La información nunca había estado tan manipulada como hoy, casi reducida a un arma política.
Casi todo el discurso social en la actualidad, tanto en las redes sociales, los medios de comunicación tradicionales y los espacios comunes (en la calle, en el trabajo, en el estudio, etc.), está modulado por factores de control hábilmente introducidos por la izquierda en lo que se conoce como «marxismo cultural». De ello se deriva la inefable corrección política y su uso y abuso a favor del feminismo, la inclusión de género, las migraciones, el cambio climático y otros temas que al abordarse desde un punto de vista crítico se corre el riesgo de ser acusado de propagar un «discurso de odio».
Como es de suponerse, la izquierda ha aprovechado esta incorporación de un discurso maniqueísta para obtener réditos políticos, de suerte que en buena parte del mundo los jóvenes, en especial, están abrigando ideas propias del comunismo como tablas de salvación morales y hasta físicas no solo para su generación sino para la humanidad en general y el planeta mismo, de cuya biosfera ya nos consideran algo secundario, como una aguamala o algo así.
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A ello puede deberse que, en uso de su habitual relativismo moral y de una clara falta de escrúpulos, la izquierda se aproveche exitosamente de cualquier coyuntura para incriminar a sus opuestos de faltas que no han cometido, lo que le permite enarbolar sus fundamentos y reclamarlos como un canon indispensable para la salvación del ser humano. Los incendios en la Amazonia son una buena muestra de ello.
De hecho, el oportunismo con el que se manejó el tema fue abrumador. Varias ONG de izquierda, no solo de Brasil sino de todo el mundo, inculparon al derechista Jair Bolsonaro de la catástrofe ambiental con el argumento de que sus proclamas habían alentado la quema del bosque tropical para expandir la frontera agrícola. Hasta ahí todo parece cierto para un observador desprevenido, pero no habría que escarbar mucho para comprobar que no se dijo la verdad ni se contó la historia completa.
Para empezar, este verano no ha sido el más álgido en materia de incendios en la selva amazónica. Particularmente, durante los gobiernos de Lula da Silva hubo más y peores conflagraciones que consumieron grandes extensiones de tupida vegetación sin que a alguien se le ocurriera culpar a Lula de la devastación, como tampoco se oyeron muchas peticiones para que controlara el asunto.
Hace poco, la NASA publicó una fotografía en la que podía observarse que en África había muchos más focos de fuego que en Brasil. Solo en Angola y el Congo se contabilizaban más de 10.000 fuegos activos frente a 2.000 del gigante sudamericano. También habían incendios abundantes en Zambia, Mozambique y Madagascar. De hecho, la NASA informó que el 70% de los 10.000 incendios diarios que se producen en el mes de agosto, en promedio, tienen lugar en la sabana del centro de África.
Y hay más. Desde finales de junio, las llamas también afectaron grandes regiones de Indonesia, consumieron más de 24.000 kilómetros cuadrados de bosque en Siberia (el tamaño de Bélgica), quemaron 700.000 hectáreas de tundra en Alaska y al menos 45.000 más en la región ártica del Canadá. Tampoco Groenlandia se salvó de estos fuegos en el círculo polar ártico, provocados por rayos y alimentados por el forraje seco de los bosques. Sin embargo, ni en los incendios de África e Indonesia, causados por los campesinos para la siembra, ni en estos del Ártico se han enfilado baterías contra alguien en particular. No ha habido un Macron que le plante cara a Putin por hacer poco para controlar la destrucción de bosques en Siberia; si acaso, en redes sociales hubo críticas por darle más atención al desastre de Notre Dame.
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Mucho menos hubo críticas para Evo Morales. Mientras que a Bolsonaro se le acusó con especulaciones, se pasó por alto que Evo autorizó los ‘incendios controlados’ para aumentar la frontera agrícola mediante un decreto que ha tenido pocos reparos, apenas un tímido llamado de atención de la ONG Amnistía Internacional. Claro, no van a acusar a este dictadorzuelo de izquierda, y mucho menos ahora que está en campaña para un cuarto periodo tras burlar el resultado de un referendo (21 de febrero de 2016) que le prohibió otra reelección.
Y así es con todos los temas: Trump es el ogro, a pesar de que Obama expulsó a más inmigrantes; y Pinochet un asesino, a pesar de salvar a Chile de ser como la Venezuela de hoy. Es que, definitivamente, la mentira es un arma de la revolución.