Importa mucho que esos profesionales aparte de su especial conocimiento sean capaces de vivir e influir vitalmente según la altura de los tiempos
En su libro bien conocido sobre la misión de la Universidad, el maestro Ortega y Gasset expresaba hace varios lustros: “Una institución es una máquina y toda su estrucura y funcionamiento han de ir reflejados por el servicio que de ella se espera. En otras palabras, la raíz de la Reforma Universitaria está en acertar plenamente con su misión. Todo cambio, adobo, retoque de esta nuestra casa que no parta de haber previsto previamente con enérgica claridad el problema de su misión, serán apenas penas de amor perdido”.
Estos conceptos del insigne pensador español, no obstante haber sido expuestos en 1930, conservan para nosotros su plena vigencia, puesto que si entendemos que en principio y en final la tarea de la educación consiste en capacitar al individuo para la vida de relación, la Universidad tiene como función específica formar profesionales, pero importa mucho que esos profesionales aparte de su especial conocimiento sean capaces de influir vitalmente según la altura de los tiempos, consecuentes con el criterio de que la cultura es el sistema de ideas vivas que cada tiempo posee.
Traiciona por consiguiente el verdadero concepto de universidad quienes llegan a ella movidos exclusivamente por el apetito desordenado de un lucro personal, aprovechando luego los privilegios que una formación académica trae consigo en un medio subdesarrollado como el nuestro, para explotar a quienes por falta de oportunidad no han podido ascender en la escala intelectual y humana.
El profesional universitario deberá estar por otra parte compenetrado de un sentimiento nacionalista, consciente de que la anacrónica postura egoista ha empezado a ceder en la hora de ahora ante una conducta humana colectiva, de tal manera que cada persona se sienta precisada a comprender que su discurrir vital debe integrarse no solo al de su país sino al del mundo entero dentro de un marco de generosa solidaridad.
Formar una auténtica clase dirigente, consciente de su responsabilidad frente a un conglomerado social agobiado por dificultades sin cuento que espera su colaboración y las luces de quienes han transpasado el claustro académico. Tal es en este momento la misión primordial de la Universidad. Hasta donde estos postulados se estan cumpliedo en nuestro medio, es algo que resulta bastante discutible.
Poco halagueño se presenta el panorama vital de las nuevas generaciones dentro de un mundo convulsionado por problemas cada vez más complejos como el hambre, la miseria, la injusticia y la violencia. Estamos en la epoca del hombre social rodeado de sus semejantes por todas partes: “Nadie puede buscar un lugar en las afueras de la comunidad y confinarse en el interior de sí mismo como un Robinson insular sin frustrar su propio destino”.
La juventud universitaria debe saber – como lo anotaba un ensayista contemporáneo- que en lugar de atrincherarse en la inercia debe encarnar sus pensamientos en la vida colectiva y rescatar las multitudes para la verdad.
“Es menester crear una conciencia que preserve dignidad de la persona humana, se erija sobre la justicia que fluye del Sermón de la Montaña y reconozca que el trabajo no es una mercancía sino algo que suda que padece y que piensa”.
Se ha dicho que la cultura es el conocimiento de nuestras propias realidades. Es – para volver a Ortega y Gasse - un sistema de actitudes ante la vida que tenga sentido coherencia y eficacia. La vida es precisamente un conjunto de problemas esenciales a los cuales el hombre responde con un conjunto de soluciones: la cultura y ¿a quienes corresponde presentar ese conjunto de soluciones?- es precisamente la clase dirigente del país que se fragua en los talleres mentales de la Universidad la llamada a aportar soluciones positivas a las urgencias de cada época. De allí precisamente la inmensa responsabilidad de la juventud estudiosa.