Para estar en casa

Autor: Darío Ruiz Gómez
30 marzo de 2020 - 12:06 AM

Al desaparecer el fuego que fue el elemento que convocaba a la conversación después de las horas de trabajo se nos ha abocado a vivir en una arquitectura incapaz de convocar a la conversación familiar

Medellín

La noción de hogar es un concepto que nada tiene que ver hoy con un lugar fijo sino que se ubica dentro de lo que ha comenzado a ser nuestro exilio interior: el hogar va con nosotros a donde nos traslademos en épocas en que la sociedad líquida, es decir la sociedad sin valores impone también su economía, su arquitectura, su amor líquido y por lo tanto la lucha de cada uno es por impedir que aquello que nos hace humanos como son el recuerdo, el afecto, la solidaridad con los otros sea apabullado por la sociedad del simulacro: una t.v mediocre y alienante, medios de información instaurando la mentira, las masas histéricas de los estadios de fútbol, los rebaños de turistas que han dejado de ver, oler, gozar , de estar en el mundo. Fernández Galeano señalaba que en una sociedad de estas características volcada hacia lo exterior para olvidarse de sí misma, al desaparecer el fuego que fue el elemento que convocaba a la conversación después de las horas de trabajo se nos ha abocado a vivir en una arquitectura incapaz de convocar a la conversación familiar. Recuérdese que en Inglaterra se llamó hogar a la olla de la comida que reunía a la familia alrededor de la chimenea. Y recordemos que en nuestra casa tradicional la sala convocaba al diálogo donde la sabiduría de la madre, de las viejas criadas rescataba la cultura oral. En “La poética del espacio” el magistral texto de Gastón Bachelard se nos describe en una prosa sublime cada espacio de la casa y señala la función de los rincones como lugares sin los cuales los niños nunca podrían crear sus imaginarios, incorporar la melancolía a la realidad de los cielos y la tierra. De ahí que para Lévinas la casa sea no un espacio egoísta, un objeto lujoso, sino el refugio necesario contra las agresiones de la realidad exterior. ¿En esta situación de encierro que apenas hemos comenzado a vivir qué encontraremos entonces al paso de los días, al tener que mirarnos de frente con los otros? Venimos de una realidad dislocada, sin reposo y allí en casa ¿Quién estará esperándonos? La peste del Medioevo que mató la mitad de la población europea incorporó al arte y a la música, al pensamiento la noción fundamental de que el ser humano es un ser contingente, abocado como dice Heidegger a la muerte y esta conciencia de nuestra contingencia es la que nos permite responder a esta condición con la palabra que ilumina, la palabra en el tiempo, con el arpegio que recupera el canto del mundo, con la risa que eterniza la alegría, con el sufrimiento que concede valor eterno a la dignidad de aquellos que no tienen voz sino esperanza y que al mirarse confían sin recelos.

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Metáforas son éstas de lo que hemos perdido o de lo que los poderes terrenales nos han quitado: la casa, imagen eterna de la confianza humana, ha sido como lo estamos comprobando una ausencia más, se han dispersado la familia y los amigos pues la violencia antes que el virus ya nos había hecho encerrar tempranamente. Y la casa no son ni el caricaturesco “apartamento modelo” ni la casa del programa social de vivienda donde las gentes no viven sino que se hacinan: la casa es el entorno de la calle, las voces de los vecinos y amigos o sea aquello “que nos hace mucha falta”. Por esto la pregunta es muy sencilla ¿A dónde vamos a regresar si ya el espacio de los padres ha sido borrado por los imperativos de la arquitectura comercial y la familia fue lanzada a la diáspora? ¿Dónde queda la esquina que convoca a la amistad? Encerrados en nuestros habitáculos por fuerza mayor comprobaremos que sólo siendo nosotros mismos podremos crear la intimidad al llegar a la certidumbre de que lo que nos espera es por fin la familia, es el mundo y su canto.

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Comentarios:

Edgar
Edgar
2020-03-30 11:04:14
Y aquí estamos, entre cuatro paredes, simulando tranquilidad.

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