Que no se viva aquí la trágica metamorfosis de la libertad y la democracia en un amargo socialismo del siglo XXI, una flor falsa, deteriorada y esclerótica.
El necio es quien actúa de modo imprudente, con exceso de confianza, ignorando cosas que debería o podría haber sabido. La actuación del necio es expresión de la respuesta inadecuada a la realidad, de su obstinación en persistir en el error y no percatarse de ello, del autoengaño. El ameno escritor y economista español Fernando Trías de Bes lo ha descrito con gran precisión en su obra “El hombre que cambió su casa por un tulipán”. La enfermedad de la codicia y el síndrome del necio caracterizan el comportamiento irracional -disonancia cognitiva- de quienes impulsados por el afán del enriquecimiento fácil y rápido incurren en conductas de las cuales pronto han de pagar las consecuencias. Este acertado acercamiento psicológico a las profundidades del espíritu humano en cuanto tiene de contradictorio e ingenuo, sirve para este autor elaborar un ponderado y didáctico análisis de las situaciones conocidas como burbujas de la especulación en la historia de la economía.
El síndrome del necio -quien confunde valor con precio- se expresa en muchas circunstancias de la vida, no sólo en la economía y en la política. Muchas decisiones del ser humano libre, pero erróneas en su proceso de elaboración y ejecución, conducen a escenarios y resultados deplorables: pobreza, inseguridad, ignorancia, catástrofes ambientales, injusticia social, familias desarticuladas o aniquiladas, prevalencia del interés egoísta de unos cuantos muy poderosos, violencia, atropello hacia los débiles. La lista es extensa.
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La irracional simpatía izquierdista que se percibe en determinados medios de comunicación y en ámbitos del escenario preelectoral también parece ser un actual medio de cultivo para el florecimiento de los necios. Quienes aún creen que candidatos autodenominados “moderados y pluralistas” lo son, están padeciendo del conocido síndrome. Hace unos años circulaba una interesante metáfora relacionada con la ideología de los verdes en Alemania: basta con hacerles un pequeñísimo raspón en la piel para identificar su verdadero color: el rojo. Pero el rojo clásico, el de las banderas de Lenin, el de las purgas de Stalin, el de los totalitarismos neo-marxistas que han pululado por doquier, especialmente en la muy ingenua, veleidosa y lábil América Latina. Los discursos supuestamente centristas, agresivamente sociales y ecologistas, superficialmente moderados, en realidad son sólo mecanismos de captación de electores que, ignorando lo que deberían saber, imaginan que los archipiélagos Gulag no existieron y que los logros de la revolución castrista fueron una redención para los oprimidos.
Los necios –ninguno de nosotros está libre de ese padecimiento- deben y debemos recordar que la realidad histórica trasciende el momento actual, que la debacle económica y social causada por los regímenes de la izquierda marxista, promotora del odio, del ateísmo, y de la lucha de clases como lo enseña ortodoxamente su ideología, es posible aún en Colombia. Estas son razones adicionales para intentar llamar la atención sobre la importancia de votar copiosamente por Duque en la próxima contienda electoral. Admitiendo algunas reservas sobre sus propuestas, hay que reconocerle la valentía y entereza con que ha sabido sortear toda clase de artimañas y dificultades que los captadores profesionales de necios electores –políticos y medios de comunicación al servicio de las opciones de la izquierda- le han interpuesto de modo habilidoso. Con documentación, con serenidad y con espíritu de decencia, el candidato Duque se ha sabido sostener en una actitud de compromiso, coherencia y seriedad. Ojalá los colombianos lo apoyemos y no cambiemos nuestro patrimonio, la casa propia, por un devaluado tulipán, como sucedió con muchos que actuaron movidos por el comportamiento irracional propio de las burbujas descritas por Trías de Bes. Que no se viva aquí la trágica metamorfosis de la libertad y la democracia en un amargo socialismo del siglo XXI, una flor falsa, deteriorada y esclerótica.