No solamente somos de cucaña en la mesa. Somos un país de mentiras
Al final de la Edad Media aparece la expresión “país de cucaña” para referirse a un sitio maravilloso donde la comida abunda y no existe la obligación de trabajar; una tierra soñada para quienes tenían, por el contrario, que vivir en las durísimas condiciones de vida en el medioevo. En ese país imaginario no solamente no había obligaciones, sino que reinaba la abundancia, estaba cruzado por ríos de vino, leche y miel, las montañas estaban fabricadas con queso y en el colmo de la exageración los árboles no daban frutos sino pasteles de todo tipo y hasta pequeños lechones siempre listos para ser devorados.
Colombia es un país de cucaña, pero por razones diferentes; lo que nos venden como jamón es sólo un pastel de carne, un masato de composición indefinida y color rosado que sólo tiene trazas de pierna de cerdo; el pan es un coloide horneado qué tiene toda clase de ingredientes, sobre todo preservativos y saborizantes, que permiten observarlo con la misma forma y color después de meses en la alacena. Y el queso es otra mezcla que va de color blanco a amarillento y que se adhiere al paladar y los intestinos.
No solamente somos de cucaña en la mesa. Somos un país de mentiras en el cual los acuerdos de paz son bandos de reinicio de las hostilidades en otro plano; guerra terrible con la sordina de los medios de comunicación cooptados por ambos ejércitos y por las fortunas enormes que son ya otro Dorado en canecas y caletas subterráneas. Los ejércitos en disputa han confirmado su carácter de clase, el pueblo llano no parece reconocer como su fuerza pública a ninguno y se preparan ambos, igual de envalentonados, para aniquilar con medios aviesos a sus oponentes históricos.
Una nación de mentiras donde el grueso de la población está condenado a salarios que no cubren las necesidades básicas de una persona, salarios simulacros para pobres condenados a la miseria por varias generaciones; país de ricos de hace siglos que no quieren pagar impuestos pero si quieren rodar por carreteras modernas; nación de mentiras y simulaciones en el cual la educación está convertida en una farsa que prepara para un mundo que ya no existe, de manera que estamos sometidos a la mentira y al engaño sistemático.
Y el primero que da el ejemplo nefasto es el gobernante que en campaña prometió el oro y el moro y cuando ya tiene su investidura, el poder que le conferimos mediante el voto, se desata a hacer exactamente lo opuesto a lo prometido. Y ahí quedamos como víctimas de un estupro masivo que después de habernos sometido con promesas nos encontramos con la crasa realidad de una miseria que crece sin límite y concierto. Terribles los políticos que por décadas han defendido la cohesión social y la única que reivindican es la del club de sus élites, con sus misiones indeclinables de enriquecerse obscenamente. Ahora, de nuevo, las fuerzas militares del estado se desnudan públicamente y se declaran fieles defensoras de una plutocracia qué tiene a medio país viviendo de sobras y detritus. Una población que marchó por un mes para, entre otras cosas, limitar la fuerza de cuerpos de policía mortales ahora los verá crecer y sembrar las calles de sangre.