Para perdonar, no obstante, se necesita encontrar en el ofensor lo que los catequistas llaman contrición de corazón que no es más que la actitud del otro de la que se pueda deducir arrepentimiento e intención de resarcimiento.
¿Pero que es el perdón? Lo primero que hay que tener en cuenta para llegar al estado ideal de la paz interior, es que solo las almas evolucionadas en temas de convivencia, amor al prójimo y respeto por los propios derechos y de los de los demás, son capaces de superar los estragos de una ofensa. De la gravedad de la ofensa perdonada se puede deducir el grado de madurez de quien perdona, pues las hay que no tienen la importancia que en un momento de patetismo podamos darle, pero las hay que duelen más por provenir de seres cercanos, amados, de amigos o familiares de los que nunca esperamos nada malo.
Desde la traición podemos establecer las posibilidades de faltas y ofensas y la capacidad que hay en cada corazón para superar, olvidar y perdonar. Para el Dante esto de la traición es la acción humana que más o peor castigo merece, si se toma como una falta contra el amor. Están los que traicionan la Patria, traicionan los deberes que se tienen como ciudadanos; también los hay que traicionan a sus propios hijos negándole el alimento debido o el derecho al nombre, los hay que irrespetan las obligaciones conyugales y las familiares en general; y los hay que violan el vínculo sagrado de la amistad.
El Evangelio trae la oración que el mismo Cristo eleva al Padre, el Creador, en la que una de las peticiones más importante es el perdón: “…perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden…” Se encuentra en esto el sentido oculto de la petición que es “enséñanos a perdonar para merecer tu aceptación”. Hay que reflexionar muy seriamente sobre esto, pues solo se puede pedir disculpa de las propias faltas si se ha otorgado el beneficio del perdón a quienes nos han ofendido, lesionado, traicionado, maltratado. El perdón, para merecerlo, es consecuencia de perdonar a los demás.
Para perdonar, no obstante, se necesita encontrar en el ofensor lo que los catequistas llaman contrición de corazón que no es más que la actitud del otro de la que se pueda deducir arrepentimiento e intención de resarcimiento, lo cual debe ir acompañado de otro principio religioso que es el propósito de enmienda, que es la promesa tácita o dicta de no volver a incurrir en la mala acción. Y cuando no haya lo uno ni lo otro, simplemente hay que despojar el alma de todo rencor, deseo de venganza u odios, dejar que quienes tengan que actuar actúen para garantizar nuestros derechos o dejar que la vida misma cobre la ofensa.
Claro que hay ofensas que no parecen ser susceptibles de ser perdonadas: la violación carnal, el asesinato de un cercano, el abandono, la traición de quien se creía amigo. En estos casos hay que tratar de entender el talante del agresor y entender que, como en la fábula de la rana y el alacrán, hay quienes no pueden escapar de sus propias miserias. En este tiempo de recogimiento y reflexión para el pueblo cristiano, hay que despojar la mente y el corazón de malos sentimientos y entender que hay que perdonar y olvidar. Al Padre hay que insistirle: “enséñanos a perdonar para parecernos a ti, para merecer ser tus hijos”.