Todos cuantos amamos la palabra hecha luz, verdad y armonía admiramos a Mara en quien el verso se hizo denuncia, confesión, hermandad, ternura, súplica, solidaridad.
“Querer sentirlo, verlo y adivinarlo todo;
Tener la mente y llamas y los pies entre el lodo”.
Con la lectura del último libro de la excelente poetisa Mara Agudelo, Clamores al atardecer, traigo a este presente, la anterior precisa definición del nunca olvidado poeta Guillermo Valencia, refiriéndose a José Asunción Silva, en su inigualable poema Leyendo a Silva. Encabezo esta columna con tan incomparable apreciación, porque Mara también es ese ser que define Valencia.
¿Se despide Mara? No lo sabemos. Leemos en su ofrenda: “Clamores al atardecer llega a ustedes cuando me acerco a los 88 años […] He cumplido con amor y constancia mi vocación […] Va mi libro para los amantes del libro que aún quedan”.
Y en el primer poema, Mensaje, nos dice: “¡Oh, si pudiera dejaros / antes de mi partida, este yo positivo / que me invade, / esta resurrección que me transforma, / esta salmodia dulce que me exalta! / Este anhelo supremo de crear / y destruir / todo lo que no debe ser”.
En El viaje, estas palabras hablan de desasimiento: “Calzaremos de amor nuestras sandalias / y nuestros corazones. / De amor hasta la última pisada. / Hasta el último polvo en el camino. / ¡Después… como cansados, / dejaremos el alma reclinada / en cualquier madrugada!”
Todos cuantos amamos la palabra hecha luz, verdad y armonía admiramos a Mara en quien el verso se hizo denuncia, confesión, hermandad, ternura, súplica, solidaridad con los más “humillados y ofendidos” al decir de Dostoievski.
Muchos poetas y críticos califican su producción como Poesía de protesta. Pienso que “poesía social”, sí; pero no protesta, porque la ternura de Mara, la limpieza de su mirada, la elegancia y estructura de su lenguaje no le permiten posiciones desordenadas, ni gritos ni adjetivos desobligantes. Ella es una dama sensible que toca nuestros corazones, para que veamos y sintamos el gran dolor del mundo.
Retengamos por un momento estas líneas del libro citado: “Si fuéramos guerreros /…asaltaríamos el mundo en un instante / para buscar al hombre / y transformarle el alma; / para matar el hambre, y escribir / libertad por todas partes, / hasta que se arrodillen / las palabras”.
Y, ¿ternura?, leamos: “¡Hermano campesino / pequeño dios agrario / corazón de montaña! / Hermano campesino, / niño de los trigales, / alumno de la hormiga / y las abejas /… ¿cuándo veremos / nuestra patria limpia, / de malezas humanas?”
Otras pruebas irrefutables de auténtica poesía son:
_ “… que los niños del campo griten que somos muchos, que el mundo es una granja de esperanzas…”
_ “Si la patria es de todos / todos deben caminar a las aulas, / con un libro en sus manos / y una esperanza bajo el sol”.
_ “La realidad es otra… / es esto que lastima… que recorre la sangre… / sube a la piel del alma y se asoma a los ojos / con un tinte de lila en la mirada”.
_ “Epifanio: hoy como ayer / Antioquia canta airosa / tu himno de alabanza / porque tanto dolor y tanto llanto / no han podido dar muerte a la esperanza”.
_“Te necesito, ¡ oh, Dios, te necesito / porque me queda grande esta tristeza; porque me duele ver tanta pobreza / que borrona tu Ser”.
Por eso afirmo que los versos de Mara están inspirados en todos nosotros, porque todos, todos, somos desposeídos, huérfanos de algo o de alguien... huérfanos de alguna presencia, de alguna palabra, de una mirada, o de posesiones; también de posiciones...
Aplaudo la libertad de la autora para estructurar su libro antológico. No necesitó asesores, ni amigos, ni buenos declamadores, o amables lectores. En el silencio de su alma y en el latir de su corazón, fue recogiendo las fulgentes joyas que hoy nos entrega en un libro elegantemente editado.
Despaciosamente, leo estos versos de Mara y reitero mi apreciación: ella detiene y analiza el pensamiento, lo soporta en la emoción y lo moldea, luego, en las palabras que le salen “en tropel”. Un tropel en donde nace su hermoso juego poético de las metáforas, de los símiles, de las personificaciones, de las paradojas…
¡Mara y sus versos!
¡Presencia dolorosa del hombre sobre la tierra! Sufren los niños, los ancianos, los derrotados, los olvidados!
Sufren los recuerdos y las nostalgias, los tiempos de la infancia y los de la ya larga experiencia vivencial. Sufrimos los lectores porque hacemos muy nuestras sus palabras que denuncian, atestiguan y se duelen…
Su verso es, también, bello y sonoro cuando testifica su fraternidad con el ser ilusionado, soñador, expectante; con el que crea y ama….
¡Mara, poetisa colombiana, cargada de palabras palpitantes, armoniosas, significativas que nos plantean el dolor de existir, pero también nos entregan ternura, amor, anhelos y esperanzas!