La mentira es una especie de sustancia viscosa que crece y crece en este país casi que en progresión geométrica y ahoga nuestra cotidianidad.
Tal vez tenga usted la misma dolorosa sensación que me acompaña. La idea de que estamos transitando día a día por entre una agobiante nebulosa de mentiras que se descargan desde los más diversos frentes.
Miente el presidente, mienten los expresidentes, mienten los ministros, miente el fiscal, mienten las empresas, mienten los medios, mienten los dirigentes deportivos, mienten los dirigentes gremiales, mienten los victimarios, mienten los generales, mienten los gerentes y los mandos medios, mienten los burócratas, mienten los políticos, miente el vecino de al lado.
La mentira es una especie de sustancia viscosa que crece y crece en este país casi que en progresión geométrica y ahoga nuestra cotidianidad.
Las mentiras, que están además insertas en la naturaleza humana (las otras especies animales no mienten) tienen grados. Hay “mentiras blancas”, “mentiras piadosas”, “mentiritas”, “mentiras inocentes” y Mentiras con mayúscula.
Los analistas expresan que la mentira encubre la realidad y tiene el objetivo del engaño, que la mentira afecta tanto al que la genera como al que la recibe, que al mentiroso compulsivo se le va alterando el sentido de la realidad y empieza a vivir en su propio mundo, de manera tal que sus mentiras se convierten a su vez en sus verdades.
Jacques Derrida el filósofo francés que hizo estragos con su teoría de la “deconstrucción” habló sobre la mentira. Su reflexión va más allá, da cuenta de la lógica con la que el Mentiroso con mayúscula construye su mentira para salir airoso en el caso de que sea atrapado.
Palabras más, palabras menos, la definió como un estado intencional, esto es, carente de inocencia, en el que se manifiesta algo que se quiere decir y que los otros saben de manera parcial o de manera total, pero al decirlo, se tergiversa de una determinada manera. La tergiversación se construye con una premeditación tal, que le permite al Mentiroso acoger – dice Derrida – el esquivo argumento de la falta de intencionalidad, para transmutar la mentira en un simple error.
El Mentiroso sabe que la comunidad sabe que los demás saben, que los errores son apenas faltas perdonables.
Me parece que ahí está el maní del problema. La trampa de los errores perdonables ha hecho de la mentira un colosal aparato con ramificaciones impensables, cómplices, aliados, militantes, activistas, corifeos, titulares, hackers, trolles, legitimadores, payasos, tecnología, medios, que serpentean en torno a cada tema y “construyen” oscuridades para ocultar verdades y levantan frente a todos nosotros “nuevas realidades”.
Y entonces de cara a tan descomunal farsa, cualquier voz que trate de oponerse a lo que ocurre, de hacer entender la dimensión de la Mentira, es tratada de antisocial, de delincuente y se le sanciona por buena parte de la sociedad.
Atreverse a pensar es la única alternativa. Atreverse a pensar a la defensiva además: leer las noticias a la defensiva, oir la radio a la defensiva, escuchar las opiniones a la defensiva, no tragar entero, indagar en otras fuentes.
La opinión internacional es muy importante, porque no está tan contaminada de lo que ocurre. Del señor Duque, para no citar sino un ejemplo, se lee en el mundo que es un hazmerreir, un títere…del fiscal Martínez se lee que es un antisocial…es por esos lados que se encuentra la verdad.