Es triste observar cómo los parlamentarios elegidos por el liberalismo antioqueño en los pasados comicios actúan como si estuvieran en una mascarada.
La candidatura de Humberto De La Calle Lombana ha dejado al descubierto la gravísima crisis que vive y padece el partido Liberal y que en Antioquia, al parecer, es de mayores proporciones que en el resto de Colombia. Podemos afirmar que tamaño candidato le quedó grande a lo que queda del partido liberal.
Digo “del partido”, pues es claro que existe más liberalismo que organización política.
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De la Calle es un candidato serio, ponderado, culto y preparado; un estadista con criterio, capacidad y temple. Amigos y contradictores lo han reconocido como uno de los mejores en los debates, cuando no el mejor de todos. Desafortunadamente su partido, el liberal, ha sido inferior a sus responsabilidades históricas. De la Calle dispone de limitados recursos económicos, sin respaldos visibles. Luchando contra los “dirigentes” de su propia colectividad, se recorre a Colombia ejerciendo sus calidades preponderantes aunque los colombianos, y sus propios copartidarios, no valoran esas condiciones. Es directo, llama las cosas por su nombre y lo hace con respeto por sus contradictores y por la gente. Afirmo convencido de que el doctor Humberto es el gobernante conveniente para estos tiempos difíciles que vive la patria, aunque nadie perciba el descalabro que se nos avecina si llegáramos a ser dirigidos por alguna de las extremas que disputan la presidencia de Colombia.
Es triste observar cómo los parlamentarios elegidos por el liberalismo antioqueño en los pasados comicios actúan como si estuvieran en una mascarada: delacallistas en público y en privado vargaslleristas. Un circo cínico, desvergonzado y licencioso para campeones olímpicos del botellón, pues se agachan para que otros salten por encima de ellos.
Las ideas liberales, históricas y tradicionales, sobrepasan las pequeñas ambiciones de parlamentarios que quieren ser jefes y que llamados a expedir las leyes, las están violando. Desconozco esas jefaturas espurias.
La votación que obtendrá el candidato liberal, se le debe abonar a un sector de la opinión pública y a varias organizaciones sociales que lo valoran, pero no al desvencijado partido que lo está avalando.
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Lo digo por sus dirigentes, porque con el pueblo liberal defendemos sin vergüenza: 1- la coexistencia de la propiedad privada de los medios de producción y el control público de la economía a través de la planificación. 2- la ejecución de políticas sociales tendientes a distribuir la riqueza de forma equitativa, garantizando la justicia social y corrigiendo los desequilibrios económicos. 3- la ejecución de políticas económicas tendientes a lograr pleno empleo, salarios elevados, estabilidad de precios (Raven Crosland). Pero además también quiénes defendamos la libertad religiosa, las libertades individuales, el derecho a una muerte digna, el respeto por los derechos de las parejas del mismo sexo. Es decir, aún quedamos liberales a pesar de ese partido que la dirigencia lleva vertiginosamente a la extinción.