Y esto que digo se aplica a Medellín pues no podremos recuperar el centro si no fortalecemos los lazos de la legalidad
La tontería humana tiene formas regionales, nacionales y por supuesto mundiales; nada parece más extendido en la historia humana. El cine nos divierte presentándonos personajes y situaciones cuya comicidad se basa en resaltar ese defecto congénito y nos animamos a reír de la moneda corriente en nuestra conducta. En Colombia podemos observar taras viejas como nuestro formalismo, toneladas de leyes que no cumplimos; un hábito nacional promulgar y no cumplir. Esta torpeza se manifiesta como una tendencia a prescindir de lo sustantivo por lo adjetivo.
Frente a una inconsistencia entre nuestra conducta y las normas seguimos pensando que la forma es todo. En poesía eso ha dado frutos como el parnasianismo, la rimbombancia, la futilidad que han expresado quienes están dispuestos a sacrificar el significado por producir versos bellos. Esta insistencia en la cortesía y la elegancia vacía me ha parecido bien ilustrada por un viejo habitante del centro de la ciudad que asegura distinguir a los atracadores foráneos: “son muy maleducados para atracar a uno”. No pude dejar de evocar al ladrón de domicilios de comienzos del siglo pasado, “Calzones” era su apodo, al asaltar con sus compinches una residencia en el oriente de la ciudad reprende a uno de ellos que ha dicho una palabra soez: “¡respete que estamos en casa ajena!”.
Robar con estilo y elegancia es premiado con reconocimiento público y el viejo “Toñilas”, Antonio Medina, hijo de un gran educador antioqueño, disfrutó del favor público que lo rodeó de admiración. Pablo Escobar gozó del aprecio popular pero por otra razón, el síndrome de Robin Hood. En Argentina también Perón tiene ese aprecio que expresan grafitis: “Puto o ladrón queremos a Perón”. Esa imagen del bandido bueno ya la ha estudiado un lúcido escritor e historiador como Hobsbawm y no dudo en señalar que en el mito de Prometeo está presente esa idea de que asaltar a los de arriba para repartir entre los ofendidos es digno y justificable.
Pero los signos de la humanidad no se pueden seguir buscando en esa región de ilimitada irracionalidad pues vamos a seguir potenciando lo inocuo frente a que merece todo nuestro respeto y consideración. Y esto que digo se aplica a Medellín pues no podremos recuperar el centro si no fortalecemos los lazos de la legalidad y por el contrario rodeamos la informalidad de garantías mientras quienes hacen cumplimiento sustantivo de las normas quedan a merced de la delincuencia. En esta misma dirección debemos apoyar al alcalde Federico Gutiérrez en su esfuerzo por re significar la ciudad afrontando con gran valor civil los antivalores que hace rato se apoderaron de los imaginarios. Esto lo distingue hasta el taxista más sencillo, sabe a quién transportar en la noche, identifica por su estilo de conducción y el polarizado de sus vidrios a los que siempre están dispuestos a atropellar a los demás.
Apoyamos a quienes ahora hacen diarios esfuerzos por cambiar los imaginarios mafiosos; somos muchos los ciudadanos que estamos hace años hastiados con esa marca siniestra que nos ha puesto el crimen organizado. Sabemos que en eso que se llama la antioqueñidad, y en el espíritu ciudadano de la capital de la montaña, están claras las fuerzas positivas, sustantivas, honestas para quitarle a la ciudad ese adjetivo destructivo con el cual se quiere seguir marcando la ciudad.