La verdad siempre es ocasión de disputas entre quienes quieren instaurarla como una verdad dogmática a su favor y aquellos que saben de antemano que nadie puede lavarse las manos ante crímenes de uno y otro bando que deben aceptarse para que sea posible la reconciliación.
Acaba de morir Santos Juliá uno de los grandes historiadores españoles actuales y cuya obra sobre la llamada Transición hacia la democracia es ejemplar por la manera con que, sin caer en parcializaciones políticas, lo que sólo se logra mediante la reflexión de los hechos, nos va mostrando lo que supuso desmontar el tinglado levantado por una férrea dictadura e ir introduciendo una idea vital de democracia en una ciudadanía acostumbrada simplemente a vegetar sin la necesidad de la crítica ni de la discrepancia política. Después de la guerra civil los relatos de los triunfadores habían borrado prácticamente la referencia a los grandes logros de la República, al magisterio de los grandes pensadores sustituidos en los textos de estudio por mediocres profesores al servicio del Régimen. La idea dinámica de democracia en la Transición estaba fundamentada en la idea decisiva de recuperar la vocación europea como vocación de libertad, como reconocimiento de herencias vivas del pensamiento occidental, herencia que el franquismo había evitado introducir en sus pénsum universitarios siguiendo la dañina idea de diferenciar entre ortodoxos y herejes. ¿Cómo, entonces, construir una democracia en una España invertebrada? ¿Cómo devolver al ciudadano una idea de España que no fuera la de un nacionalismo a ultranza o la del comunismo? ¿Cómo sobreponerse a las ataduras de los fatalismos de la ignorancia y el hambre campos abonados al fanatismo y cómo plantear la emancipación de esa ignorancia, la recuperación de la cultura, un nuevo proyecto de país? La verdad siempre es ocasión de disputas entre quienes quieren instaurarla como una verdad dogmática a su favor y aquellos que saben de antemano que nadie puede lavarse las manos ante crímenes de uno y otro bando que deben aceptarse para que sea posible la reconciliación. Recordar las matanzas de la postguerra del ejército franquista exigía reconocer igualmente las matanzas de los republicanos, sobre todo de las checas que en jornadas de terror asesinaron despiadadamente más de once mil civiles, sacerdotes, monjas sólo por el hecho de ser católicos. Hugh Thomas, ya había intentado dar una objetiva descripción de lo que supuso este horror pero hoy las verdades siguen aflorando y es necesario enfrentarlas para que la tolerancia mutua no desaparezca. ¿No es ésta la verdadera tarea del historiador al adentrarse en los hechos desde la vivencia de quienes padecieron esos hechos? Volvemos desde el qué es España hoy al qué es Colombia hoy ya que en Colombia se ha intensificado la guerra de relatos en el periodismo, en el arte a través de unos idiotas útiles al servicio de estas falsificaciones de manera que el problema de la verdad aparece erróneamente planteado como una disputa política cuando es un problema humano o sea la historia del sufrimiento, de la abnegación, del peligro de que aún un proyecto totalitario nos sea impuesto por una minoría mediante las técnicas de la coacción mediática. La memoria colectiva no existe y esta es la trampa de los radicales para desvirtuar la verdad mientras la Historia que escribe el verdadero historiador convierte ese pasado abstracto en un presente que nos interroga, en una verdad que se desvela: ¿A qué país nos referimos? “Los colombianos, decía Fernando González, mueren huérfanos de realidad” Pensar no ha sido una virtud nuestra y quien ha pensado entre nosotros ha tenido que vivir en el exilio interior o sencillamente marcharse. A esto apunta el hecho de que no se esté dando la Transición hacia la democracia con unas Farc que juega al equívoco y la ambigüedad – como lo pone de presente su encuentro en el Foro de Sao Paulo con Santrich, Romaña, Márquez y ahora en la Habana con el Eln- contando con la colaboración estratégica de idiotas útiles e infiltrados en los medios de comunicación, en el Congreso, con la absurda negligencia de la clase política y un Gobierno que no ha logrado entender que la defensa de la democracia requiere de la fuerza necesaria para defenderla de aquellos enemigos que hoy pretenden destruirla a base de soterradas componendas.