se recoge el desarrollo integral de la primera infancia y si partes de él. Es como si la futura administración de Medellín dejara de lado el programa Buen Comienzo y se concentrara únicamente en nutrición, preescuela y desarrollo de capacidades. Esperemos que estas propuestas, tal como están elaboradas, no provengan de la intención de omitir toda referencia a prioridades del gobierno Santos.
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La política integral para la primera infancia no es un asunto de preferencias políticas. El conocimiento universal alcanzado en esta materia destaca el papel decisivo de los primeros años en la vida de todo ser humano. Esta fase no se limita a la prelectura o la preescritura. Comprende mucho más e incluye, con criterio interdisciplinario, la preconcepción, la gestación, el nacimiento, la lactancia, el periodo preescolar y parte de la educación primaria. Reconociendo como actores de primera línea, en estas etapas, a las familias, el entorno comunitario y, desde luego, al Estado, llamado a aportar las políticas y programas capaces de contribuir a que todos los niños involucrados puedan desarrollar al máximo su potencial.
Por muchos años el enfoque de la acción estatal estuvo centrado en asegurar la gestación y el parto, evitar la muerte temprana y la desnutrición, vacunar al niño, vigilar su crecimiento y desarrollo y prepararlo para la escuela. Ese conjunto de circunstancias profundamente interconectadas fue segmentado y los entes públicos se ocuparon de ellas tratándolas casi como unidades independientes.
Reconocida la importancia del manejo integral de estos episodios de la vida humana, los gobiernos se dieron a la tarea de diseñar estrategias capaces de entrelazar tal secuencia de circunstancias propias de los primeros años y aparecieron los programas de desarrollo infantil temprano integrado. Buen Comienzo en Medellín, iniciado en 2004, ejemplifica bien esta óptica traducida a la acción municipal y 14 años después ahí están los resultados positivos.
Los escritos del Premio Nóbel de Economía (2000), James Heckman, reforzaron ese pensamiento y atrajeron la atención de muchos gobiernos, Colombia incluida, al alertar sobre la importancia de invertir en el manejo infantil integral por su impacto en el desarrollo económico de las naciones.
Las anteriores son conquistas del conocimiento y hacen parte de la óptica universal recomendada para la implementación de acciones encaminadas a la niñez durante sus primeros 8 años de vida. Es un asunto por encima de contingencias de la política, así como sucede con los hallazgos sobre el cambio climático. Mal haría el futuro gobierno colombiano si no recoge lo construido, ni prioriza la atención a la primera infancia dándole la continuidad que familias y comunidades de todo el país esperan.