No hay que olvidar los beneficios de las obras impulsadas y apoyadas por personajes como don Pepe Vives de Andreis, en el gobierno de Eduardo Santos
La ciudad más antigua del subcontinente, Santa Marta, en el departamento colombiano del Magdalena, llega a sus cuatrocientos noventa y cuatro años con una enorme carga de problemas urbanos que la agobian, en medio de una lucha entre una clase dirigente tradicional, que ha forjado, para bien o para mal, lo que hoy es la ciudad, y una izquierda o seudo izquierda voraz, sobre la que pesan investigaciones y sospechas de gran calibre como las de mal administrar los bienes del Distrito y hasta de atentar contra el sagrado derecho a la vida: corrupción y violencia física tomadas de la mano.
Desde su fundación la ciudad ha tenido crisis que amenazaron su existencia misma. Don Rodrigo Bastidas, el fundador, gran humanista y defensor de los derechos de los nativos, fue apuñalado por sus propios compañeros de conquistas, tras lo cual se desató la masacre que hizo desaparecer gran parte de una de las culturas más importantes como fue la Tayrona. Luego vinieron los ataques bucaneros que según los investigadores fueron diecinueve; después llegó el castigo por haber servido de mortaja al hombre que los libertó del yugo español: cien años de olvido, de atraso y de miseria.
Uno diría que le llegó a nuestra hidalga ciudad la hora de disfrutar de lo que tiene: una gente maravillosa, solidaria y generosa, y los paisajes, playas e infraestructura turística importantes. Santa Marta ha ido abandonando la condición de aldea en la que todos éramos primos, para convertirse lenta pero inexorablemente en patrimonio universal. Quien quiera administrarla tiene que pensar con una mente mezcla de estadista y empresario, pues lo que se necesita es eso: mantener presente que se gobierna o administra para seres humanos, manteniendo un buen nivel de vida y ofreciendo bienestar.
Aunque su vida como anfitriona de turistas y emigrantes oficialmente se ubica en los años cincuenta con la construcción del hotel Tamacá y el inicio del auge del Rodadero, ya tenía obras importantes como el moderno acueducto construido en los treinta y un reordenamiento urbano que la ponía en la vía de los cambios que necesitan quienes habitan la ciudad de entonces. No hay que olvidar los beneficios de las obras impulsadas y apoyadas por personajes como don Pepe Vives de Andreis, en el gobierno de Eduardo Santos, y las posteriores acciones de empresa privada como la creación del Banco Bananero.
Lo que necesita Santa Marta es que surjan más personajes como don Pepe que sienta que el negocio de hacer crecer la ciudad como destino turístico y sede de grandes negocios, le conviene a todos. El camino hacia la celebración de sus quinientos años hace a la ciudad merecedora de buenas administraciones que la doten de servicios públicos suficientes y de calidad. El que sea capaz de construir un acueducto se inmortalizará, pues la sed que se sufre va más allá del discurso comunista y de la corrupción. Ni derecha ni izquierda, lo que se necesita es alguien que sienta las necesidades de la ciudad como un dolor propio.