Las medidas de los gobiernos parecen seguir en el rango de ensayo y error. Todo el equilibrio alcanzado por la humanidad está en juego.
La cruda realidad es que al coronavirus no se le combate, se le huye. Estamos en una estampida universal provocada por el miedo a la muerte. ¿Qué tan proporcional es el miedo con relación a los estragos de la enfermedad? La única estrategia parecía ser la de esconderse en casa, mientras se descubría la manera de enfrentar al enemigo invisible y se “aplanaba la curva”. Sin embargo, para no dejar morir las economías y contener las revoluciones que se incuban con tanta facilidad en medio del confinamiento, la escasez de recursos para sobrevivir y la desesperación sicológica, se decidió ir liberando a la población por partes.
¿Acaso disminuyó el riesgo de muerte por el que nos confinaron? ¿o la búsqueda del equilibrio entre economía y pandemia flexibilizó la preservación de la vida? porque lo cierto es que las condiciones de contagio lejos de disminuir, aumentan.
Dado el incierto panorama internacional que reflejan los medios de comunicación, resulta aterrador imaginarse la pregunta que se deben estar haciendo los gobernantes del mundo. ¿Es inevitable, dadas las circunstancias actuales de la pandemia no controlada, dejar morir una parte de la población para que sobreviva el resto? Nadie quisiera cargar sobre sus hombros la responsabilidad que esta decisión conllevaría.
Hasta hoy no hay una vacuna probada contra el covid-19. Todo el esfuerzo se limita a evitar su rápida expansión y a dotar de ventiladores las UCI, para detener el crecimiento del número de muertos. Si es sólo cuestión de recursos médicos y sanitarios, surge el interrogante: En los países donde no los hay, ¿se impone entonces procurar una infección y muertes controladas por grupos poblacionales?
Además, algunas de las noticias más alarmantes, que parecían inverosímiles al principio de la pandemia, comienzan a tener asidero científico. Se dijo, por ejemplo, que las vacunas podían propagar la enfermedad. La comunidad científica ha comprobado que las vacunas biológicas, en algunos casos referidos a otros coronavirus, generan anticuerpos pero para el virus. ¿Será este el caso del covid?
Se dijo también, en un principio, que el virus no se transmitía por el aire. Sin embargo, esta semana 239 destacados científicos de 32 países anunciaron una carta a la OMS, para informar de sus hallazgos en sentido contrario. ¿Circula, entonces, este enemigo invisible de manera indiscriminada por el aire, en espacios interiores?
Algunos audios angustiantes sostenían que padecer el virus no garantizaba inmunidad, que esta enfermedad podía repetir. Hoy, los investigadores tratan de descifrar por qué se han dado algunos casos.
¿Y qué dicen ahora todos los que se oponían al confinamiento, cuando las ciudades que se reabrieron, como Melbourne, están volviéndose a confinar por rebrotes?
Los más escépticos plantean interesantes cuestionamientos
Sobre el nuevo orden mundial en materia económica. ¿Podría convertirse el miedo en el motor para el enriquecimiento de farmacéuticas, gobiernos y nuevos centros de poder político y económico que nos hagan aún más vulnerables y dependientes?
Las medidas de los gobiernos parecen seguir en el rango de ensayo y error. Todo el equilibrio alcanzado por la humanidad está en juego. Dios quiera que la comunidad científica y las mentes más lúcidas detengan esta estampida de miedo y eviten su instrumentalización.