Internamente en Medellín la grave fractura de los territorios urbanos bajo el terror sigue causando una desterritorialización profunda y un desarraigo respecto a la ciudad histórica
Glocal es la definición de lo local cuando ha sido permeado por lo global. La inmediata información que sobre el mundo nos brindan la tv, YouTube, Instagram, así como nuestra emigración hacia el exterior a causa de la violencia del narcotráfico ha permitido la apropiación inmediata de la moda, que el look de nuestros jóvenes sea igual al de los jóvenes norteamericanos permitiendo la democratización de la moda gracias a la impunidad con que se copian los modelos extranjeros. Hasta el “Parche” que identifica la amistad rescatada de la inhumanidad en la vasta ciudad, llega también de inmediato la información de los medios de manera que ésta no está supeditada a una exclusividad sino que se despliega por cualquier territorio urbano por apartado que sea y bajo nuevos códigos. Por otra parte, la población de la diáspora permite que los territorios partan ahora de cualquier comuna y se extiendan hasta Nueva York, Miami, Madrid, bajo aquel razonamiento de Maffesoli de que el territorio se configura continua y permanentemente con el desplazado. De manera que el concepto de territorio como un hábitat inamovible ha derivado hoy al concepto de desterritorialización, que en principio indica pérdida de los lugares y desarraigo llevando al desplazado a crear instintivamente, tal como lo vemos con algunos grupos chocoanos, un lugar de encuentro en la ciudad, la Gorda de Botero, por ejemplo, ya que los imaginarios no mueren. Internamente en Medellín la grave fractura de los territorios urbanos bajo el terror sigue causando una desterritorialización profunda y un desarraigo respecto a la ciudad histórica. Lo mismo que un mayor distanciamiento entre la clase política y la ciudadanía como lo pone de presente la configuración del Concejo, donde la representatividad respecto a los diversos estamentos ciudadanos se ha negado sistemáticamente, es decir, no existe y al desaparecer la fiscalización y la veeduría ciudadana impera la más rampante corrupción. ¿Cómo es o como se define hacia los otros o hacia el mundo el habitante de una ciudad que cruza raudamente por entre calles sin nombre que no brindan la posibilidad del encuentro con los otros? Un ser sin anclaje, un ser a la deriva, un ser que no conoce al Otro en espacios sometidos por el temor.
El Poblado dejó de ser un barrio histórico de clase alta al modificarle su estructura con la construcción de cientos de torres de vivienda -lo que ha supuesto una altísima densificación- Una vulgar aplicación de la norma de uso mixto, la carencia del adecuado diseño integral de los nuevos espacios para lograr el debido equilibrio ambiental de las áreas de vivienda frente a las desaforadas zonas de “rumba segura”, de respetar el retiro de las quebradas, produjo un desplazamiento de población muy alta, una fracturación que llevó a la desaparición del barrio, a que la renovación urbana se convirtiera en un desmán oficial lo cual permitió la infiltración del sector por los llamados “dueños de la noche”.
Con esto simplemente quiero indicar que la fractura del espacio público alcanzó a todos los sectores sociales de la ciudad y que el dominio de los distintos espacios por la criminalidad organizada ha ido acelerando la crispación, la neurosis, el pánico, la desconfianza, el temor, el aumento de los casos de suicidio lo que nos lleva a considerar que el proyecto de una ciudad que como Medellín se ha convertido hoy en una inmensa conurbación, no es solamente un problema físico, o material sino que prioritariamente debe enfrentar estas patologías donde todos estamos incluidos , amenazados, entre el desquiciamiento causado por el colapso vial y la pérdida de la libertad, la desaparición de las esquinas. Clamar entonces por nuestro derecho a la libertad, a la recuperación de los espacios de amistad es reconocernos en la recuperación de la ciudad de la democracia.