El profesor introduce esta obra de la poeta María Helena González G, obra de interesante lectura.
Quisiera indicar en mi intervención sobre este libro (sin libro o con los libros en un libro) de la poeta María Helena González G., que mi lectura se ha realizado, por una necesidad de quiebre y torsión, en lo que ustedes podrían llamar al revés, y que yo llamaré desde el “otro nombre”, por medio del que he sido llevado a leer el libro. Como diría Mannoni, desde otra escena.
No porque yo lo hubiera decidido de esa manera, sino que en el momento en que iniciaba a leer este libro, sentí la necesidad de leerlo de esa forma. No hace relación a eso que ustedes y yo, para comunicarnos con los demás, llamamos burdamente: iniciativa, sino incidente, el incidente, entonces concebido como aquello que solamente me ocurre a mí o está en mí, y que nadie más puede saberlo o tiene como saberlo si yo no lo revelo; y al decirme en este libro desde el Libro V al Libro I, o también, que podía leerlo, irreverentemente, transformando su orden (el orden que le da la poeta María Helena, que no es el mío como su lector) para hallar entonces otra dimensión en la inmensión que ella busca provocar.
Toda dimensión para mí, está en relación inescrutable con la inmensión, inmensión es lo que excede la dimensión. Otra dimensión como la que está causada al ella llamar su libro: Otro nombre el viento. Yo lo llamaré entonces: El viento Otro nombre, si puedo hacerlo.
El recorrido por el libro
Este libro de María Helena es un libro que contiene cinco (o más) libros. Cada libro es un libro, como su Biblia y no es nada arbitrario llamarlo así. Ya diremos por qué. Los títulos de cada libro, son los que hacen un libro totalizante, para comenzar, un libro que se mueve por sí mismo y en sí mismo. Veamos: Libro V: Un dios fracturado y con asombro; Libro IV: El cuerpo de la mañana; Libro III: Grávida tierra; Libro II: Un poema requiere más luz que sangre y Libro I: Alma lluvia. Y ha sido evidente para mí, que la estructura entonces del libro, no es la totalidad de un libro, sino la totalidad de libro en cada uno de los libros. Diciendo: cada uno de los libros, queremos decir que cada libro es una dimensión de esa inmensión en ella misma, en su yo, que se fractura, que se fisura y que se escinde en cada libro. Y cuando termina, cada uno de los libros de los que tratamos, la mujer que es ella, se desnuda ante sí misma para ser sostenida por la mirada de cada uno de sus libros, o de sus hombres, o de sus miradas, o de sus obsesiones, o de sus sensaciones. O de la nada porque: La plenitud es una pregunta abierta (Encuentro. Pág. 47), como lo dice en su Libro II: Un poema requiere más luz que sangre.
Decimos (y callamos) desde allí, que los libros del libro, también nos indican de un viaje por ella misma, como libro, el libro que deviene y se trasciende en la palabra y el poema, la tierra y los sentidos, la sensación y la razón, la quietud y el movimiento en su densidad concentrada, el cuerpo y el sueño. Membranas de cada uno, incidiendo su historia.
Carátula de Otro nombre el viento, de María Elena Giraldo González
Escribir desde el deseo
Densidad concentrada es la metódica que aquí está en cada uno de los libros, en los que ella insiste en vaciarse como una condenada, condenada a esa visión sobre sí misma, que se derriba y se hace indestructible en ese derribamiento de su mujer, de las mujeres que es, como los libros. Es un viaje iniciático, porque lo hace en ella misma desde Dios hasta la vida delirante del deseo, de ser ella u otra la que está y es sentida desde lo sensual como una medición de ese desear, que está dominando el Libro I: Alta lluvia. Indiquemos porque:
En libro V: Un dios fracturado y con asombro, cuando dice: Dios está en el exilio (Despertar. Pág. 85), y lo relaciono con la dimensión en la inmensión del Libro I: Alta lluvia, en donde se dice y nos dice, a nosotros que somos sus lectores-libro: Me hago carne cuando te miro (Por unas rupias. Pág. 29). O sea, Dios y el Libro de Dios, es allí el libro del deseo, desear a Dios es como desear a la mujer, hacernos todos deseables como seres humanos, pero ese ser deseable del otro, es para vivirlo en el delirio de ser y en lo que de esa relación se hace revelación, nada más que ello y solamente un momento, no es por lo mismo comunicable.
Decir que Dios me desea, sin poder corroborarlo, es decir: Dios me dice y yo puedo decirlo porque él me desea. Y si no es “verdad”, no interesa porque yo mismo soy Dios. Como lo dice Jeanne Hersch: “Terrible, la eficacia de Dios. Desde el momento en que sufrió, la carencia fue. La carencia, la fisura, la ausencia”. (El nacimiento de Eva). O en otra perspectiva desde donde y como lo percibe Wittgenstein en sus Observaciones filosóficas, diciendo que: “Creer en un Dios quiere decir ver que con los hechos el mundo no basta”.
Es así, la tensión que la mueve, tiene esa condenación extrema. Irreductible. Y la mujer, que es Eva (una de las mujeres), entonces intenta el extravío, y el de ella y el del hombre, el hombre que tiene por nombre, Adán. Extraviarlos entonces porque ellas son: Sacerdotisas inmoladas (Borrada del paraíso. Págs. 57), como está dicho en Libro III: Grávida tierra, para hacerlos sentir la dureza inevitable de ser condenadas al deseo.
¿Cómo saber del deseo de los hombres, si ellos no lo conocen? Yo escribía en mi libro: Máscaras inmoladas, antes de leer estos libros de María Helena Giraldo. En el Libro V: “Un dios fracturado y con asombro”, dice de nuevo: “El hombre, hilaridad de dios” (Abismo. Pág. 89); que me recuerda (el recuerdo es lo que lleva al vórtice, o lo es para mí, recuerdo sin vórtice es un sentimiento y nada más) a Maurice Blanchot en su hermoso libro: La risa de los dioses.
El tema como incitador
En el Libro II: Un poema requiere de más luz que de sangre, indicando que por mi método del caos con el que leo este libro en relación con el Libro IV: El cuerpo de la mañana, en los que los temas, en el sentido no de lo llamado temático, sino el tema como incitador y evidenciador de una obsesión llevada al clímax, esa es su membrana, el clímax. De modo que el tema sin el clímax, aquí no interesa y solamente alcanza su sentido, cuando se relaciona e imbrican entre sí.
Dado qué en ellos, se trata entonces, del cuerpo y la palabra, como realidad y como irrealidad, como intervenidos y mediados, como poseídos de locura y razón, de verdad, como: exclamantes. O ellos están ahí, mostrándose en su contracción y su contradicción, desde el deseo y que pueden ser y no ser. Gravedad de ser. Gravitación del ser en esa perspectiva del cuerpo y la palabra. Veamos como se dice en estos dos libros. En Libro IV: No te quedes afuera. /Todavía tu cuerpo es mi descanso (No te quedes afuera. Pág. 75); descanso tras la muerte de la excitación deseante, de lo que es y no es en esa verdad del clímax del deseo.
Queda la verdad insultante, por su evidencia material del cuerpo, del que se ha exhalado lo más real de la naturaleza del deseo, el clímax. No queda nada, porque el cuerpo no puede ya decirlo. Queda callado ante sí mismo y ante el otro. No tiene siquiera mirada, se evade la mirada del otro, o sea aquí la mirada del lector de los libros. Yo no quiero ser mirado ni mirada por la palabra que hay en el libro, porque la mirada que es escrita, se hace: Escritura inasible (Inasible. Pág. 43).
Y entonces, ante lo que aquí hemos dicho, nos queda saber dónde están el otro nombre y el viento (Saint-John Perse), el viento y el otro nombre porque ellos no son, en este libro de los libros de María Helena, y quizá estén allí, en un intersticio de abismo, en saber que para ella: No es posible regresar a mí después de la palabra (Encuentro. Pág. 47). O sea, que ahora la escucharemos para que entonces, se oculte nuevamente de sí misma, de nosotros y de sus libros.