La ciudadanía ya se acostumbró a que un escándalo entierre otro y que incluso estos se hayan producido deliberadamente para tapar fallas mayores
Pocos columnistas en Colombia tenemos la suficiente independencia frente a los poderes públicos, económicos o políticos como para adelantar un juicio certero sobre cualquiera de las situaciones que tenemos; hasta los que provenimos de la academia no estamos exentos de tener posiciones políticas, no muy conscientes a veces. Como Habermas lo ha indicado siempre debemos contar con la existencia de intereses. Pero la omnipresencia de ellos no debería ser nunca un obstáculo para opinar y, por el contrario, tiene que ser a través de la formación de la opinión pública y la educación para la formación política y crítica que podamos superar este momento tan complejo de la nación.
Esta situación de la opinión, sus retrasos y progresos, no es muy diferente de lo que ocurre con el desarrollo de los conocimientos objetivos, sobre todo de los que tienen que ver con el ser humano y su conducta. Tómese al azar cualquier dominio, el psicoanálisis o la antropología, por ejemplo, y al estudiar su historia son balbuceos, comienzos, recomienzos, claudicaciones y renacimientos, crisis y perplejidad creciente lo que con seguridad encontramos.
Hace mucho rato se vienen denunciando los desatinados manejos de la cosa pública, que no es tan externa, por cierto, sino que se relaciona con el desarrollo de nuestras expectativas más personales. Siempre será necesario persistir, insistir y continuar con la lucha por la democracia, adelantar las investigaciones judiciales y que estas se hagan por expertos bien preparados e independientes de los procesos de ejercicio del poder ejecutivo. Y sería totalmente deseable un poder legislativo que opere como espejo de la nación. Pero lamentablemente no es eso lo que tenemos y la Constitución y las leyes del país vienen siendo manipuladas, tergiversando esta esencia de la democracia, permitiendo toda clase de desafortunados incidentes, excesos y desafueros, y la ciudadanía ya se acostumbró a que un escándalo entierre otro y que incluso estos se hayan producido deliberadamente para tapar fallas mayores. Y la situación local como país no es muy diferente de la situación mundial y la pandemia está siendo utilizada para desactivar una avalancha de descontento que cruza los continentes.
En una sencilla práctica culinaria es como si quisiéramos hacer una sopa limpia, pero a cada paso se tergiversa una receta simple, echándole al agua limpia sobras vinagres y detritos incalificables. Creo que estamos necesitando una gran cruzada nacional y mundial por la transparencia y esta cruzada la deben de empezar precisamente las universidades y los ciudadanos, el sistema educativo y la ciudadanía que extrañamente corren a respaldar causas sin más, confundiendo la solidaridad fraterna con el alineamiento ideológico. El cuadro es patético y los políticos de una tendencia se agrupan con espíritu de cuerpo para defender un líder cuya trayectoria está llena de sombras escabrosas y otros, de la facción opuesta, actúan ignorando el pasado macabro de un grupo armado y lo quieren exonerar de toda responsabilidad en crímenes de lesa humanidad.
Como ciudadanos debemos defender de manera enérgica la separación de los poderes públicos y deberíamos vigilar más atentamente la forma como depositamos nuestra voluntad política a través del voto. Pero para nuestra propia destrucción nos hemos acostumbrado a una endeble línea de separación entre lo correcto y lo justo, entre lo legítimo y lo legal y el resultado es esta vida social que tenemos, completamente contaminada por las formas diarias de la corrupción y perfectamente olvidadas en un magma de triste indiferencia.