Hay que pensar en la manera como esta sociedad ha construido las representaciones de lo que son las mujeres, de su valor como seres humanos, de su lugar en la sociedad y de las formas en que deben ser tratadas
Desde que estalló el movimiento #MeToo en redes sociales en octubre de 2017 hasta hoy, hemos conocido las infinitas formas que puede adquirir el acoso sexual contra las mujeres, la explotación sexual a niñas y jóvenes y lo extendido que se encuentra este fenómeno, que en sentido estricto no es que el movimiento #MeToo lo haya descubierto, ya había sido denunciado durante décadas por organizaciones que promueven los derechos humanos de las mujeres y el feminismo, pero sin duda, en estos tiempos, el #MeToo ha significado llegar a millones de personas que en el mundo no conocían de este grave problema.
Recientemente se han estrenado en plataformas de televisión documentales como Intocable, que relata las prácticas de acoso del productor Harvey Weinstein en el ámbito de la industria cinematográfica, la serie Asquerosamente rico, que muestra las actividades de Jeffrey Epstein, millonario estadunidense, quien regentaba un lucrativo emporio de explotación sexual de jóvenes y mujeres y que contaba entre sus grandes amigos y aliados al hoy presidente de EEUU Donald Trump. Recientemente se estrenó Atleta A, documental que denuncia las masivas violaciones y abusos a niñas y jóvenes realizadas por Larry Nassar, médico del equipo olímpico de Gimnasia de los Estados Unidos.
Estas historias tienen en común que miles de mujeres desde su infancia hasta su edad adulta han sido objeto de todo tipo prácticas de abuso, explotación y violación de manera reiterada, que los criminales responsables de su victimización han podido actuar así ante la benevolencia, indolencia y complicidad de sus jefes, amigos, aliados, y autoridades encargados de controlarlos, investigarlos y sancionarlos; mientras que las mujeres que se han atrevido a denunciarles han sido objeto de todo tipo de presiones, hostigamientos, cuestionamientos y presunciones de mala fe. El victimario goza del beneficio de la duda en su favor y se desenvuelve en un ambiente de comprensión y banalización de su conducta; mientras las víctimas que denuncian son objeto de señalamientos y estigmatizaciones, por algo sería. Se ha construido un ambiente que no sólo normaliza y naturaliza estas conductas, sino que las justifica.
Lo que demuestran estos miles o probablemente millones de casos, es que no son conductas aisladas, que detrás de esto existe un patrón de sistematicidad y recurrencia, no sólo en la cantidad sino en la forma como se producen estos crímenes, y que hay que pensar en la manera como esta sociedad ha construido las representaciones de lo que son las mujeres, de su valor como seres humanos, de su lugar en la sociedad y de las formas en que deben ser tratadas por los varones. Hay de fondo una formación cultural y social estructural, patriarcal, que minusvalora a las mujeres, que las cosifica e instrumentaliza desde sus primeros años, que ha normalizado el acoso, el abuso, la violencia e incluso la muerte contra ellas.
Recientemente en nuestro país se ha denunciado también prácticas de acoso y abuso cometidas contra mujeres en el mundo del arte y la cultura, algunas de ellas se produjeron cuando eran menores de edad. Pero como si esto no fuera suficientemente grave, en medio de la pandemia del coronavirus otra pandemia silenciosa crece, prácticamente cada día se conoce el caso de mujeres asesinadas en sus hogares por parte de sus esposos, novios o compañeros permanentes, según informaciones de prensa, van un poco más de 100 casos comprobados en lo que va corrido del presente año. El pasado jueves, además, conocimos la información sobre la violación de una niña indígena de 14 años por parte de un grupo de 7 soldados, quienes no solo la ultrajaron sexualmente, sino que la mantuvieron secuestrada durante varias horas. En este último caso, se superponen varias condiciones que agravan la victimización, es una niña, indígena, pobre, marginada, discriminada; todo lo cual contribuye a la construcción de vulnerabilidad frente a los victimarios y la sociedad.
Las reacciones en la sociedad colombiana dejan mucho que desear, aquí como en Estados Unidos y en el resto del mundo, los victimarios con la complicidad y comprensión casi generalizada de su entorno y de la opinión pública, mientras las mujeres son quienes cargan con el peso de la sospecha y la revictimización. La demostración de lo despreciable que puede ser la justificación de estos crímenes, se ha expresado en el caso de la niña indígena violada, revictimizada entre formadores de opinión que buscan trasladar la sospecha hacia la víctima o justificar lo que le pasó por razones politiqueras y de cálculo electoral. No, no es normal, el machismo mata miles de mujeres en el mundo y debemos partir de no normalizar ninguna violencia contra la dignidad humana de las mujeres, debemos revisar la forma como hombres y mujeres hemos construido nuestras posturas sobre lo normal de los comportamientos hacia las mujeres en el siglo XX.