A 120 años de su nacimiento, y a 33 de su fallecimiento, la obra de Jorge Francisco Isidoro Luis Borges está ahí, fresca, al alcance de la mano, de los ojos, de los sentidos del lector
Hoy, sábado 24 de agosto, está de cumpleaños Jorge Luis Borges. Imposible no recordar a un escritor excepcional como él, que se pasó la vida escribiendo; pero, sobre todo, leyendo. Leyendo, leyendo, leyendo, para, a mi juicio, escribir mejor; para entregarnos una herencia literaria de dimensiones colosales, ello en cantidad y calidad. Sin duda, cada uno de sus escritos, se constituyen en verdaderas joyas del pensamiento y de la creación.
A propósito de este cumpleaños de Borges, no olvido las palabras del Maestro Manuel Mejía Vallejo, cuando, en su Taller de Escritores de la Biblioteca Pública Piloto, nos repetía con aire paternal que el mejor homenaje que se le puede hacer al escritor, es leerlo. Por ello, nada mejor que leer (y esto es sólo a manera de provocación, por asunto de espacio), poemas extraordinarios, como 1964:
I
“Ya no es mágico el mundo. Te han dejado. / Ya no compartirás la clara luna / ni los lentos jardines. Ya no hay una / luna que no sea espejo del pasado, / cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y las sienes / que acercaba el amor. Hoy sólo tienes / la fiel memoria y los desiertos días.
Nadie pierde (repites vanamente) / sino lo que no tiene y no ha tenido / nunca, pero no basta ser valiente / para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra / y te puede matar una guitarra.
II
Ya no seré feliz. Tal vez no importa. / Hay tantas otras cosas en el mundo; / un instante cualquiera es más profundo / y diverso que el mar.
La vida es corta / y aunque las horas son tan largas, una / oscura maravilla nos acecha, / la muerte, ese otro mar, esa otra flecha / que nos libra del sol y de la luna / y del amor.
La dicha que me diste / y me quitaste debe ser borrada; / lo que era todo tiene que ser nada.
Sólo que me queda el goce de estar triste, / esa vana costumbre que me inclina / al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina”.
En el poema, Lo perdido, dice:
“¿Dónde estará mi vida, la que pudo / haber sido y no fue, la venturosa / o la de triste horror, esa otra cosa / que pudo ser la espada o el escudo
y que no fue? ¿Dónde estará el perdido / antepasado persa o el noruego, / dónde el azar de no quedarme ciego, / dónde el ancla y el mar, dónde el olvido
de ser quién soy? ¿Dónde estará la pura / noche que al rudo labrador confía / el iletrado y laborioso día, / según lo quiere la literatura? / Pienso también en esa compañera / que me esperaba, y que tal vez me espera”.
No debo extenderme al hablar de Borges, pues son miles de páginas las que se han publicado por parte de eruditos y estudiosos a propósito de su vida y obra. Pero si tengo que afirmar de forma vehemente, que a 120 años de su nacimiento, y a 33 de su fallecimiento, la obra de Jorge Francisco Isidoro Luis Borges está ahí, fresca, al alcance de la mano, de los ojos, de los sentidos del lector, para disfrutar de un bosque encantado y sembrado de “Ontologías fantásticas, genealogías sincrónicas, gramáticas utópicas, geografías novelescas, múltiples historias universales, bestiarios lógicos, éticas narrativas, matemáticas imaginarias, dramas teológicos, invenciones geométricas y recuerdos”, a todo aquel que esté dispuesto y en capacidad de caminarlo.