Otras palabras en otro país

Autor: Darío Ruiz Gómez
4 junio de 2018 - 12:09 AM

¿Puede un representante de este totalitarismo convertirse en ícono de una juventud que supuestamente anhela la liberación del explotado, la libertad de la cultura?

 

Recordemos aquella distinción de Jorge Eliécer Gaitán entre país nacional y “país nacional bogotano” y que en el gobierno de Santos centralista y “bogotano” se convirtió en una afrenta al establecer una discriminación entre una minoría bogotana supuestamente aristocrática, refiné y el resto del país mirado como un mundo provinciano, como una masa exótica de mestizos incapaces de vivir los protocolos de la vida “de alta sociedad”. Hernando Téllez no dejó de burlarse de lo que consideraba un complejo propio de los criollos santafereños quienes carentes de un verdadero linaje convirtieron las viejas y rústicas haciendas sabaneras en caricaturas de castillos para dar paso a un más melancólico simulacro de vida cortesana. La vida política y parlamentaria centrada en Bogotá acabó convirtiendo a los políticos y representantes no en voceros de las regiones sino en arribistas sociales a la búsqueda de ser aceptados en estos “altos círculos cosmopolitas” y dando paso como “bogoteños” a otra forma del acomplejado social. De esta manera, el país nacional desapareció por completo de los medios de comunicación, del lenguaje político y por supuesto de las distintas formas de expresión de la cultura tal como radicalmente ha sucedido en estos ocho años donde a la raíz necesaria para la vida de un país, tal como lo es la provincia, se la convirtió en una periferia invisible donde se libraba una desconocida lucha entre las fuerzas del orden y grupos de presuntos insurrectos. ¿Ha conocido alguna vez el ministro Cárdenas cuál es el país campesino, rural, regional sobre el cual ha derramado unas normas económicas abstractas? ¿Cuál es la diferencia entre la cultura de los pobres y la derrota humana de los lanzados a la miseria? ¿Ha recorrido alguna vez la compleja y extraordinaria geografía del país el ministro de Obras públicas al conceder a firmas nacidas para la ocasión las grandes vías que supuestamente nos iban a sacar del atraso y el terror comunicando entre sí a los aislados territorios? Por otro lado, el proyecto político totalitarista tuvo como propósito – por eso comenzó por prohibir la enseñanza de la Historia de Colombia- destruir la herencia de las conquistas civiles, la educación para la libertad, una agricultura tecnificada, el desarrollo de las ciudades, someter el lenguaje, ideologizar las diferencias, negar la pluralidad con el populismo. Desplazamientos forzados, el sufrimiento del exilio a nombre de un proyecto totalitario no constituyen experiencias históricas de otros pueblos, son nuestras propias experiencias y sobre las cuales ha llegado el momento de la reflexión, de la recuperación necesaria de la justicia y de la verdad, el rostro negado de las víctimas.

Lea también: La barbarie ad-portas

¿De cuál país hablamos si carecemos de un proyecto nacional? ¿Hacia dónde se proyecta entonces lo que llamamos política si no la referimos a un país real? ¿No rehúyen el juicio de la Historia quienes ahora pretenden desconocer la condena por parte de los Tribunales Internacionales de estos totalitarismos que llenaron de dolor y sufrimiento nuestros campos y ciudades y ahora se disfrazan de demócratas para sus fines electoreros ? ¿Puede un representante de este totalitarismo convertirse en ícono de una juventud que supuestamente anhela la liberación del explotado, la libertad de la cultura? Que se lo pregunten a la juventud nicaragüense que pone muertos para que caiga la dictadura “socialista” de Ortega y su cónyugue, que se lo pregunten a los estudiantes venezolanos masacrados por Maduro.

Lo invitamos a leer: Sin perdón ni olvido

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