Los actos de barbarie e insensatez humana que nos acosan -casi que a diario- se han vuelto prácticamente inadvertidos y suelen ocurrir inclusive en el plano de los más corrientes e insospechados escenarios sociales, afectando igualmente a quienes menos lo esperaban.
No obstante los grandes magnicidios (muerte de personas muy importantes políticamente o en ejercicio del poder) y los múltiples y sucesivos actos de criminalidad que se han sucedido a lo largo y ancho de la geografía y de nuestra historia nacional, nada realmente efectivo se hace para resolver y/o evitar tan atroces y demenciales crímenes, muchos de los cuales han sido considerados, inclusive, hasta de lesa humanidad (aquellos que se tornan en ataques sistemáticos a la sociedad civil y que por su grado de malignidad son un desafío a la humanidad misma).
Nada parece ya conmovernos. Ha sido tanta la crueldad de dichas acciones y las múltiples formas de presentarse estos reprochables comportamientos que en verdad hemos asumido como una cierta actitud de inmutabilidad y tolerancia ante algo que en Colombia se ha venido tornando como una conducta más que desafortunadamente no ha podido erradicarse de la faz de nuestra sociedad y; por el contario, este penoso caos tiende a acrecentarse y a multiplicarse de manera imparable e incontrolable.
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Los actos de barbarie e insensatez humana que nos acosan -casi que a diario- se han vuelto prácticamente inadvertidos y suelen ocurrir inclusive en el plano de los más corrientes e insospechados escenarios sociales, afectando también a quienes menos lo esperaban. Hoy la gente del común, el ciudadano común y corriente, al igual que quienes tienen responsabilidades de dirección o gobernabilidad al interior del Estado y la Sociedad, todos nos movemos en medio de los más serios peligros y riesgos que pueden en cualquier momento dar al traste con nuestras vidas, integridad física y/o económica o cualquier otro de los graves males y peligros que azotan al ciudadano de bien de manera constante e inesperada.
Nada parece que haya hecho tocar fondo a la delincuencia que nos circunda y acosa, la maldad y el peligro están por doquier, hasta por no llevar nada que satisfaga las ambiciones del pillo, ladrón o delincuente callejero, han muerto muchas personas o han sido lesionadas y agredidas por el más mínimo e intolerante encuentro con quienes parece que estuvieran al asecho o la espera de a quién ofender o a quién encontrar para hacerle algún daño.
Ni la trágica muerte de nuestros más destacados líderes sociales y políticos (Gaitán, Galán, Álvaro Gómez, Jaime Garzón, Valdemar Franklin Quintero, procurador general, gobernadores, alcaldes, políticos y líderes sociales de toda índole o raigambre), asesinados muchos de ellos, por el sólo hecho de defender con vehemencia y denuedo sus ideales y convicciones políticas o personales, ha hecho que esta lamentable tragedia pare y, muy por el contrario, con el paso del tiempo y de esas terribles experiencias, los actos de criminalidad política y social han aumentado irremediablemente, ampliándose y alcanzando a personas y sectores antes impensables. Humildes hombres y mujeres siguen cayendo en las garras de este aterrador fenómeno de muerte y desolación, la violencia, la impunidad y la corrupción siguen imparables, allanando sectores sociales y territorios que inermes ven caer a quienes son sus líderes y más naturales defensores, sin poder hacer nada para oponerse o evitarlo. Totalmente inermes ante tan poderoso y siniestro flagelo.
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La malvada praxis que nos ha hecho merecer el título de ser uno de los países más violentos del mundo, pareciera que no tuviera fin y como un monstruo de mil cabezas que se trasforma al paso de los años y de los acontecimientos, va mutando en variedad de formas y conductas, desde las más simples y sencillas hasta las más sofisticadas y complejas, haciendo imposible el actuar defensivo de las víctimas que día a día caen en las garras de este aterrador fenómeno. Y lo más grave, tampoco se ha podido establecer y a la vista no se tiene –aún- estrategias claras y concretas, por parte del Estado y la Sociedad, para contrarrestar tan deplorables y peligrosos enemigos sociales.
Las violencias siguen actuando, en muchos casos imperceptiblemente, haciendo cada vez más difícil su control, extendiendo su insaciable capacidad y poder, generando desazón y desconfianza ciudadana, pérdida de credibilidad, suspicacia e inestabilidad de las instituciones legítimas del Estado y la Sociedad que -a decir verdad- incapaces, ante tan cruda realidad, han visto como ilegalidad, violencia y corrupción crecen y se fortalecen sin control, sin que hasta el momento se haya podido poner freno a este demencial proceso que nos pone al límite y nos amenaza constantemente con nuevas y peores tragedias: Descomposición social a todo nivel; corrupción administrativa y social crecientes; narco-microtrafico, inseguridad ciudadana, inestabilidad institucional; polarización social y política, etc. y por no mencionar sino algunas de las nefastas consecuencias que se han generado y que han venido degradando enormemente los valores y principios que propenden por la paz, la reconciliación y el bienestar de nuestra Nación.