Con su velocidad extraordinaria le dan alas a la circulación del conocimiento, a la solidaridad necesaria, a la expresión de cariño pero también hacen rápida e intempestiva la mentira, la injuria, la envidia, el rencor, lo peor del ser humano
La infancia es ya un mito. El más poderoso quizás de los últimos veinte siglos con una cultura dominante en Occidente que exalta sin cesar la juventud eterna y la edad sin tiempo, el permanente comienzo. Nadie quiere saber del pasado que nos devora por una suerte de orgía del instante, una detención en el presente como único horizonte posible. Una inocencia eterna y celebrada. Pan y circo en una jalea de infantilismo.
Hemos sucumbido recientemente al interés en hacer desaparecer la historia. Una suerte de amnesia generalizada paraliza nuestra visión de futuro y nos deja presos de ilusiones que nos dan sensación de seguridad personal, control, dominio y jerarquía social efectiva. Esas ilusiones son también cosas tangibles y concretas que se obtienen con esfuerzo y muchas de ellas suponen excelsos conocimientos científicos y tecnológicos y hay que saber diferenciar esos objetos como autos o redes y elementos de comunicación y bienes necesarios de lo que patológicamente pueden llegar a significar en nuestras vidas, que no es tan deseable. Y es claro que en cada uno de esos objetos se realiza un sueño, una fantasía y se hace patente un logro de la humanidad: el anhelo de vencer la distancia, por ejemplo.
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Veamos en detalle lo que implica la rueda, el rodar suavemente con fuerza autónoma a una velocidad desde la cual el suelo, los árboles apenas parecen sombras irreales. Es volar sobre una alfombra mágica. Ni más ni menos. Hasta que chocamos, atropellamos. O hasta que descubrimos que en esa industria se olvida el pasado y volvemos a automóviles descomunales de más de dos toneladas y motores de gran capacidad contaminante. Una pesadilla pero antes sueño de muchos llegar a montar una de esas máquinas.
En las redes está elevado y circulante lo mejor pero también lo peor del ser humano. Con su velocidad extraordinaria le dan alas a la circulación del conocimiento, a la solidaridad necesaria, a la expresión de cariño pero también hacen rápida e intempestiva la mentira, la injuria, la envidia, el rencor, lo peor del ser humano. Lo segundo pone en riesgo lo primero. El sueño se vuelve pesadilla. Y eso pasa pues desde que somos especie nuestro paleocerebro es más rápido que nuestro cerebro más reciente y humano. La maldad y la mentira, todo el mal que albergamos es más rápido y eso es así, antes de las redes, antes del libro y antes del surgimiento de las religiones monoteístas. Respuestas deplorables, crueles, huidas, fugas, peleas, gestos mucho más rápidos e intempestivos que nuestra solidaridad y nuestra tolerancia. Nuestro cerebro reptiliano es mucho más rápido que nuestra noble corteza cerebral que no en vano se le llama neocortex, por ser reciente y por ser endeble frente a las reacciones del sistema límbico que son como latigazos de ira, autodefensa, huida.
Sea fecha propicia no para seguir las bromas sino para pensar en serio qué haremos de nosotros como nación en una encrucijada en la cual nos lanzamos prestos en el tren del odio y nos olvidamos que hay, como dice Pinker, ángeles en nuestra naturaleza humana y dos vale la pena mencionar. El primero es el derecho: resolver nuestras diferencias en derecho implica aceptar una mediación que pone la moral en lugar preponderante. El segundo ángel es la democracia que entre nosotros se ha degradado por la ausencia de una mínima regulación que reconoce que hay diferencias entre bien común y el egoísmo voraz que nos destruye.
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