Hay al menos tres asuntos en los que la mirada política es esencial sobre lo que se considera estratégico tener en cuenta y sobre la definición de qué hacer.
En el año 2007, la periodista canadiense Naomi Klein publicó el libro La Doctrina del Shock, en el cual hace un análisis de los devastadores efectos del huracán Katrina, que asoló el estado de Luisiana, y afectó especialmente a los habitantes de su ciudad más poblada, New Orleans, donde se reventaron los diques de contención y miles de personas se vieron afectadas, perdiendo sus viviendas y quedando en la ruina. En el libro, Klein analiza por qué el Katrina, si bien es cierto tiene un origen natural, la comprensión de su magnitud se relaciona con las expresiones del cambio climático, pero, además, demuestra cómo la población más afectada fueron los afroamericanos pobres de la ciudad y la relación de esto con el modelo de desarrollo urbano de New Orleans, basado en la exclusión y el segregacionismo.
Ya llevamos en el planeta casi cinco meses hablando y analizando la pandemia desatada por el covid-19. Y una mirada desde la política, es un asunto central para su comprensión, pero esto implica deslindar con dos tipos de lecturas, ambas simplistas. Quienes reivindican el carácter natural de la pandemia que no tiene nada que ver con la sociedad y sus características, considerando la propagación del virus casi un castigo divino, y los que reducen la discusión a un problema de izquierda y derecha, vía segura para el empobrecimiento del debate.
Más allá de las teorías conspirativas de si el virus se creó en algún laboratorio, versiones promovidas tanto por generadores de opinión en Estados Unidos como en China, que ratifican lo mucho que se parecen quienes se presentan como contradictores; hay al menos tres asuntos en los que la mirada política es esencial sobre lo que se considera estratégico tener en cuenta y sobre la definición de qué hacer.
En primer lugar, la pandemia pone en evidencia el terrible impacto que ha tenido en los países europeos y en Norteamérica el desmantelamiento del sistema público de salud. Miles han muerto como consecuencia de la privatización del acceso a la salud como derecho, y claro, los sistemas privados de salud demuestran que no están diseñados para atender emergencias en gran escala. Algo similar sucede con la situación de la población mayor, recluida en residencias sin mayores garantías, y que se han convertido en sitios con altos niveles de mortalidad, como en España e Italia. Acá de nuevo la privatización significa estratificación y niveles de calidad inequitativos, residencias de primer nivel para quienes más dinero tienen, y ofertas mediocres para las clases medias y bajas. El caso de EEUU pone en evidencia la gravedad del ataque de Trump al derecho a la salud y su desprecio por la vida de sus compatriotas. A cifras de hoy, 16 de mayo, Estados Unidos presenta cerca de 1.500.000 personas contagiadas y casi 90.000 muertes, cifras vergonzosas para la primera potencia mundial. Esto equivale casi al doble de las bajas de soldados en Vietnam, y a 30 veces las muertes en los ataques del 11 de septiembre de 2001.
En segundo lugar, la actitud de los gobernantes frente a la pandemia es fundamental, y los ejemplos extremos de esto los representan gobernantes como Angela Merkel en Alemania, Tsai Ing–Wen en Taiwan, Erna Solberg en Noruega y Katrín Jakobsdóttir, en Islandia. Todas ellas mujeres, han asumido una práctica política ampliamente fundamentada en la ciencia, y reconociendo que el nivel de conocimiento científico aún es escaso e incluso contradictorio, sus niveles de contagio y mortalidad son un éxito relativo. La contrapartida de esto, la lideran gobernantes como Trump en EEUU, Bolsonaro en Brasil, Johnson en Reino Unido, Daniel Ortega en Nicaragua -donde ni siquiera hay estadísticas de contagio y muerte-, y Andrés Manuel López Obrador en México, quienes han despreciado a la ciencia, y han oscilado entre el negacionismo de la gravedad, “es una simple gripita más”, a decir que no hay nada que hacer, y que es natural que miles mueran. Los escandalosos niveles de mortalidad en sus países y lo errático de las políticas para enfrentarlos, los convierte en responsables de estas muertes.
Finalmente, el perfil de las víctimas pone en evidencia la asimetría de la enfermedad y la muerte. Quienes más mueren, y a falta de estudios masivos y rigurosos sobre los perfiles de morbimortalidad, son personas de las clases bajas y medias, inmigrantes, personas privadas de la libertad, etnias discriminadas y empobrecidas. Y esto no es un asunto de selección natural, es la expresión de que en el orden político contemporáneo, hay vidas que deben ser preservadas y otras que son prescindibles, que hay vidas que valen menos y que su pérdida no importa para una parte de la sociedad, vidas desperdiciadas, los parias de la modernidad, como les llamaba Zygmunt Bauman.