La pandemia está levantando la sábana de un cadáver nauseabundo, denominado neoliberalismo
La pandemia está levantando la sábana de un cadáver nauseabundo, denominado neoliberalismo. El derrumbe moral que hoy viven las naciones, el empobrecimiento acelerado, el desempleo, el subempleo, la tercerización laboral, la corrupción, la deshumanización escandalosa, está demostrando que es necesario darle sepultura a este engendro, nacido en 1980, cuyo partero en Colombia fue César Gaviria Trujillo, seguido con mansedumbre por sus conmilitones en todo el territorio nacional. Los Gaviria se reprodujeron a lo largo y ancho de Colombia. ´
Hay consenso en que el 7 de agosto 1990, cuando Gaviria asumió la Presidencia, implantó la más perversa y profunda de las reformas económicas en la vida de los ciudadanos colombianos. Su publicitada arenga Bienvenidos al Futuro, que ahora es entendida como una mofa infame, puso punto final al modelo proteccionista de la economía, para darle paso a un modelo inhumano, que suprimió de un tajo al Homo Politicus Liberal (Hombre político; el que basa sus decisiones considerando su función de utilidad social), por el Homo Oeconomicus Neoliberal (Hombre económico; el que basa sus decisiones considerando su propia función de utilidad personal).
A esta circunstancia, Zygmunt Bauman, el gran sociólogo y filósofo polaco, en su lúcido libro La modernidad líquida, plantea: “la modernidad líquida es como si la posibilidad de una modernidad fructífera y verdadera se nos escapara de entre las manos como agua entre los dedos. Este estado físico es aplicado a esta teoría de modernidad en el sentido de que, posterior a la Segunda Guerra Mundial, nos encontramos con por lo menos tres décadas de continuo y próspero desarrollo, en el que el ser humano encuentra tierra firme para ser y relacionarse con los demás; años más tarde, este mismo desarrollo, traducido en la ciencia y la tecnología, así como también en lo político, económico, intercambio cultural, apertura de mercados, globalización, ha llevado al ser humano a alejarse de aquello con lo que se mantenía unido, la sociedad. Es decir, de una sociedad sólida pasa a una sociedad líquida”; Esto es, la sociedad del desamparo, de la incertidumbre, del hombre abandonado por el Estado, del hombre considerado como simple mercancía.
Esta sociedad del hombre que fue obligado a pasar de la modernidad fructífera a la modernidad líquida, es la que denuncia con vehemencia Wendy Brown, profesora de Ciencias Políticas en la Universidad de Berkeley, en su libro El pueblo sin atributos, subtitulado La secreta revolución del neoliberalismo, donde demuestra que la democracia está en peligro, al afirmar, en un brillante y minucioso análisis de las fuentes intelectuales del neoliberalismo y de los hábitos sociales y políticos que engendra, que “el neoliberalismo no es sólo un conjunto de políticas económicas. Es una racionalidad que interviene y afecta a todos los órdenes de la vida, desde la educación hasta la cultura, pasando por los lugares de trabajo y el hogar; transformando a la ciudadanía en simples homo economicus y poniendo en peligro la democracia”. Y pregunta “¿Estamos aún a tiempo de echar el freno antes de que el neoliberalismo acabe con todo?”
El Papa Francisco, el mundo, Colombia, no soportan más un neoliberalismo que nos convierte en narcisistas, en negadores del otro, presas fáciles para el mercado y el consumo, donde el otro vale por lo que tiene o aparenta tener: un hombre hedonista, mediocre, sin atreverse a la crítica y a la creación. Un hombre sin historia, sin futuro, con la idea primaria de que lo único importante es el hoy, el yo, el ahora, el subsistir. La negación suprema de un proyecto de vida. La “libertad de la realización”, es la ilusión que vende el neoliberalismo, donde el Estado elude a gusto sus obligaciones y el gobierno legaliza recortes de personal, suprime servicios básicos y lanza al ciudadano a las calles, al desamparo y a la miseria.
El neoliberalismo inyecta violencia a la sociedad en la medida que estigmatiza a quien “no produce”, hasta reducirlo a la condición de paria que debe desaparecer, y estimula grandes males sociales, entre ellos la corrupción que florece como el negocio más próspero para algunos que detenta el poder, incluidos presidentes, gobernadores y alcaldes.
Darío Arenas Villegas, colega columnista del diario La Patria, de Manizales, dice: “Se volvió costumbre en Colombia que cada nuevo escándalo de corrupción es peor que el anterior. Los sobornos de la constructora brasileña Odebrecht (por ejemplo) a altos funcionarios del gobierno, congresistas y políticos de varios partidos, han generado una ola de indignación, que ha logrado posicionar a la corrupción como un debate principal en la vida del país, a la vez que ha provocado que el foco de medios de comunicación, órganos de justicia y sociedad civil se centren en las denuncias contra empleados públicos y privados, que ofrecen y aceptan millonarias coimas para favorecer intereses particulares”. Y agrega: “Por eso es común que detrás de los grandes actos de corrupción, además de haber bandidos que se lucran a costa del desangre de las arcas públicas, hay normas y procedimientos basados en la ideología neoliberal, que avalan, incentivan y promueven el saqueo”.
La pandemia está levantando la sábana de un cadáver nauseabundo, denominado neoliberalismo.