Hay voces incómodas que hacen planteamientos con respeto, que generan cuestionamientos válidos, la posición frecuente de los cuestionados es bloquear al que interpela, y escuchar o leer sólo al que los adula.
Es mucho más fácil sostener conversaciones con quienes comparten los mismos ideales, así validamos nuestras creencias y convicciones en diferentes campos: laboral, político, religioso, deportivo, económico, etc., el problema de siempre dialogar con quienes no nos cuestionan es que inconscientemente vamos creyendo que siempre estamos en lo correcto, que nuestra forma de ver el mundo es la única y la mejor, que no hay lugar a otras visiones y que en caso de que existan, sentimos que nos ponen bajo amenaza; como mecanismo de defensa, salimos al ataque, ridiculizando o desvirtuando al que cuestiona.
A finales del año pasado, la bióloga argentina Guadalupe Nogués, brindó una conferencia Ted x Río de la Plata (ver) denominada “Cómo hablar con otros que piensan distinto”, entre las cosas que recalcó fue que entre más hablemos entre los que pensamos lo mismo, más corremos el riesgo de que nuestras opiniones se vuelvan extremas y homogéneas, eso es peligroso para una sociedad y para la democracia, porque se limita la diversidad de pensamiento y a las voces disonantes que son tan importantes.
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Las redes sociales han agudizado los extremos, en plataformas como Twitter, que según datos del Ministerio TIC, en Colombia hay cerca de 6 millones de usuarios -el 12% de la población-, es frecuente ver “matoneos” y agresiones contra distintos personajes, hace días le tocó a la vicepresidente Marta Lucía Ramírez por el caso de su hermano, esta semana el turno fue para Vicky Dávila por la publicación del nombre de su hijo, menor de edad, en un artículo que vincula a la familia de su esposo con negocios ilícitos, ese es el pan de cada día; por la naturaleza de Twitter, que limita los caracteres, la herramienta no permite profundizar el debate y por eso lo más común es dejarse llevar por las emociones y caer en los descalificativos. La culpa no es de la plataforma, esta permite visibilizar temas con personas y entidades de todo nivel y publicar información de interés. El problema redunda cuando se tocan temas sensibles y polémicos. Salen a relucir las bodegas, perfiles falsos y otros verdaderos, que más que debatir quieren acallar al contradictor. Así es imposible tener una discusión y mucho menos construir conocimiento.
Hay voces incómodas que hacen planteamientos con respeto, que generan cuestionamientos válidos, la posición frecuente de los cuestionados es bloquear al que interpela, y escuchar o leer sólo al que los adula. En Facebook sucede algo similar, cuando nos dicen algo con lo que no estamos de acuerdo y que nos saca de la zona de confort, solemos ocultar los mensajes. Si hay respeto, debe haber espacio para todos los planteamientos y preguntas.
No es una tarea fácil, estar siempre bajo cuestionamientos golpea el ego y el orgullo, pero creo que es con esa disposición de entender al otro, de dar crédito y reconocer que así ideológicamente se esté en orillas distintas, cada parte puede tener razón y cosas buenas para aportar.
Desde el sector minero, donde laboro, he podido corroborar, como lo menciona Nogués, que “las evidencias son necesarias, pero no suficientes” se pueden tener datos, cifras y hechos, pero si el otro no tiene disposición de creer, nunca nos va a dar la razón, por eso es fundamental generar consistentemente espacios plurales en donde haya una actitud en doble vía, tanto de los que creen en una propuesta, como de los que no, de escuchar sin prejuicios las razones de parte y parte, y reconocer con humildad cuando el otro tiene razón. Hay que pasar de los radicalismos tajantes de “No” y “Sí”, a buscar puntos intermedios y a dar el beneficio de la duda. Hay que escuchar más a esas voces que no nos gustan.
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Hace poco me contaron una anécdota de Nicanor Restrepo Santamaría: de vez en cuando iba a visitar alguna de las oficinas que tenía en Medellín y hablando con sus empleados, les decía que su papá se había tragado un martillo, la mayoría de ellos le seguía la corriente y le daba la razón; pero eventualmente uno de ellos alzaba la mano para cuestionarlo y decirle que ese cuento no se lo tragaba. Ese era un ejercicio que hacía el empresario antioqueño para identificar quién de su organización, se atrevía a cuestionarlo, porque esos serían sus sucesores, los que eran capaces de dar otros puntos de vista.
En ese sentido, cierro con Nogués: “Quizá tengamos más en común con quienes piensan distinto, pero quieren conversar, que con los que comparten con nosotros alguna opinión, pero son intolerantes”. Escuchemos y hablemos más, sin prevenciones.