Pambelé, el boxeo y los barrios marginales de Latinoamérica

Autor: Juan Felipe Zuleta Valencia
5 noviembre de 2017 - 02:00 PM

Todos los días en los barrios latinoamericanos se replican las mismas condiciones y búsquedas. No hay esquinas ni campanas salvadoras. El ring es todo por donde se camina y solo hay espacio para los valientes.

Medellín

En la esquina, diagonal al cuadrilátero, dos hombres se cuentan sus cosas diarias. Emel, al que todo el barrio conoce como Cúcuta, viene de San Cristobal, Venezuela. Alberto, el tendero, viene del Nariño, por allá en el Oriente antioqueño.

Ambos verán en algunos minutos un desfile de camionetas marchando sobre el barro anaranjado. Pero antes y mientras tanto Cúcuta le cuenta a Alberto que el celular aún no suena con la llamada cuya voz al otro lado de la línea le avisará que tiene nuevo empleo. Y los días pasan y nada. “San Cristobal es así como Medellín, rodeado de montañas. Tambié como Caracas”, dice Cúcuta mientras mira el lienzo difuso de montañas y edificios que se esconden tras un telón gris.

Cúcuta parece saber bastante de construcción, por eso propone una solución que suena lógica para reabrir la vía que conduce al barrio la Honda, afectada por un derrumbe que pudo haberse despejado en cinco días con voluntad y un poco de dinero, pero que ajustó más de quince días cerrada. Por esa vía tendrían que haber llegado hace rato Pambelé, Óscar de la Hoya, Happy Lora y a toda una comitiva, que le tocó rodear la montaña y subir por un camino de serpiente desde el barrio la Cruz para llegar justo antes de que Alberto le explique a Cúcuta lo que significa Pambelé para los colombianos y lo invite a fajarse unos puños con alguno de los campeones que están a punto de encontrarse con la gente del barrio.

“La pelea más grande es con el destino, es con la vida”, responde Cúcuta, que suelta la frase sin pretensiones poéticas mientras piensa en la llamada que no llega, los 20 meses que lleva en Medellín y la familia y tantas cosas que dejó en Venezuela. Recordando las siete horas en un albergue fronterizo pensando para dónde coger.

En esas llega Antonio Cervantes y todo se vuelve una locura; los niños se le abalanzan y él se deja abrazar. Y antes de decidirse a bajar a pedirle una foto a Pambelé o algún famoso, Cúcuta se deja animar de Alberto que también dejó un pedazo de su vida en Nariño y luego en San Carlos donde fue feliz con sus hijitos hasta que los “hicieron abrir” para ir a parar la Honda, el hogar de todos los que se fueron de su hogar.

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En ese barrio encaramado, reyes del boxeo como Óscar de la Hoya, Bernard Hopkins, el mismo Pambelé y en total una decena de púgiles históricos están a punto de subir a un cuadrilatero viejo en medio una loma erosionada convertida en cancha. Estarán acompañados por el venezolano Gilberto Mendoza, presidente de la Asociación Mundial de Boxeo, y que llevó a esos hombres y mujeres como la firma que sella el pacto entre su organización y el proyecto Camino al Ring, una iniciativa que pretende transformar comunidades con las armas del boxeo, aprovechando dos condiciones que buscan los jóvenes en las calles y combos: poder y adrenalina. Esto lo contará Ana María Álvarez, psicóloga de la Fundación ADA, que brinda oportunidades a talentos deportivos con condiciones socioeconómicas desfavorables y que se ha convertido en aliado de la iniciativa que llegó hace año y medio a la Honda buscando arrebatarle jóvenes a la violencia y la desesperanza. Enseñando a usar los puños y la mente para pelear...por la vida.

“Le hemos apuntado a jóvenes que están inmersos en circuitos de ilegalidad y sentimos que hemos aportado en el cambio de varios de ellos. Acompañándolos a crecer y soñar (...) Que el señor Gilberto Mendoza haya venido con los campeones mundiales hasta acá dará un impulso muy grande a esta labor. Él quiere hacer de este el proyecto bandera de la Asociación”, dice Ana María, mientras la treintena de jóvenes entre los 13 y los 24 años que conforman el programa exprimen cada minuto de presencia de los ídolos que solo conocían por Youtube.

Cuando esa inédita reunión sobre el ring se disuelva para que los campeones se mezclen entre la multitud Pambelé seguirá sobre el cuadrilátero tomándose fotos, firmando camisas y sonriendo con esa sonrisa suya cansada. Dando da salticos rítmicos para descansar los pies que han sostenido su humanidad por siete décadas.

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Solo después de entregar gran parte de su energía a los muchachos, Antonio Cervantes se acercará a una esquina del ring a confesar lo feliz que se siente en Medellín y la alegría de estar allí compartiendo con “pelaos llenos de ilusiones y dificultades por partes iguales”. Confesará también que sale poco de su finca en Turbaco donde pasa sus días con Carlina, su incansable compañera, hijos y nietos. Con su mirada vidriosa agradecerá que luego de 45 años de su título mundial aún siente la “grandeza de ese título, el cariño de la gente y el apoyo de amigos”. En los minutos siguientes ese hombre grande y cuyos brazos son mapas de cicatrices, acumulará respuestas con su voz gangosa y sincera. “Salgo poco, veo el noticiero y me acuesto temprano.

Siempre ando acompañado de los que me quieren, por ejemplo, de mi hijo José Luis. Me encuentro a veces con buenos amigos y personas del boxeo, otros ya murieron. Me gustaría trabajar en beneficio de la juventud a través en charlas como en colegios. Aprovechar que soy un ejemplo en lo bueno y lo malo. Me gusta ayudar a través de lo que ha sido mi vida. Llevo diez años limpio y alejado de todas las cosas que me dañaron. Estoy orgulloso de significar algo tan grande para el deporte colombiano. Ahora pasa por un mal momento pero ojalá me toque ver que el boxeo surja en Colombia otra vez con grandes campeones y que la gente quiera”.

En medio del bullicio Antonio Cervantes escucha a medias una última pregunta: Pambelé, ¿Qué dejó por hacer?
Luego unos brazos lo rodean. Es Esteban Arrieta, un moreno de 19 años que vive solo en la Honda (por allí, señalará luego con la cabeza sin precisar un punto fijo de la montaña). Hasta hace relativamente poco andaba agarrado de la mano del vicio. Hoy es capaz de mirar a los ojos a un extraño y contarle su sueño. “Yo entré a Camino al Ring desde que llegó al barrio. Yo iba mal, de buena. Ahora me la creo que puedo ser un gran boxeador. Por eso trabajo en construcción en el día y en la tarde entreno”, dice Esteban antes de hablar del ídolo con el que se fundió en un abrazo. “Pambelé vino de abajo, vivía en Chambacú y fue embolador en Bazurto, barrios duros como este. También pasó necesidades, humillaciones. Pero no por venir de un barrio así quiere decir que uno no puede lograr lo que se propone”, dirá Esteban antes de reconocer que varios de sus amigos prefieren seguir rifándose el día a día en la calle. “Me dicen que si es pa´ dar puños se agarran con cualquiera en la calle. Al final cada quien escoge. Yo siento que el barrio sí ha cambiado desde que Camino al Ring llegó, pero nadie puede obligar a cambiar al que no quiere”, enfatiza.

Mientras Esteban dice esto el venezolano Antonio Esparragoza, excampeón mundial de peso pluma, aprovecha para recordar a viva voz que los barrios “privados como la Honda: privados de agua, de comida y trabajo, son la cuna del boxeo y, sobre todo, de gente capaz de luchar”. Recordará también que en Caracas y todo Latinoamérica la Honda de Esteban y el Chambacú de Pambelé se replican tantas vece como es posible. Casi lo mismo que dijo su compatriota Cúcuta.

“Pambelé, ¿Qué dejó por hacer?”, Volverá a escuchar. “En el boxeo fui el campeón que quise ser. De los que ya es difícil que salgan. ¿En la vida? En la vida más bien me sobró, me sobró todo lo que hoy no hago. Lo bueno es que la vida da tiempo pero hay que agarrarse a la oportunidad porque eso pasa de largo y uno se queda”, dirá antes de despedirse de la Honda, el lugar al que no volverá pero donde estuvo un día.

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