De la victoria del candidato de Es el momento de Antioquia destacamos que ocurrió en todas las subregiones, tras una campaña que unió a distintos partidos y a la ciudadanía que reconoce los logros de sus gobiernos.
A pesar de que el Consejo Nacional Electoral no ha concluido el escrutinio de las elecciones del pasado domingo, el país cuenta con los datos del preconteo, cuya tendencia permite interpretar las decisiones de los ciudadanos sobre los responsables políticos de las decisiones que les conciernen más directamente.
La elección de Aníbal Gaviria Correa como gobernador de Antioquia y la asamblea departamental nos dan esperanza de que el departamento avanzará en la defensa de la vida, la equidad y el desarrollo sostenible, propiciando una transformación social que vuelva a unir a todos los antioqueños en torno a nuestro futuro. El gobernador electo ha recibido el voto de confianza del 36,09% de los electores, superando por 7,39% a su inmediato contendor, quien llevaba ocho años en campaña y contaba con el respaldo del expresidente Uribe. De la victoria del candidato de Es el momento de Antioquia destacamos que ocurrió en todas las subregiones, tras una campaña que unió a distintos partidos y a la ciudadanía que reconoce los logros de sus gobiernos en Antioquia y Medellín. El gobernador electo fue superior a las campañas de desprestigio de candidatos que no lograron atraer con sus propuestas a los antioqueños y la de falsas noticias propiciada por campañas perdedoras.
En Medellín, Daniel Quintero, con una buena trayectoria en cargos públicos nacionales, hizo una campaña refrescante sustentada en su historia de superación personal, en las nuevas tecnologías y redes sociales, así como en su incansable presencia en las calles. Con tesón, despertó la esperanza de una ciudad en la que aspiraron trece candidatos, protagonistas de campañas débiles y sin norte claro, unas; muy solitarias, otras, y hasta una claramente contraria a la tradición de respeto de los alcaldes de Medellín por las reglas de no participación en política de los funcionarios públicos, hecho que no por haber concluido en derrota puede ser omitido por los responsables de vigilar la conducta de los servidores del Estado.
En cuanto a la electa alcaldesa de Bogotá, Claudia López, su triunfo sobre Carlos Fernando Galán por un estrecho margen de 2,73% se explica por el fuerte compromiso del exalcalde Antanas Mockus con la candidatura de un movimiento que reunió a partidos de centro e izquierda y que cabalgó sobre la consulta anticorrupción. Una vez más, pues, el profesor Mockus demuestra una fuerza política que magnetiza lo mismo a los electores, en particular capitalinos, y a jueces, que han sido particularmente benevolentes cuando de decidir sobre dudosas actuaciones suyas se trata.
Militantes y malquerientes del Centro Democrático discurren en polémicas interlocuciones sobre los resultados de ese partido. Para esa colectividad, ni tanto honor como el que le brindan quienes usan sus resultados cuantitativos como argumento para declarar su victoria en las elecciones departamentales y municipales, ni tanta indignidad como la que le enrostran sus más fuertes contradictores. Por encima de las campañas de desprestigio y las falsas noticias a que son constantemente sometidas esa colectividad y su líder, el expresidente Álvaro Uribe, el Centro Democrático permanece como fuerza que representa a más de la tercera parte de los votantes del país.
Aunque se arropa en la victoria de Claudia López para mostrar alguna fuerza electoral, el gran derrotado de las elecciones del pasado domingo es el excandidato presidencial Sergio Fajardo. En el centro de su fuerza electoral, Medellín y Antioquia, tuvo vergonzantes derrotas atribuibles a él y su equipo cercano. En Medellín fue incapaz de lograr la unidad de Juan David Valderrama y Beatriz Rave, quienes, en solitario, no lograron ser considerados como opción. En Antioquia, Compromiso Ciudadano optó por el desprestigio y la ofensa al candidato con mayor potencial, en una fallida estrategia que redujo a su aspirante, antes promesa de la política regional, a un lánguido séptimo lugar, en el que apenas si superó al candidato que días antes había retirado su aspiración.
El voto en blanco sigue creciendo en el país. El fenómeno fue particularmente notable en Antioquia, donde pasó de 181.355 votos (8,75%) en 2015 a 305.119 (13,24%). Este aumento en 4,49 puntos en el departamento merece especial atención por los partidos políticos, castigados por él, pero también por los candidatos que ponen su nombre en la baraja sin tener posibilidades reales y terminan confundiendo al elector. Exige también pensar en los peores efectos de la campaña negra sobre ciudadanos que se hastían de las campañas y los políticos y terminan protestando de esta radical forma del ejercicio político.
Permanecemos atentos al intranquilo transcurrir de los escrutinios, en especial en municipios donde la dudosa votación por alcaldes ha provocado fuertes manifestaciones ciudadanas e incluso daños graves como los que se presentaron en Nechí; detenciones de funcionarios con comportamientos sospechosos, o la incertidumbre por la decisión final. Los graves hechos contra la transparencia del voto ocurridos hasta en grandes ciudades, exigen una seria discusión sobre las calidades de las autoridades electorales y las capacidades de la Registraduría Nacional del Estado Civil.
Medellín, la mejor gobernada en 2015