Una utopía no violenta que es el signo de los tiempos actuales: tratar de construir legislaciones que desestimulen la obscena búsqueda de la riqueza
Nada ha sido más generalizado y mejor distribuido que la miseria. La pobreza extrema en la tierra siempre ha coexistido con la abundancia obscena que exhiben desde siempre los ricos. Científicos sociales se han preocupado por el estudio de la riqueza; también filósofos como Hume consideraban que no debería limitarse la riqueza y el lujo; afirmaba sobre los conocimientos y el poder que cuando se tiene algo se quiere mucho más. Pero el poder y la riqueza no son como el conocimiento pues concentrados tienen, generalmente, un efecto destructivo. Marx propuso una utopía para resolver el problema: destruir a los ricos y a toda su clase. Recientemente Piketty retoma el asunto de manera menos cruda. Si queremos un mundo diferente tenemos que intervenir el derecho a la gran propiedad, a la herencia y redefinir los recursos establecidos por el aparato jurídico para perpetuar las diferencias de clase. Si se mantiene el derecho a la herencia, argumenta Piketty, cada vez se profundizarán más las diferencias sociales; además, la riqueza desde el siglo XIX ha tenido un impulso extraordinario hacia su crecimiento descomunal y a su concentración gracias al monopolio y la cooptación del poder político. Toda una plutocracia que se extiende y profundiza la injusticia.
Impulsar genuinamente la igualdad como principio social y como valor sería sembrar una sociedad nueva en la cual los privilegios se deriven del esfuerzo personal y no de la acumulación de riqueza entre personas con vínculos de sangre. El asunto no solamente le atañe al capitalismo como modelo generador de riquezas por excelencia, desde el siglo XIX el tema fue estudiado por Morgan en la perspectiva evolucionista; las formas de la propiedad, desde que el ser humano se organizó en bandas, han introducido un factor de diferenciación y de perturbación de las posibilidades de una base social para la igualdad y es por ello que hemos llegado a pensar que las diferencias entre seres humanos son naturales y que no se puede hacer nada para modificarlas.
Una nueva utopía se está haciendo camino en contra de la gran concentración mundial de la riqueza. Una utopía no violenta que es el signo de los tiempos actuales: tratar de construir legislaciones que desestimulen la obscena búsqueda de la riqueza; ahí estarían las posibilidades de construir una nueva sociedad que le ponga una restricción al enriquecimiento desmesurado y eso se lo logra con un eficaz aumento de los impuestos para la gran propiedad, añadido al desestimulo para la asignación de salarios estratosféricos, creación de un salario universal básico y fortaleza para un estado de bienestar social que con los recursos impositivos traté de mitigar los efectos de la pobreza y la miseria extrema.
Podría incluso llegar a pensarse que esa sería una salida adecuada para detener el cambio climático. Todo el desorden que hay en la explotación de los recursos naturales se debe a la ambición sin límites que sólo el año pasado incineró 5 millones de hectáreas de bosques para abrir espacio a cultivos destinados a la producción de mayor cantidad de proteína animal. Esa utopía es una respuesta a algo profundamente perturbado en nuestro modelo de humanidad actual pues nos hundimos en horizontes sin futuro y dejamos de hacer habitable la tierra a pasos agigantados.