En el encuentro civilizado surgen los grandes cambios que benefician la humanidad. Hay que revisar las tesis del adversario para perfeccionar las propias.
Definitivamente, hemos ido perdiendo los colombianos el sentido de la honorabilidad. Tal vez se necesita volver a la escuela de los sesenta, setenta y ochenta, en los que era posible discutir ideas diametralmente opuestas, sin llegar a las manos o a los oprobios. En nuestra Alma Mater, por ejemplo, convivimos los llamados de izquierda con el resto del mundo en una camaradería que permitió que al final esos señalados como peligrosos por sus ideas de cambio, encajaran perfectamente en modelos opuestos a sus creencias de entonces.
La gente de hoy, la que aspira a los puestos y dignidades del país, tiene que aprender a perder con la dignidad de la caballerosidad. No es fácil asumir la derrota con la clase que se adquiere con la buena crianza y el buen ejemplo. No importa el grado de educación que se tenga, la convivencia con las ideas ajenas es una construcción continua, diaria, inculcándole a la gente desde la primera edad que no todos pensamos igual y que en el encuentro civilizado surgen los grandes cambios que benefician la humanidad. Hay que revisar las tesis del adversario para perfeccionar las propias.
Es frecuente, y hasta elogiado por muchos, que alguien que no obtuvo lo que quería en una administración, vuelque todo su odio contra el de nuevo elegido. Es el síndrome del sufrimiento por la pérdida de oportunidades de gabelas, de la desaparición del estado corrupto del que pudiera lucrarse. Se ha vuelto de cotidiana ocurrencia que quien pierde o va perdiendo unas elecciones, ocupe toda su capacidad intelectual, poca o mucha, en perseguir y desprestigiar al vencedor con campañas que van desde colgar pendones y pasacalles ofensivos, hasta iniciar y fomentar campañas de desprestigio utilizando las redes sociales.
El turno les tocó a nuestros gobernador y alcalde. Las campañas en su contra, las encarnizadas críticas por la toma de una medida que protege una de las instituciones más queridas, las objeciones a los nombramientos que han hecho, y el mero resentimiento, los han perseguido en los seis meses que recién cumplen al frente de sus administraciones. Al gobernador le han caído las peores acciones: unas investigaciones mal orientadas, en las que ningún argumento ni prueba obran en su favor, que parecen estar orientadas a hacerle daño, y difamaciones de todo tipo, lo tienen alejado del cargo para el que lo elegimos.
Afortunadamente la gente está comenzando a entender lo que realmente está pasando. Las encuestas de la última semana dan a entender que confiamos en nuestros mandatarios, que la ola horrorosa de ignominia no cala entre los gobernados. Antioquia tiene a los mandatarios más perseguidos de Colombia, pero esos precisamente son los mejores del país. La oposición irracional de algunos debe entender que los políticos se deben al bien generalizado y no a los intereses particulares. Deben entender que la aceptación de nuestros actuales gobernantes es una nueva derrota para ellos.