En algún recital de poemas (en Envigado, creo que fue), compartí atril con Pedro Arturo Estrada, y comprobé en su respiración y en sus palabras, que cumplía a cabalidad con su deber “de abrir sus dones a todos”.
Debemos darle gracias a la vida, por todas las cosas que lo hacen sentir a uno vivo, valga decir, alegre, desgraciado, afortunado, amado, y hasta vilipendiado. Todo lo que a uno lo construye, es parte de la vida. En la vida está la poesía. Cada paso que se da, cada mirada, cada suspiro, cada alegría, cada dolor, es una lectura que se hace de la vida,…y que hace al poeta; y es por esto que el poeta afirma, de manera vehemente y responsable: “Si hay un deber ser desde la poesía, es el de abrir sus dones a todos, que su lenguaje se equipare sin pérdida al lenguaje de las cosas y los seres del mundo que compartimos, sin concesiones demagógicas pero fraternales, con el dolor, con las múltiples razones de los otros, en un abrazo mutuo donde como lo quería Lautréamont, la poesía sea, ‘hecha por todos’, es decir, vivida, sentida y desplegada como energía creadora y transformadora de realidad que nos permita entonces ascender, al fin, colectivamente en esa escala de humanidad que merecemos”.
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El poeta que habla, y de quien hablo, es Pedro Arturo Estrada Zapata. O mejor, Pedro Arturo Estrada, sencillamente, como se firma en sus libros, antologías y recitales. A propósito de esto último, en algún recital de poemas (en Envigado, creo que fue), compartí atril con Pedro Arturo Estrada, y comprobé en su respiración y en sus palabras, que cumplía a cabalidad con su deber “de abrir sus dones a todos”. Vi al poeta entregando a todos su lectura de la vida, de las cosas, y del tiempo. Comprobé la comunión del poeta con la vida; su contrato tácito del ser poeta, la obligación sagrada del poeta con la realidad y con la irrealidad. En el poema, De una muchacha que se descalza, perteneciente su libro Poemas de Otra Parte, dice:
“Una muchacha se descalza al fondo de mi infancia, / pero sobre el mundo la furia se desborda / y hay alguien al otro lado de mí abriendo una ventana al vacío / para arrojar su corazón.
Una muchacha escribe en su cuaderno blanco / sus miedos negros / y una bandada de pájaros agoreros cruza el cielo.
Su rostro desaparece / y deja aleteando sombras filosas en la pared / cuando despierto.
Huye de mí su risa de hojas secas al aire matinal / mientras tomo mi habitual desayuno / de palabras frías.
Una muchacha se desnuda en mi sueño, / pero a mi cuerpo se anudan ya las primeras raíces / del árbol subterráneo / que crecerá por siempre / en mis antípodas”.
En múltiples escenarios se ha soltado la pregunta de por qué Colombia es un país de poetas. La respuesta es sencilla, si leemos lo que expresó el Pedro Arturo Estrada, ensayista, a la Revista Prometeo, en marzo de 2016:
“Somos este país urgente y desmedido, un territorio abierto al sueño y la belleza tanto como a la incertidumbre y el miedo. No obstante, a esta hora del tiempo, los signos que marcan nuestro destino, no han sido nunca tan claros y cercanos, los mismos que desde la sangre, la memoria del origen, nos definen y nos nombran: los signos que, desde la fragmentación de nuestra realidad, sólo en el lenguaje poético podemos interpretar y conciliar a cabalidad, para recobrar, para restaurar ya no una “patria”, un reino de exclusión y poder, sino un mundo abrazado a todos los mundos, al universo humano mismo”.
Pedro Arturo Estrada, poeta; Pedro Arturo Estrada, narrador; Pedro Arturo Estrada, amigo, gran ser humano, está, a mi juicio, entre los grandes poetas de Colombia, y por lo tanto, es de obligada lectura y disfrute.
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El 29 de mayo de 2006, fecha en la cual el maestro del periodismo, Ryszard Kapuscinski, concedió su última entrevista en televisión a El Mundo TV, de España, dijo: “Para ser buen periodista hay que ser buena persona”. Referido al oficio de poeta, acotaría: Para ser buen poeta hay que ser buena persona. Y usted cabe perfectamente en esta definición, mi querido poeta, Pedro Arturo Estrada Zapata.