La necesidad de alimentar a tanta gente por la emergencia del coronavirus se presta para arañarles unos pesos a todo. Se dilapida en cosas innecesarias al tiempo que la economía nacional y mundial se derrumba por la pandemia.
Es cierto que Claudia López, la alcaldesa de Bogotá, ha dejado atrás esa manera de ser hosca y montaraz que la hacía ver como una persona gritona y pendenciera, y no como una dirigente aplomada que pueda hacer un aporte útil a la sociedad. Pero no es menos cierto que ha tomado la crisis del coronavirus como un caballito de batalla para mostrarse como una figura política nacional. Ya parece que estuviera en plena campaña presidencial, por lo que no sería de extrañar que deje tirada la alcaldía y se lance por la primera magistratura en 2022.
Sin embargo, su buena figuración en las encuestas supera con creces la calidad de sus ejecutorias. La capital es el epicentro del covid-19 en Colombia, y a pesar de que ella se ha mostrado partidaria del aislamiento y la cuarentena, poco o nada ha hecho para controlar y evitar las hordas de gentes en las calles bajo cualquier pretexto. Otras ciudades y municipios del país impusieron hace semanas la restricción del “pico y cédula”, que limita las salidas de cada persona a dos veces por semana, pero ella prefirió adoptar el “pico y género”, de manera que las mujeres salgan los días pares, los hombres los impares y los indefinidos, cada que les dé la gana, aunque en general cualquiera podrá esquivar la sanción haciéndose el gay.
En esto, Claudia se ha quedado sola. Ya en Barranquilla rectificaron el “pico y cédula” que habían adoptado teniendo en cuenta si el día era par o impar: cédulas terminadas en número par permitían circular en días pares y viceversa, lo que limita la circulación al 50%, en tanto que el pico y cédula de tres dígitos por día la reduce al 30%. En cambio, lo que ha escogido la señora López es hacer demagogia con el discurso de género, manteniendo las calles pobladas de gente. Será cosa de la fortuna si el pico de contagios se dibuja como un premio de montaña de tercera o cuarta categoría y no como el Alpe d’Huez, pues, en verdad, aquí el confinamiento, sobre todo en Bogotá, ha sido muy deportivo, nada que ver con la soledad de las calles de Wuhan o de Milán.
Y eso no es todo. Doña Claudia ha tenido monumentales salidas en falso, como decir en un inicio, que el coronavirus era una gripita. También ha sido criticada por su falta de solidaridad con los migrantes venezolanos, achacándole al gobierno central toda la responsabilidad de su atención. Pero lo peor ha sido su planteamiento populista de «apagar la economía». Mientras en todas partes se devanan los sesos pensando en cómo darle un estartazo a los mercados lo más pronto posible, esta señora piensa que lo ideal sería sumirnos en el sueño de los justos al menos tres mesecitos más.
Entretanto, la señora dilapida importantes partidas presupuestales en cosas innecesarias al tiempo que la economía nacional y mundial se derrumba por la pandemia. La “pulcra” señora López tiene un asesor de comunicaciones con un contrato de 226 millones de pesos por seis meses, o sea que el pobre devenga más de 37 millones mensuales. Todo un negociazo para alguien que fue aportante de la campaña de doña Claudia con 33 milloncitos. Nadie podrá decir que ella sea mala paga.
Y eso no es todo. Claudia le acaba de dar a una tía de Inti Asprilla, representante a la Cámara por su partido, un contrato de esos gaseosos, cuyo objeto contractual es pura palabrería, por un monto de 95 millones de pesos por diez meses de ejecución, o sea casi 10 millones mensuales por no hacer nada. Una bicoca al lado de los casi 1.300 millones dilapidados por la López para hacer estudios de opinión pública con el supuesto fin de conocer el impacto de las políticas, programas y proyectos del distrito capital. Claro que todo eso es menuda al lado de los 300.000 millones de pesos que se fueron por el caño en la tal consulta anticorrupción que promovió esta señora como trampolín político. ¿Recuerdan?
Es obvio que sería absurdo decir que solo en Bogotá se pierde plata cuando está pasando en todo el país. Es que la necesidad de alimentar a tanta gente por la emergencia del coronavirus se presta para arañarles unos pesos a cada lata de atún, a cada bolsa de frijol, al infaltable arroz. Las denuncias van in crescendo y en los próximos días quien tendrá que dar muchas explicaciones es el alcalde de Medellín, Daniel Quintero, quien no contento con darse bombo con un publirreportaje de 200 millones en El Tiempo, tenía que armar una feria de contratos con empresas de papel. La plata que se está perdiendo es mucha.
Por ahora, los esfuerzos son para alimentar a la gente, pero más adelante tendrán que ser para mantener los empleos y salvar las empresas. Esto solo lo salvará una economía de guerra. Las mipymes son el 96% de las empresas y proveen más del 80% del empleo. Los empresarios no necesitan préstamos para pagar nóminas porque eso es insostenible, necesitan es un rescate por parte del Estado. Por tanto, hay que echar mano de todos los recursos; cobrarles una contribución del 10% a los altos sueldos oficiales por cuatro meses es insuficiente, deberían confiscarles todo el ingreso por encima de diez millones por todo el resto de año. Sus cargos burocráticos son improductivos y aquí no puede haber gente con corona, viviendo como rémoras de nuestros impuestos mientras los demás tratan de sobreaguar, a la buena de Dios, a este cataclismo.
@SaulHernandezB