La inauguración del túnel de oriente ocurre 90 años después de el de La Quiebra pero significa lo mismo: un impulso al progreso y vencer muchas barreras.
Prácticamente coincide la aplazada inauguración del túnel de oriente con el nonagésimo aniversario del que se construyó para atravesar el alto de La Quiebra en ferrocarril. Y aunque hoy todos quieran estar en la foto y celebren “la pujanza antioqueña”, la verdad es que en el presente como hace un siglo, además de las breñas, el túnel tuvo que sortear otra suerte de barreras que pasan por lo económico pero también por la voluntad.
Al joven ingeniero Alejandro López lo tildaron de loco cuando propuso, en su tesis de grado, romper la montaña para que pasara el tren. Tuvo la suerte de que quien aprobó su trabajo académico, el general Pedro Nel Ospina, fuera después Presidente de la República y en esa condición, con los recursos de la indemnización de los Estados Unidos por la separación de Panamá, ordenara la construcción del túnel. Hoy, 90 años después de haber sido inaugurado, sigue siendo orgullo para los habitantes del nordeste, así el tren haya cesado su andar. Ahora son coches impulsados por motos los que cruzan entre Santiago y El Limón para animar el turismo, impulsar la economía y alimentar la nostalgia.
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Entre la concepción de la idea y la materialización del túnel de La Quiebra pasaron 30 años. No es muy distinto a lo que ocurrió con el que tiene los pechos hinchados hoy: el proyecto se planteó hace más de 25 años. El primer estudio tiene 22 años, pero el contrato de obra es de octubre de 2011. Sin embargo, el proyecto estuvo paralizado entre 2012 y 2015. Una obra de envergadura sin duda, 24 kilómetros, túneles, viaductos, intercambios, que valieron 1,1 billones de pesos. En ambos casos, como en tantos otros ejemplos, una vez se ve la luz al otro lado, todos sonríen y se sienten un poco responsables del éxito; pocos, recuerdan los momentos difíciles y los palos en las ruedas. Pero justo es decir, que en buena medida esas contradicciones sirvieron para mejorar los diseños, asegurar los recursos y potenciar los impactos.
Esa ha sido la condición de la dirigencia en Antioquia, una controversia que permite avanzar, a veces más a prisa que otras, pero que impone emulación. Cosa distinta ocurre en otros territorios en los que parece más importante la disputa política y el capital de imagen personal que el desarrollo colectivo, amén claro de los contratos oscuros, las coimas y los carruseles. Los ejemplos pululan pero valga señalar solamente el metro de Bogotá, que lleva un siglo de diseños y se ha convertido más en una pesadilla que en un sueño para la capital; o el túnel de La Línea, que con el ejemplo de La Quiebra empezó a soñarse para la vía férrea sin éxito y para finales de los 80 se convirtió en un proyecto vial, que sin embargo solo comenzó obras en 2009 y una década después no conoce el final.
Mientras tanto en Antioquia avanza la construcción de otros túneles que serán fundamentales para superar un atraso de infraestructura que no da espera. El letargo de décadas de dormir sobre los laureles dejó al Valle de Aburrá encerrado en su endogamia. Hoy es urgente agilizar la conexión de los proyectos pacífico que contemplan varios túneles y muchos kilómetros de viaducto; los proyectos al mar, que unirá el túnel Guillermo Gaviria Echeverri en el sector de El Toyo y la conexión vial al Nus, para empalmar con la Ruta del Sol, como la salida al Caribe, que también atravesará el alto de La Quiebra en doble calzada.
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Del túnel ideado por Alejandro López, de casi cuatro kilómetros de longitud, se dijo en su momento que era el segundo más largo de América Latina; del que estrenamos hoy en el oriente de Medellín se dice que con sus 8,2 kilómetros es el más largo de Latinoamérica, datos que no sirven más que para alimentar el orgullo regional. Lo importante es lo que posibilitan en términos de conectividad, que acercan a Medellín con el mundo, el primero, en épocas en que era imprescindible el ingreso de maquinaria y productos para la elaboración de mercancías que tenían que salir por el Caribe; el segundo, en tiempos en los que el tráfico aéreo es creciente y la distancia con el aeropuerto internacional es cada vez más insufrible por cuenta de la creciente congestión vehicular.
Obras que para ver la luz tienen que pensarse, soñarse, discutirse y concertarse, que demandan líderes capaces de proponer y hacer; no de quienes amparados en su minuto de fama se vanaglorian de parar las obras que no llevan su impronta; porque piensan más en ellos y en su momento, que en el desarrollo futuro del colectivo.