Miedo al futuro

Autor: Fabio Humberto Giraldo Jiménez
15 diciembre de 2019 - 12:02 AM

Acostumbrados como están a los negocios de la política, a la política de los negocios y a los negocios políticos, no ven que el motivo real de esas movilizaciones es el miedo al futuro

Medellín

Para deslegitimar las movilizaciones que se vienen realizando en Colombia desde el 21N se han imaginado hasta ahora diecisiete enemigos. Se trata de fuerzas oscuras en cuerpo de demonios desatados que en alas de internet vuelan, corren y gritan despavoridos desde lo más profundo del orco hasta invadir la placidez beatífica del mundo celeste donde serafines y querubines trinan y gorjean para el agrado de la divina oreja. De esos diecisiete siniestros conspiradores, diestros en pérfidas urdimbres, identificados y reconocidos plenamente con ayuda de la más sofisticada técnica dactiloscópica, dieciséis y medio son ateos y comunistas sobrevivientes de la guerra fría; el medio restante datado con la seguridad que proporciona el carbono 14, es una justa causa sobreviniente de un pasado maligno y diabólico que infecta la pureza angelical del presente.

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Apelando al viejísimo invento del enemigo útil que disipa la atención y aleja la responsabilidad, se ha diseñado una estratégica propaganda fungicida. La enfebrecida imaginación paranoica ha revivido lo que la globalización mató hace tiempos. Muertos vivientes caminan hoy virtualmente desde la Rusia bolchevique, desde la cortina de hierro y desde la Rusia capitalista de Putin, hacen escala en la Cuba barbada que hoy luce afeitada, en la defenestrada Venezuela chavista, en La Paz evista ya exiliada y en el embelecudo foro de Sao Paulo, y terminan influyendo en la púber rebeldía de algunos malcriados ingenuos y calenturientos.

Y en estrategia paralela se ha dispuesto una sutil campaña de esterilización y de asepsia política de la restante media justa causa de la movilización, reconociéndola apenas como una romántica rebelión que debe ser conmiserativamente escuchada con arrullo musical de fondo a la espera de que el encabritamiento juvenil y espontáneo adormile sus ansiedades o las ahogue en los rojos alcoholes de diciembre.

Acostumbrados como están a los negocios de la política, a la política de los negocios y a los negocios políticos, no ven que el motivo real de esas movilizaciones es el miedo al futuro; que las trece reivindicaciones que el Comité le presenta a este misántropo gobierno son la expresión material de una “ansiedad anticipatoria”, es decir, de una angustia existencial empollada en otro miedo, el miedo al pasado; no ven que lo que se está movilizando no es la inseguridad sino la incertidumbre y la angustia por sí mismos y por los otros. Y no ven, por lo demás, que esa angustia no tiene calendario y sobrevive a todos los carnavales. 

No faltará quien diga con burla que son sentimentalismos. Pues claro que lo son. Humanos, sinceramente humanos, porque ni el humanismo ni la solidaridad son sentimientos propios de aquellos a quienes la riqueza o la pobreza han envilecido éticamente, a los unos por hartura y a los otros por poquedad. La hartura produce soberbia, la poquedad resignación. Para la soberbia no hay abajo y para la resignación no hay arriba.

¿Qué podrían esperar del futuro al menos dos generaciones -para nombrar solo las últimas- si saben y sienten que el pasado está asfaltado de mentiras y de promesas incumplidas?  El Estado y la sociedad civil están secuestrados por los políticos que gobiernan alquilados usando los procedimientos técnicos de la democracia representativa. En nombre de un mentiroso esquema de desarrollo con equidad detrás del cual se esconde el enriquecimiento rapaz de unos pocos y el envilecimiento moral y material de los muchos con la indolencia cómplice de otros poquitos, se convirtió en letra muerta el estado de bienestar que está escrito en la Constitución del 91. Cuarenta años de neoliberalismo global expoliaron lo muy poquito que de democrático tenía el capitalismo y arrasaron con lo que de liberal tenía la civilización política moderna y con casi todo lo que de pródigo y amable tiene la naturaleza. Y como si fuera poco, los sueños de una revolución social fueron secuestrados por los guerreros. Entonces si en el pasado hay mentira, engaño y falsedad y en el futuro no hay certezas, cómo no van a producir miedo.

Para los deseos, para la voluntad, para el orgullo, para el ingenio y para la cultivada inteligencia de los inquietos movilizados, el mundo que les espera es muy poca cosa. Sienten que su soberanía está en vilo, su autonomía limitada, su inteligencia y su ingenio desaprovechados y todo en contraste con una voluntad sin complejos, desinhibida. ¿Cómo no reconocer que hay una frustración acumulada por el hecho de tener que resignarse a ver el mundo feliz desde la vitrina sabiendo que lo que hay adentro se ha fabricado a costas de su propia ruindad y que el mismo lo puede hacer mejor, que es esa frustración la que se moviliza, que es el miedo al fracaso existencial lo que está ocupando la calle, Que es el miedo a que su potencia vital se extinga sin usarla lo que alienta el desasosiego y “la ansiedad anticipatoria”? Y no es solo una inquietud de los jóvenes por su propio futuro; es la de ellos por el futuro de todos los que han sido y los que serán y es la inquietud de los viejos por su progenie; es la de los que no se resignan a ver el mundo desde la vitrina.

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Por lo demás, las movilizaciones ponen en práctica la democracia directa, la democracia peripatética; esa misma que está escrita en la Constitución del 91 no como sustituto de la democracia representativa, sino como complemento; esa misma que se está movilizando por fuera de los cenáculos donde la Constitución está enjaulada; esa que tiene como lugar la calle, la física y la virtual, el ágora física y la virtual, la plaza pública, la que expresa la opinión desde abajo y no desde arriba, la opinión del público y no para el público.  

 

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