Algo alerta, en escala creciente, sobre la posibilidad de una provocación armada.
Los ciudadanos de a pie experimentamos una sensación que aumenta cada día: las riendas del país se les están saliendo de las manos a los encargados de conducirnos. Nuestras autoridades se ven desbordadas por los problemas, improvisando y, en algunos casos, parecen tan desorientadas como el transeúnte. ¿O más?
A veces, queda la impresión de que la agenda distractora la manejaran desde afuera, como si la función de gobernarnos sólo alcanzara para reaccionar. Una muestra que ocupa amplios espacios en los medios de comunicación es el desbordamiento del fenómeno migratorio proveniente de Venezuela, que se disparó en vísperas de elecciones en los dos países.
Teniendo en cuenta los antecedentes del manejo pragmático y utilitarista dado por los dos gobiernos a las relaciones binacionales, no parece tan espontánea esa llegada masiva y descontrolada de venezolanos a nuestro país.
Además de la compasión natural y bienvenida humanitaria hacia la gran mayoría de nuestros hermanos venezolanos, que cruzan la frontera acosados por el hambre, es urgente, por razones de seguridad nacional, poner la lupa sobre sus antecedentes judiciales que pueden resultar significativos. Es bien conocida la habilidad de Maduro para utilizar al pueblo armado. ¿Podría infiltrar algunas unidades de sus milicias bolivarianas entre los desplazados? ¿guerrilleros? ¿militantes de sus comités de la revolución? ¿delincuencia común? Cuando el mundo aprieta al dictador, ¿qué mejor defensa estratégica que un caos de migración hacia su vecino, que ahora cambió de amigo?
Cuando el presidente Santos llamó a Chávez mi "nuevo mejor amigo", el presidente venezolano no era propiamente un modelo de gobernante demócrata. Para la época, Venezuela era ya refugio de terroristas, acosaba a la oposición, combinaba desde el Gobierno todas las formas de lucha y se veía, con claridad, que Chávez quería quedarse en el poder. ¿De qué se sorprenden ahora?
Los colombianos no pueden olvidar, por más que lo intenten, que, al inicio de las conversaciones en La Habana, cuando se negociaba una nueva estructura institucional para nuestro país, cómo el entonces embajador venezolano en la OEA, Roy Chaderton, que también lo fue en Bogotá, gozaba de gran confianza por parte del gobierno colombiano en materias constitucionales y de soberanía, mientras a nuestros legisladores y líderes se les negaba información sobre lo que se concedía en Cuba.
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El mismo Roy Chaderton que apareció hace dos días haciendo eco a las declaraciones del fiscal venezolano Tarek William Saab sobre el supuesto "bombardeo y la ocupación militar a Venezuela, que se estaría fraguando desde Colombia". Se atrevió a decir: "En el intento alocado de invadir nuestro país cada esquina va a ser una trinchera y cada ventana un espacio para un francotirador patriota”.
Llegó la hora de tomar en serio las alarmas. Algo alerta, en escala creciente, sobre la posibilidad de una provocación armada.
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¿Qué se puede esperar de un dictador en apuros? ¿Qué de un gobernante acorralado por la comunidad internacional? Y Maduro, es un dictador acorralado por la comunidad internacional.