.Así no nos guste, Mónaco tiene un valor histórico
Hace algunos años, una conexión de vuelos perdida me hizo estar 24 horas en Dallas, Texas. Cuando me puse buscar algo que hacer en la ciudad para matar el tiempo, apareció el destino principal: ir a donde mataron a Kennedy. ¿Por qué? Porque la historia marcó a Dallas para siempre ese 22 de noviembre de 1963, y eso había que conocerlo.
Cuando llegué al sitio, me abordó un “guía” que me contó la historia de cualquier manera. Por supuesto que me habló de teorías de conspiración, del segundo disparo, de la bala mágica, de la CIA y de la guerra fría. Incluso me tomó una foto posando al lado de una “x” marcada en el pavimento, que muestra el sitio por donde pasaba Kennedy cuando la bala lo impactó. Yo, como buen turista, estaba encantado con el asunto y me pareció un plan divertidísimo.
Lo que me pasó en Dallas es lo que pasa por la cabeza de cualquier turista extranjero desprevenido que viene a Medellín. Pablo Escobar, con todo el terror que trajo, es la persona que puso a esta ciudad en el mapa del mundo. Su historia ha sido contada cientos de veces y se seguirá contando. No en vano “Narcos” es una de las series más vistas en Netflix, y se promociona con vallas gigantes en ciudades europeas.
Como paisa, es imposible no sentir rabia cuando la primera asociación de cualquier extranjero con Medellín es con la cocaína. Es como si ese comentario borrara de un plumazo todo lo que representa esta ciudad para quienes nacimos y crecimos aquí.
Tal vez por eso, mucha gente apoya la propuesta de demoler Mónaco, el edificio más representativo de Pablo Escobar. Como si con eso nos evitáramos los turistas irrespetuosos, los raperos famosos que se toman fotos en la tumba de Escobar y los regaños públicos del alcalde cada que eso pasa.
Después de haber soportado dos bombas, Mónaco es una ruina blanca y abandonada. La Alcaldía argumenta que el edificio está en muy mal estado y que la reparación cuesta mucho. Por eso, promueve hacer un parque “en honor a las víctimas.” Si bien eso puede sonar bien, en realidad no logra mucho.
Así no nos guste, Mónaco tiene un valor histórico. Si se demuele, todo este valor histórico se pierde, pero no se pierde el mito de Escobar. Destruir un edificio no va a borrar nada y tampoco va a parar el flujo de turistas desprevenidos queriendo escuchar historias de narcos. Además, a falta de una alternativa, siempre habrá “guías” que contarán la historia de cualquier manera, incluyendo paseo a La Catedral y conversación con Popeye
Pero hay una forma de salirle al paso a esto, que entendí a partir de mi viaje a Dallas. Luego de mi tour informal llegué al edificio desde donde mataron a Kennedy para que me contaran la historia oficial. En vez de demolerlo, en el sexto piso del edificio hay un museo que cuenta la vida y obra de Kennedy: los conflictos que le tocó vivir, su legado y los detalles puntuales del día de su muerte. Hay una recreación del cuarto desde donde disparó Oswald y una exhibición que muestra las incongruencias de la versión oficial de la muerte, las evidencias raras y las preguntas pendientes.
Lo que más me marcó, fue que miré por la ventana y vi la “x” marcada en el pavimento. Me imaginé la caravana pasando y que yo era Oswald antes de disparar. Luego me entró un sentimiento muy raro, como de dolor y luto, y me acordé de lo que me contaba mi mamá, que en esa época tenía 7 años y se puso a llorar con la noticia. “Creí que iba a estallar una guerra”, me decía.
¿Qué tal si en vez de demoler un edificio y construir un parque con una placa que nadie va a ver, usamos a Mónaco para generar un experiencia emocional en los turistas? Una vez lleguen a ver el edificio, invitarlos a entrar para contarles un poquito más.
Así podemos dejar de mostrar extravagancias para contar la historia de las bombas, de las víctimas, de las relaciones con el poder. Hablar sobre cómo el narcotráfico permeó nuestra cultura y de Pablo Escobar como mito y celebridad internacional. Y lo más importante, contar cómo hizo Medellín para resistir y trascender los dolores de esa época.
Un turista que entienda esto, va a mirar a Medellín con menos morbo y con más empatía. Incluso es posible que se enamore más de esta ciudad