No todo vale en el debate

Autor: Max Yuri Gil Ramírez
14 julio de 2020 - 12:03 AM

Renunciar a un ejercicio ciudadano autónomo y resignarse a las masas de ovejas en busca de pastor, es renunciar a cualquier perspectiva de cambio.

Medellín

La semana pasada se publicó en Harper's Magazine una carta firmada por más de 150 intelectuales, denominada Una carta sobre justicia y debate abierto[1] firmada entre otras, por personalidades reconocidas en el mundo de las humanidades y las artes como Noam Chomsky, Francis Fukuyama, Salman Rushdie, Margaret Atwood, entre otros. En esencia, la carta parte del reconocimiento de la justeza y legitimidad de la ola de protestas que ha suscitado el asesinato a manos de la policía del afroamericano George Floyd, pero llama la atención sobre el riesgo de un conjunto de ideas y prácticas que debilitan las condiciones para el debate abierto y que amenazan la necesidad de un ambiente respetuoso de las diferencias y la diversidad.

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Este no es un asunto menor en el panorama del debate público contemporáneo. Al menos en el mundo occidental, las discusiones políticas han pasado del campo de la confrontación de argumentos al del intercambio de insultos y mentiras, la constitución de campos antagónicos formados por fanáticos a quienes lo único que les importa es la victoria sobre sus enemigos a cualquier costo, cercenando y asfixiando las posibilidades de la definición de acciones políticas y hasta la construcción de acuerdos basados en argumentos lógicos. A este clima han contribuido diferentes procesos políticos en el mundo, pasando por fenómenos autoritarios como los que se han dado en Polonia con los hermanos Kaczynski en 2005, y Hungría con Víctor Orban en 2010, hasta otros más conocidos y cercanos a nosotros, pero que sin duda han experimentado un salto cualitativo con el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos en 2016

Dos dimensiones de este proceso de degradación del debate público son las que representan el uso descarado de la mentira como reemplazo del argumento, y el alinderamiento de las personas en bandos irreconciliables en torno a caudillos que ostentan la condición de semi dioses, infalibles. En el primer caso, Trump ayudó a legitimar el uso de la mentira como un medio legítimo en la acción política, claro, no la inventó, era bastante usada, pero acuñar el concepto de posverdad, como una forma de defender el uso descarado de la mentira sin el menor sonrojo, lamentablemente se ha convertido en una práctica generalizada en el debate, se usa sin la menor responsabilidad como arma para destruir moralmente al otro, y no se considera necesario demostrar lo afirmado, basta con decirlo y dejar que las redes sociales se encarguen de la amplificación y propagación de la mentira. Este es un campo especialmente favorable para la difusión de mentiras sin control, un nuevo espacio público en el cual la mentira, la difamación y el sicariato moral se han entronizado.

La segunda característica del debate contemporáneo es la constitución de bandos antagónicos, convirtiendo la política en un terreno en el que el propósito es la destrucción del otro, y para eso todo vale, no hay ningún marco ético ni moral que considerar, el fin, si justifica los medios, y la mejor forma de organizarse para este propósito es la constitución de legiones de seguidores en torno a liderazgos mesiánicos, omnipresentes y omnisapientes, con los cuales la única forma de relacionarse es el seguidismo incondicional, o el paso al campo simbólico o real del enemigo.

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Es ya bastante sabido que el proyecto moderno, que se basaba en la constitución de sujetos moralmente autónomos que se atrevían a pensar por sí mismos, a ejercer su mayoría de edad intelectual construyendo un criterio propio y actuando en consecuencia; era bastante ambicioso y desconocía los múltiples caminos de la alienación. Pero renunciar a un ejercicio ciudadano autónomo y resignarse a las masas de ovejas en busca de pastor, es renunciar a cualquier perspectiva de cambio social que mejore las condiciones de vida materiales y subjetivas para las personas en las sociedades del siglo XXI.

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