Este buen libro es otro enfoque del Libertador, el “otro” Bolívar, alguien muy diferente del magnificado psicológicamente por el maestro envigadeño de Otraparte
Se ha dicho que la realidad es abierta y múltiple. Sus facetas se nos van presentando de modo paulatino, permitiéndonos hacer una cautelosa aproximación a lo que son datos y conclusiones ciertos. La verdad va apareciendo, se va imponiendo, con el paso de los años y los siglos; los colores que tiñen los paisajes aparentemente familiares y conocidos, pueden irse volviendo pálidos –por lo menos diferentes a lo habitual- al desteñirse los tonos de determinados filtros, especialmente los de las pasiones nacionalistas o regionalistas. A ello contribuye la lectura de biografías los grandes personajes, no sólo desde las perspectivas de los vencedores, ni de las de los perdedores. También vale, y es muy importante, la de quienes miran los acontecimientos desde un poco más lejos, tanto de las personas, y lugares, en la distancia, como de los hechos en el tiempo. Tal es el caso de una biografía del Libertador: Simón Bolívar, John Lynch (Ed. Crítica, Barcelona 2006, traducción de Alejandra Chaparro). Se trata de “otro” Bolívar. Tal como sucedió con los memorables Estudios sobre la vida de Bolívar de José Rafael Sañudo, originalmente publicados en 1925.
La perspectiva de Lynch es inglesa, y es, además, técnica y exhaustiva. Cada uno de los 12 capítulos de la obra está acompañado de copiosas y contundentes referencias, tanto provenientes de fuentes conocidas (Diario de Bucaramanga, correspondencia Bolívar-Santander, Memorias de O’Leary) como de otras, provenientes de viajeros, estudiosos, académicos. También hay abundantes anotaciones de archivos oficiales (National Archives, Public Record Office, Londres), como Archivo General de la Nación (Caracas) y muchos otros.
Francia invade la península; en ése momento histórico determinante, la ocupación napoleónica entre 1808 y 1813, la estructura administrativa de España -más correctamente la de las dos Españas, la peninsular y la americana- se desarticula. Las Juntas, que aparecen por doquier, a ambos lados del Atlántico, en 1809, son realistas. Dos o tres años más tarde, algunas serán independentistas, otras permanecerán fieles a su original condición española. El entorno es turbulento, buen medio de cultivo para sagaces y ambiciosos que saben convertir “dificultades en oportunidades”, como se acostumbra hoy.
Don Simón, el coronel de las milicias reales, pronto pasará a ser el general Bolívar. Y llegan la violencia, la retórica, las injusticias, los manifiestos, las batallas, las marchas, las concepciones grandilocuentes sobre lo que será el destino de las nuevas naciones de esta parte de Suramérica. Y, ¿por qué la palabra “violencia”?: léase el decreto de Trujillo, la declaración de la guerra a muerte, de 1813. Y también, al menos, la “injusticia”, léase la entrega, por parte de Bolívar, de la posición de Puerto Cabello y el arresto de Miranda para ponerlo en manos de Monteverde, consiguiendo así su salvoconducto personal. En esos confusos años muchos van quedando en el camino: Piar, Padilla, Córdova: “… El conflicto era una guerra civil en la que los americanos predominaban en ambos bandos”. Advierte Lynch: “La crónica de la vida de Bolívar desde 1810 hasta 1812 no es una lectura agradable para aquellos que buscan en un héroe la perfección”, hay “…un buen número de sombras difíciles de pasar por alto”.
En cuanto a los ejércitos, por ambos bandos: “partidas de salteadores” y como factor común: persecuciones, robos, intereses caudillistas, nuevos ricos, odios raciales, prolongados hasta bien establecida la Gran Colombia, muy especialmente en la Venezuela de Páez, quien lograba poco a poco, según el leal O’Leary, manejar el cuchillo y el tenedor y a aprender a leer y escribir. El sur, es un dolor de cabeza: el sur de Colombia, y el Perú seguirán fieles a sus juramentos. Cuando las cosas cambien, cambian los colores de las banderas que los oportunistas saben defender.
Ya en 1826 el Libertador pierde prestigio y apoyo en Bogotá. Las cosas llegan a deteriorarse hasta el extremo de su milagroso escape en la noche septembrina, en 1828. Desilusionado, próximo a su muerte, desde Barranquilla, en 1830, escribe a Flóres, caudillo venezolano ya dueño del poder en Quito: “1. La América es ingobernable para nosotros. 2. El que sirve una revolución ara en el mar. 3. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4. Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas”.
Finaliza Lynch comentando sobre el paradójico culto a Bolívar que se le profesa en Venezuela, desde 1842, generado por Páez, uno de los artífices de la disolución de la Gran Colombia, primer presidente de Venezuela, y después multiplicado emocionalmente por los actuales dictadores y émulos del socialismo comunista que ha ganado tanto terreno en la región, necesitada de héroes de dimensiones mitológicas convertidos en aglutinantes nacionalistas y demagógicos: “el invento de una nueva figura, el Bolívar populista, el socialista”.
Este buen libro es otro enfoque del Libertador, el “otro” Bolívar, alguien muy diferente del magnificado psicológicamente por el maestro envigadeño de Otraparte.