Mucha gente cree que Karl Marx luchaba por la libertad política, y que los marxistas fueron agentes de la modernización social. Y que la violencia comunista “nada tiene que ver con Marx”, como dijo en esa conversación Paloma Valencia. Son puras fantasías.
No creo que Paloma Valencia piense lo que dice acerca del marxismo. El pasado 25 de febrero, la senadora uribista sorprendió a muchos al declarar, durante un talk show en un programa de televisión de Bogotá, que a ella le gustan “muchísimas” cosas del socialismo. “Para mí la gran utopía marxista de devolverle la libertad al hombre es fundamental”. Así comenzó su breve exposición en donde confundió socialismo con marxismo, como si esa última escuela de pensamiento fuera todo el socialismo (en realidad el marxismo es sólo una rama, la más extrema y tiránica). El socialismo es anterior al marxismo y recubre múltiples propuestas y experiencias políticas, unas antagónicas y otras complementarias, como el cristianismo socialista de Frédéric Ozanam, hasta los totalitarismos devastadores nazi y comunista y el “socialismo del siglo XXI” cuya mayor realización es la Venezuela de Chávez y Maduro.
Pero volvamos a lo del marxismo. Paloma desarrolló su teoría así: “el tema con el que Marx inició es por qué el hombre está preso del sistema productivo que no lo deja ser quien quiere ser ni hacer lo que quisiera hacer sino hacer lo que el marcado le compraría en muchos sentidos”. Antes de concluir: “Y me parece que hay aspectos sin los cuales uno no podría pensar el mundo, o sea, cuando usted piensa que en la revolución industrial los niños trabajaban 18 horas y fueron los movimientos marxistas los que lograron la transformación de unas estructuras que eran totalmente explotadoras”.
Es verdad que mucha gente cree que Karl Marx luchaba por la libertad política, y que los marxistas fueron agentes de la modernización social. Y que la violencia comunista “nada tiene que ver con Marx”, como dijo en esa conversación Paloma Valencia. Son puras fantasías.
Paloma asume como verdad revelada la leyenda negra de la revolución industrial. La primera revolución industrial, surgida en Inglaterra en 1780, fue un inmenso progreso para la humanidad, así como la segunda. Esas revoluciones tecnológicas trasformaron una sociedad originalmente agraria y artesanal en una potencia industrial y comercial. El aumento enorme de la riqueza y de la productividad gracias a las nuevas ciencias aplicadas (maquinismo, electricidad, siderurgia) aportó inmensos avances en muchos sectores: agricultura, transportes, puertos, salud e instrucción pública, sistema bancario, bolsa de valores, consumo, etc.
Marx creyó ver otra cosa: que el sistema capitalista estaba a punto de derrumbarse. El y Engels inventaron el mito de que la industrialización llevaba a la miseria pues antes, suponían, la gente vivía en la abundancia. “El obrero moderno, lejos de crecer con el progreso de la industria, desciende siempre más abajo (…) y el pauperismo crece más rápidamente que la población y la riqueza”, escribieron Marx y Engels en 1848, en el Manifiesto Comunista. La doctrina que habían erigido los padres del “socialismo científico” les impedía interpretar correctamente los hechos sociales.
Dos célebres economistas austriacos, F. A. Hayek y Ludwig von Mises, demostraron que antes de la revolución industrial el campesinado y el trabajador urbano vivían muy mal y sabían que sus hijos correrían la misma suerte. El ascensor social no existía. Quien no podía vivir de la agricultura, o no tenía la instrucción necesaria para emprender un negocio, estaba condenado a la indigencia. Eso cambió drásticamente con el desarrollo económico.
Hayek escribió: “Con el aumento de la riqueza y del bienestar mejoraron los niveles de vida y las aspiraciones. Lo que antes parecía ser una situación natural e inevitable, o incluso como una mejora respecto del pasado, llegó a ser mirado como contrario a las oportunidades que la nueva era ofrecía. El sufrimiento económico se hizo más visible y más injusto porque la riqueza general aumentaba mucho más rápido que antes.” Ello explica por qué, al mismo tiempo que emergía la clase obrera industrial y las clases media, cobraron auge los movimientos de reforma social que buscaban poner fin a la miseria obrera. El historiador Tom Woods cita al economista Joseph Schumpeter quien recordó otro detalle interesante: el fantástico valor agregado creada por el capitalismo “permitió, paradójicamente, a los censores del capitalismo dedicarse de tiempo completo a esa labor intelectual, gracias al confort que les ofrecía el sistema tan criticado”. Por ejemplo, Friedrich Engels conservó desde 1869 acciones de la fábrica de su padre y las invirtió en la Bolsa de valores para que le produjeran dividendos y poder vivir sin trabajar en Manchester y ayudar a Marx.
A éste último le importaba muy poco la reforma del sistema de trabajo. Lo de él y de sus seguidores era la destrucción del capitalismo. La reforma social inglesa fue realizada por los sindicatos y por los partidos liberal y conservador, no por los marxistas, los cuales nunca fueron más que organizaciones marginales en ese país, hasta hoy.
En la misma revolución de 1871, conocida como la Comuna de París, ni Marx ni sus adeptos, minoritarios en la primera Internacional, jugaron un papel, a pesar de que Bismarck acusó a Marx de ser el jefe de la Comuna. Fueron los blanquistas, los bakuninistas y los amigos de Proudhon, líder y teórico socialista francés, considerado como uno de los padres del anarquismo pacifista, admirado por Marx en una época, quienes jugaron un papel considerable en esa revolución y en las reformas sociales ulteriores. En cambio, desde Londres, Marx se mostró reticente y hasta envió una carta a sus amigos para decir que estaba contra esa insurrección, antes de criticarla acerbamente por no haberse apoderado del oro de la Banque de France.
Con Lenin y Trotski, los marxistas llegaron al poder en un país atrasado, Rusia, en 1917, mediante un golpe de mano, luego de prometer que instaurarían el paraíso de la fraternidad sobre la Tierra. Los bolcheviques y los demás que llegaron después por vías violentas en otros países, cayeron todos, sin excepción, en el horror del comunismo realizado, que es la negación más absoluta de la emancipación humana.
Desde su juventud, Marx fue un ardiente enemigo de los derechos humanos y de la constitución francesa de 1795. Marx no defendió jamás forma alguna de derecho. Y nunca renunció a esas ideas. El repudiaba el derecho del Hombre a la libertad, incluida la libertad de conciencia individual, pero también el derecho a la propiedad privada, a la seguridad y a la igualdad. La abolición de esos derechos era, según él, una condición para alcanzar la “emancipación humana”. En 1846, Marx hizo expulsar al periodista Kriege de la Liga Comunista por defender en sus escritos la propiedad privada.
Marx consideraba que esos derechos eran un soporte de la alienación humana. Tales ideas fueron plasmadas en varios textos. Sobre todo en la Crítica del programa de Gotha y en Sobre la Cuestión Judía, que los partidos comunistas, y ensayistas como Althusser, tratan de ocultar por las elucubraciones absurdas sobre los derechos humanos que contiene, por sus pasajes racistas y antisemitas. Porque saben, en fin, que ese texto contiene la esencia más vil y terrorista del planteo marxista.
Paloma Valencia estima, sin embargo, que Marx quiso “devolverle la libertad al hombre”. Ni los hechos ni la teoría dicen que ese postulado sea correcto. La Historia muestra cómo el sistema comunista destruyó, en todos los países donde arrebató el poder, la libertad del hombre. Y esa tragedia no fue causada por una misteriosa “desviación” de la teoría marxista, sino que fue originada por la doxa marxista misma, por la visión que esa ideología tenia del hombre y de la sociedad futura.
En el terreno filosófico, Marx militó por la desaparición de la esfera individual privada. Intentó abolir toda diferencia entre individuo y sociedad. Propuso la colectivización integral del hombre y sacrificar el individuo en el altar de lo colectivo. Marx no concebía la emancipación humana sino por la vía de la inmersión del horrible “individuo egoísta” dentro de una sociedad totalitaria. El filósofo André Senik, autor de un libro fundamental sobre este tema (1) señala que la visión de Marx es la de “una asociación fraternal de individuos que tiene colectivamente todos los poderes sobre la existencia de cada uno de ellos, por lo que nadie necesita la libertad y la seguridad individuales”.
Senik aduce que Marx solía torcer ciertos hechos y practicar la esquiva por lo que no presentó de manera simple y clara su concepción del hombre emancipado, a diferencia de lo que hicieron Espinoza, Rousseau, Kant y otros humanistas. “Si su modelo de autogestión total hubiera sido expuesto claramente y sin ardides, como la colectivización integral de la existencia humana, sin espacio individual, el rechazo a esas tesis sería más vasto y ostensible”.
En sus escritos, el “hombre nuevo” será colectivamente dueño de todo y de todos, salvo de él mismo, pues los otros serán igualmente dueños de todo y de todos, o sea de él. En otras palabras, “el individuo ya no será dueño de sí mismo pues su yo habrá desaparecido, habrá sido integralmente socializado, habrá sido desintegrado”, concluye Senik.
Marx pretendía que la caída de Robespierre y de su régimen de Terror fue causada por el error de éste de no haber extinguido a tiempo los derechos del hombre y no haber impuesto, en la teoría y en los principios, los derechos del Terror. Marx explica que el Terror debe ser el modo normal de ejercer la soberanía colectiva contra las libertades de los individuos. Es lo que Slavoj Zizek aplaude y llama “la virtud emancipadora del Terror”.
El ensayista británico George Watson (2) llamó la atención en uno de sus libros sobre los escritos racistas y terroristas de Engels y Marx, de 1849 y 1852, donde incitan al genocidio y a la exterminación de ciertos “pueblos moribundos”, como los húngaros, los poloneses, los serbios, los vascos, los bretones y los escoceses que no se someten al domino de Prusia y de la nación inglesa (3). Textos después aplaudidos y difundidos por Franz Mehring, biógrafo de Marx, y por Stalin. Antes de esos textos “ningún otro movimiento político o partido o teórico se había declarado favorable a la exterminación racial antes de 1849”, precisa Watson. “Si toda una tradición socialista que viene del siglo XIX preconizaba los métodos que serán más tarde los de Hitler así como los de Lenin, Stalin y Mao, la recíproca es cierta: Hitler se consideró siempre como un socialista”, escribió Jean-François Revel en 1999. Revel revela que Hitler había explicado a Otto Wagener, su biógrafo, que sus desacuerdos con los comunistas “son menos ideológicos que tácticos”. Hitler habría agregado: el problema con lo políticos de la República de Weimar “es que ellos no leyeron nunca a Marx”.
Pero sería un error creer que los nazis fueron los primeros en construir campos de concentración. El primero fue Lenin. Él aprobó el aplastamiento definitivo de clases sociales enteras, como los kulaks (campesinos ricos y medios), realizando los proyectos de exterminación de Marx y Engels. Esos primeros gulags fueron bien anteriores al pacto Hitler-Stalin de 1939 que destrozó a Polonia y le atribuyó a la URSS la mitad de ese territorio y le permitió apoderarse de las repúblicas bálticas. Ese pacto y su ruptura, en junio de 1941, cuando Alemania invade a Rusia con 153 divisiones, fue seguido de las grandes atrocidades hitlerianas en Europa, como el Holocausto judío, y las otras masacres stalinistas en el espacio soviético.
Hay pues un hilo conductor entre el marxismo y las atrocidades cometidas por las Farc y por las otras bandas narco-comunistas en Colombia. Hay gran incoherencia al mostrar admiración por el marxismo y ser un adversario resuelto de las Farc.
No, Marx no luchó por la libertad del Hombre.
(1) André Senik, Marx, les Juifs et les droits de l’homme (Denoël, Paris, 2011
(2) George Watson, Lost literature of socialism (The Lutterworth Press, Cambridge).
(3) Ver el artículo de Friedrich Engels de febrero de 1849 en la revista Nueva Gaceta Renana sobre los disturbios en Hungría, y el artículo de Karl Marx de 1852 intitulado Revolución y contra-revolución en Alemania en la misma revista.