Estamos frente a dos crisis muy severas: la crisis de la formación profesional y la crisis del desempleo juvenil y profesional. Pero esas crisis no están en la agenda pública.
Nuestra sociedad le da más importancia al diploma que al conocimiento. Muchos de los estudiantes que desfilan por las aulas de clase, lo hacen mientras pasa el tiempo, como quien cumple una penitencia o paga un periodo de castigo, porque lo que realmente les interesa es el título que los acredite como profesionales universitarios. Hoy en las entrevistas de práctica solo les preguntan si saben inglés y si manejan Excel, además, claro está, de una adecuada palanca.
El mercado ha llegado a tal punto, que las personas valen por los títulos que puedan mostrar. Hoy en día se necesita de un título “para darle valor real y cualificado” al conocimiento que se tiene. Así lo indica la vida real: las entrevistas de selección de personal, las convocatorias laborales y los mismos requisitos de vinculación que se exigen a los profesores universitarios. Si el mismísimo Leonardo Da Vinci viniera hoy a una universidad a solicitar una plaza de docente, lo devolverían con un portazo, porque tendría que acreditar títulos de pregrado y maestría y unos cuantos libros de su autoría (no importa que sea una recopilación de citas textuales, porque eso es lo que se pide hoy en muchas tesis universitarias).
Frente a este panorama, las empresas tecnológicas han emprendido su propia cruzada para demostrar que los títulos académicos no tienen el valor que la sociedad les ha asignado. Ellas, que se presentan como el paraíso laboral en la tierra, pretenden demostrar que la vida va por un lado y los diplomas por otro y que, quizás, no se junten. La razón es evidente: los dueños y presidente de las empresas tecnológicas y de información no pasaron por la Universidad y si fueron a la universidad, su experiencia no fue positiva y, sin embargo, hoy tienen la sartén por el mango.
Los métodos aplicados por el sistema educativo hacen seres competitivos y eso lleva al individualismo. Hoy la gente es exageradamente egoísta, personalista, con ánimo de brillar en solitario, como si fuera tan fácil. Las personas buscan soluciones individualistas para todos los problemas, cerrando las vías colectivas, que son las que en realidad pueden producir cambios históricos, porque claramente lo dice el refranero popular: “una golondrina no hace verano”. Pero se insiste en tales métodos porque al sistema le interesa que la gente no se comunique, porque comunicarse es distinto a pasar todo el día mirando un teléfono celular.
A la falta de conciencia sobre la necesidad de un conocimiento real, para salir a producir los cambios que la sociedad necesita, agregamos otro problema: el sistema educativo alimenta unas expectativas que no puede satisfacer.
Es de tal magnitud la crisis del empleo, que las universidades no están en capacidad de garantizar todas las plazas necesarias para realizar las prácticas académicas (contratos de aprendizaje), pese a que se cobran al estudiante en la matrícula.
Por otro lado, el panorama laboral que se ofrece a los egresados universitarios es muy negativo. Los nuevos profesionales no consiguen trabajo fácilmente y cuando lo obtienen, es empleo de baja duración y baja calidad. Por ejemplo: a un profesional universitario se le ofrecen 850 mil pesos de salario y se le exigen dos años de experiencia. ¿De dónde va a sacar los dos años de experiencia si no le dan la oportunidad? La ley de primer empleo y todas las demás normas expedidas para solucionar el problema del desempleo y subempleo profesional se han quedado en buenas intenciones.
Estamos frente a dos crisis muy severas: la crisis de la formación profesional y la crisis del desempleo juvenil y profesional. Pero esas crisis no están en la agenda pública. Nadie se ocupa de ellas: ni el gobierno, ni el Congreso, ni las universidades.
La sociedad está de espaldas a dos de sus grandes problemas y deja solas a las familias que las padecen. Y como una de las características de la sociedad colombiana es vivir de las apariencias, cada familia vive su crisis en solitario, encerrada en sí misma, porque como dijo el poeta: “hasta las penas tienen su pudor”.