Ese acto violento, doloso, interrumpió el curso del juego y, al final, determinó el marcador final a favor del equipo blanco.
El deporte es referente de principios y valores necesarios para vivir en comunidad. Los deportistas son ejemplo de virtudes, esfuerzo, superación, disciplina, armonía, amistad, búsqueda de la excelencia, convivencia pacífica, respeto al otro y a los valores éticos universales. Son ellos los ídolos que inspiran a niños y jóvenes para ser mejores personas y alcanzar las metas propuestas dentro de la legalidad.
Pero no siempre ocurre así. El mundo deportivo fue testigo de un hecho bochornoso sucedido el domingo 12 de enero en la final de la Supercopa de España jugada en la ciudad de Yeda, Arabia Saudita, a propósito, un país poco respetuoso de los Derechos Humanos, lo que de entrada señala que el dinero está por encima de los principios para quienes toman esta clase de decisiones y para quienes las secundan.
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Como se sabe, faltando cinco minutos para el final del tiempo suplementario del partido en cuestión, el jugador Álvaro Morata, del Atlético de Madrid, protagonizó un contragolpe y se escapó solo con el balón, dispuesto a enfrentar al arquero rival y romper, así, el empate. Sin embargo, el mediocampista uruguayo Federico Valverde, del Real Madrid, le propinó una patada por detrás a Morata, quien cayó sobre el césped. Ese acto violento, doloso, interrumpió el curso del juego y, al final, determinó el marcador final a favor del equipo blanco.
Una jugada como esa es un acto criminal, calificado por la alevosía y la intención dañina, contraria al juego limpio que tanto se pregona y a los valores éticos que se presume se transmiten desde el deporte. Sin embargo, no hubo condenas a tan asqueroso comportamiento y no faltaron las felicitaciones en público de sus compañeros.
Sorprende y molesta la justificación del técnico del equipo rival: "La jugada más importante del partido fue la acción de Valverde. Esa jugada nos privó de una ocasión de gol que probablemente podía decidir el partido. Le dije que no se preocupara, que cualquiera haría lo mismo en su lugar. Tenía que hacerlo", opinó Diego Simeone, entrenador del equipo Atlético de Madrid.
Ofende la alabanza del técnico madridista, Zinedine Zidane, quien también tiene antecedentes de juego violento en su época de jugador activo: “No sorprende a nadie, Fede Valverde está progresando muchísimo. Sabemos la persona que es y ya le pidió disculpas a Álvaro porque se conocen muy bien. En su momento era lo que había qué hacer y lo hizo bien. Lo felicito”.
“Cualquiera haría lo mismo”, “era lo que había qué hacer” son una apología del delito y una invitación a la violencia. ¿Es eso deporte?
No hubo amonestaciones del equipo ni condenas por parte de la prensa internacional.
No se sabe que es peor: si la complacencia de los directivos, técnicos y compañeros con la conducta antideportiva del jugador Valverde o la débil y poco ejemplarizante sanción que recibió el jugador por parte del Comité de Competiciones de la Federación Española de Fútbol: solo un partido.
Y para colmo de males, el peligroso jugador fue escogido como la figura del partido.
Ante la brutal patada, el árbitro José María Sánchez Martínez, le mostró la tarjeta roja al agresor, pero fue demasiado tibio en el informe arbitral, que indica: “en el minuto 116 el jugador (15) Valverde Dipetta, Federico Santiago fue expulsado por el siguiente motivo: Derribar a un adversario impidiendo con ello una ocasión manifiesta de gol”. En esta falta de contundencia, que no alude a juego brusco o juego sucio ni a dolo, para hablar en materia penal, se escudó el Comité para “premiar” al jugador con un solo partido de suspensión.
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“No debí hacerlo, pero era lo único que me quedaba hacer por el equipo. Pensé en hacer otras cosas antes que pegarle una patada, pero me quedó eso. Le fui a pedir disculpas porque creo que no se debe hacer eso”, dijo Valverde al final del encuentro para justificar su acción.
¿Eso es fútbol? Un deplorable mensaje le entrega el fútbol a la sociedad: el fin justifica los medios, la violencia tiene justificación cuando se trata de obtener un resultado, no importa si se violentan las reglas o se pone en riesgo la integridad de un rival.
Y después se quejan las autoridades y el público de la violencia en el fútbol y en la calle por parte de los hinchas furibundos, que se convierten en promotores del odio, cuando están recibiendo el mal ejemplo directamente de sus ídolos y de los directivos del fútbol profesional, cada vez más cuestionado por comportamientos anti-éticos como este.