Es un esfuerzo manifiesto y real, por querer despertar en los lectores, recuerdos que no pertenecieron más que a su amado Borges
Mucho hemos leído, oído, y hasta hablado de Borges; pero poco sabemos de María Kodama, esa pecosa risueña, que tenía tan sólo dieciséis años cuando conoció a Jorge Luis Borges; él, entonces, tenía sesenta, y ya se perfilaba como uno de los escritores más importantes e influyentes del mundo literario. Ella, fue primero su estudiante, luego su secretaria, después su esposa, y ahora, a treinta años del fallecimiento del escritor, su memoria viva.
María Kodama, dice que a los 5 años supo que Borges existía, cuando su profesora de inglés le leyó Two English poems (1934), dedicados a Beatriz Bibiloni Webster de Bullrich. A los doce años, un amigo de su padre la llevó a una conferencia de Borges; esa habría sido la primera vez que lo vio, personalmente. Cuenta también que a los 16 años (es decir, alrededor de 1953), participó en un seminario de épica que dictaba Borges, y al poco tiempo comenzó a frecuentar su amistad. Kodama ha afirmado que desde esa edad, tan temprana, ya no se pudo alejar más del autor de La biblioteca de Babel.
Y mientras la llamada Fiesta del libro de Medellín estaba en su furor, yo estaba en la fiesta de la relectura de un libro espléndido, que contiene en buena parte las claves de la creación de Borges. El libro se llama: María Kodama, homenaje a Borges (Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.Buenos Aires, diciembre 2016). Sin duda, es un gran homenaje a Borges, escrito por María Kodama, la mujer inseparable desde sus 16 años, y que compartió con él, estudios, lecturas, traducciones, viajes, pasiones y…claro: el generoso amor. Es un compendio del conjunto de cientos de conferencias que Kodama a ofrecido en múltiples escenarios del mundo sobre su Borges, como siempre lo nombra. El libro recoge, en un lenguaje limpio, salpicado de deliciosas anécdotas y poemas hábilmente trasplantados a sus conferencias, aspectos fundamentales el mundo borgiano. En él está, de cuerpo entero, uno de los más importantes autores de la literatura universal y su relación con los laberintos, el espacio, el tiempo, los sueños, lo fantástico, y, por supuesto, el amor cultivado de Kodama y Borges.
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Este libro hermoso, que me ahorró tiempo de visita a la Fiesta del libro, me recuerda que, como dice Gauguin, “la verdadera materia prima de un creador, es la memoria, no la realidad; y que se debe explorar la inspiración, no precisamente desde el contorno, sino indagando la vida interior”. Así, si en la arquitectura existen dos principios que definen una construcción y la maestría del arquitecto, que son el manejo del espacio y de la luz; así también, la vida de los hombres está regida por dos conceptos tan abstractos, como el tiempo y la memoria, que determinarán con inflexibilidad el destino de los seres humanos. Tal fue el destino y la obra de Borges, signados el uno y la otra, por estas categorías. En Arte poética, para muestra, nos dice Borges:
“Mirar el río hecho de tiempo y agua / y recordar que el tiempo es otro río, / saber que nos perdemos como el río / y que los rostros pasan como el agua.
Sentir que la vigilia es otro sueño / que sueña no soñar y que la muerte / que teme nuestra carne es esa muerte / de cada noche, que se llama sueño.
Ver en el día o en el año un símbolo / de los días del hombre y de sus años, / convertir el ultraje de los años / en una música, un rumor y un símbolo, / ver en la muerte el sueño, en el ocaso / un triste oro, tal es la poesía / que es inmortal y pobre. La poesía / vuelve como la aurora y el ocaso. (…)”
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Este libro, homenaje de María Kodama, la valiente, la pecosa amorosa, la consecuente con su corazón y su intelecto, es un esfuerzo manifiesto y real, por querer despertar en los lectores, recuerdos que no pertenecieron más que a su amado Borges. El propio Borges, en su Evaristo Carriego, escribió: “Que un individuo quiera despertar en otro individuo recuerdos que no pertenecieron más que a un tercero, es una paradoja evidente. Ejecutar con despreocupación esa paradoja, es la inocente voluntad de toda biografía”.