No se puede dejar de reconocer en la genial escritora y polemista italiana un extraordinario carácter y su compromiso vehemente con la tarea del periodista.
Es imposible compartir racionalmente todas las visiones y opiniones que se formó Oriana Fallaci (1929-2006) sobre los hechos más importantes sucedidos en el siglo XX. Su vehemencia y apasionamiento en ocasiones ofuscan sus expresiones e interpretaciones, las llenan de una potente carga subjetiva en la que afectos y desafectos aparecen como explosiones de luz o también como borrosas manchas de oscuridad. Su brillante prosa, su estilo periodístico lúcido, ágil y directo, llega a ser opacado por una iterativa referencia a sí misma como protagonista y como intérprete de los hechos de otras figuras, principalmente de personalidades del panorama mundial de la segunda mitad del siglo, en Europa, los EEUU y otros sitios.
Pero no se puede dejar de reconocer en la genial escritora y polemista italiana un extraordinario carácter y su compromiso vehemente con la tarea del periodista, del entrevistador independiente y veraz, del corresponsal y analista de los hechos en las circunstancias más violentas e incluso peligrosas que se esforzó por testimoniar de modo directo, orientada hacia su tarea de comunicadora y de ciudadana. Logró –y batalló duro por ello- ser siempre fiel a su compromiso existencial con el periodismo. Su contradictoria condición de “cristiana atea” es también una gráfica y cierta reafirmación de su origen italiano –también europeo cristiano occidental- reafirmación de la evidencia de las patéticas y paradójicas situaciones de una civilización hoy sometida o reducida, como la autora lo anuncia, en cultura sometida al yugo del fundamentalismo islámico, y también a otros fundamentalismos, prestos a oprimir a una civilización occidental que ha renegado democráticamente de sus propias raíces cristianas.
La potencia del pensamiento de la escritora italiana es rica en momentos lúcidos, contundentes. Extraigo algunos de ellos de aquel memorable Oriana Fallaci se entrevista a sí misma, escrito con intensidad y energía (no podía ser de otro modo), en los últimos meses de su vida: “El terrorismo intelectual de la izquierda”; “Zapatero es un lagarto sin calidad y no vale un pepino”; “Europa no existe. Es Eurabia”. “La Unión Europea es un club financiero”; “No me gusta Clinton. Nunca me gustó. Ni como hombre ni como presidente”. “… tipos a los que no había que tomar en serio. Piense en Kissinger que conquistó el ridículo premio Nobel de la Paz por una paz nunca conseguida”.
Sobre la “izquierda de caviar”, tan común en las democracias occidentales, denuncia la italiana: “Ser de izquierdas es una moda. Es conformismo, una cosa que se da por adquirida”; y también “Hoy, para mantenerse a flote, hay que estar con la izquierda” refiriéndose al imperio burocrático de lo políticamente correcto, de lo que garantiza empleo, poder y notoriedad. También contiene ideas realistas y fuertes en las conversaciones consigo misma; hay que destacar: “Para aceptar a una persona, para respetarla, no necesito en absoluto que dicha persona piense lo mismo que yo”.
Los libros de Oriana Fallaci son buenas lecturas, que invitan a la crítica, a la autocrítica, a la formación de un criterio sobre lo que fue el complejo siglo pasado. Son ejemplos de continua superación, de esfuerzo por mantenerse fiel a la vocación periodística que la animó, enfrentando grandes peligros personales, la burla y descalificación de sus antagonistas, el odio del islamismo al que vio como un invasor a Europa y, también, la descalificación proveniente de la hipocresía los occidentales renegadores de la condición cristiana de occidente, sometidos hoy a la ideología de género, de lo políticamente correcto y dóciles a la estrategia geopolítica que ponen en operación los Ayatolás.