Nadie hasta hoy se había burlado tanto del predicamento de un Montesquieu para quien la división y la disciplina en el ejercicio de los poderes garantizan no sólo la democracia: también la humana convivencia
La acrobacia personal y política de Benjamín Netanyahu merece- más que sorpresa- admiración. En el curso del último año y principios del actual ha logrado constante atención en múltiples medios revelando un talento envidiable no sólo entre los jugadores de ajedrez; también para aquellos países y figuras que en el último siglo adoptaron y enriquecieron las lecciones mal leídas de Maquiavelo.
Considero justo restarle presuntos errores y delitos. Al menos en cantidad y calidad. Pues en comparación con no pocas figuras políticas históricas y presentes que han actuado y actúan en múltiples escenarios- cercanos y lejanos- los pecados que él habría cometido apenas tienen algún peso.
Cabe recordar: no mandó matar a persona alguna ni robó millones de dólares; no se le conocen perversiones ni severas patologías. Si cometió o no alguna ligereza a fin de elevar el volumen de su figura o para enriquecer su presencia en la Historia – los tribunales oportunamente decidirán. Considerando no pocos de sus logros cabe restar sin reservas ni vacilaciones los cargos que se le imputan cuando se saben y se conocen los actos de algunos líderes políticos en otras latitudes del mundo.
Sin embargo, la suma es grave y amplia cuando Netanyahu es considerado en el marco de la cultura judía e israelí. Definitivamente, si cometió o no algún delito será asunto de los jueces jerosolimitanos que oportunamente tratarán su caso. Juzgo que en términos de esta nuestra cultura y nuestras vivencias en un país que para sobrevivir físicamente y progresar como democracia ha recortado la vida de no pocos- sus actos apenas pueden ser tolerados.
Uno de ellos: repetir que nada hay y nada habrá pues su conducta fue y es impecable. Fatigada frase que en estos días la fiscalía gubernamental impugna y, sin opciones razonables, Netanyahu deberá presentarse en los meses venideros ante los tribunales.
El otro: obligar la realización de un tercer torneo electoral que trae consigo altos costos jurídicos, financieros y políticos. Nadie hasta hoy se había burlado tanto del predicamento de un Montesquieu para quien la división y la disciplina en el ejercicio de los poderes garantizan no sólo la democracia: también la humana convivencia.
Y uno más: solicitar el apoyo directo y oblicuo de encumbrados líderes a fin de que le faciliten textos en Washington y en Moscú para colmar los espacios televisivos. Textos e intenciones que pueden acarrear altos costos no sólo en el medio político nacional; también en los vínculos hasta hoy razonables con países y culturas cercanas que gravitan en Israel.
Una suma y resta apenas fragmentarias cuyo resultado final se conocerá en los meses y años venideros.