Los objetivos de desarrollo sostenible son de absoluta relevancia sin embargo, no son suficientes para que la sociedad global logre sus propósitos de vida y alcance su felicidad
Los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS) dibujan una ruta de enorme utilidad para la humanidad, pues nos señalan asuntos prioritarios que, de ser trabajados con contundencia, pueden traernos grandes beneficios. En ellos hay que reconocer el resultado de grandes luchas por materializar el concepto de desarrollo sostenible y si realmente nos esforzamos por implementarlos, podremos sin duda acercarnos a ese espacio justo y seguro para la humanidad maravillosamente explicado por Kate Raworth desde el 2012 (y que hace parte ahora de su reciente libro Doughnut Economics: Seven Ways to Think Like a 21st-Century Economist): un espacio en el que habitemos la Tierra respetando sus topes ambientales, es decir, los límites planetarios (cambio climático, pérdida de biodiversidad, acidificación de los océanos, contaminación del aire, entre otros), y tendiendo unos fundamentos sociales amplios y sólidos (acceso a la comida, el agua, la salud, la educación, la paz, la igualdad de género, entre otros). Los temas que se tocan entre los ODS son, repito, de absoluta relevancia y hay que celebrar los grandes esfuerzos que se están haciendo para que se dé una adopción rápida de esta nueva agenda en todo el mundo.
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Sin embargo, los ODS no son suficientes para que la sociedad global logre sus propósitos de vida y alcance su felicidad. Para empezar, la concepción generalizada de felicidad en la sociedad actual (basada en el individualismo egoísta, el consumo ilimitado para la acumulación y la maximización del placer a cualquier precio) es definitivamente errónea y esto debería haberse criticado allí con vehemencia. Como se menciona en el libro Igualdad democrática, desigualdad económica y la Carta de la Tierra de Steven C. Rockefeller, es necesario “adoptar la antigua práctica sensata de la moderación” y para esto se requiere la generación de reflexiones profundas y extensivas (“el fomento de una nueva conciencia”) sobre la felicidad, de manera que tome fuerza una posición verdaderamente crítica y a la vez propositiva con respecto a nuestros estilos de vida y producción. Adicional a esto, como da a entender Rockefeller, parece haber en los ODS una confianza excesiva en que la tecnología y la innovación podrán seguir permitiendo el crecimiento económico para, así, poner fin a la pobreza. Yo veo, como él, esta confianza con escepticismo y creo, además, que es más importante atacar la pobreza reduciendo la desigualdad (por medio de unos mecanismos adecuados de cooperación y distribución), que por medio de una búsqueda febril (y fabril) de un acelerado crecimiento económico. Adicionalmente, aunque se cuente con ODS ambientales, en la agenda en cuestión tampoco se invita de manera explícita a buscar una relación armónica con la naturaleza, entendiendo de manera más profunda nuestra interacción con ella (o nuestro rol dentro de ella). Los ODS se quedan cortos en el señalamiento de estos asuntos fundamentales y así es difícil “que la humanidad cambie su actitud hacia el planeta y otras formas de vida”, requerimiento que también comparto con Rockefeller. En este sentido, creo que los ODS podrían haberse diseñado para entregar una visión mucho más amplia, valiente y contundente de lo que representa el desarrollo sostenible y, por no haberlo hecho, quienes queramos promover esa mejor forma de desarrollo, debemos apoyarnos también en otras estrategias adicionales, en unos marcos éticos que permitan un entendimiento holístico de los retos que representa el desarrollo sostenible. La Carta de la Tierra es un buen ejemplo de esos apoyos, los invito a buscarla. De manera similar (lo digo sin ser católico y aclarando que papel de las instituciones religiosas debe ser manejado con cuidado), creo que la Carta Encíclica Laudato Si’ del Papa Francisco puede servir como fuente de inspiración para dar el giro necesario hacia una vida sostenible. Allí, por ejemplo, se nos hace una “invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura” y se señalan “la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte”. Se propone nada más y nada menos que “un nuevo estilo de vida”.
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