Este logro de la ingeniería nacional es un bálsamo en medio de tanto atraso y una demostración de que la gestión pública mejora cuando hay voluntad política.
La inauguración del túnel de ocho kilómetros entre Medellín y el aeropuerto de Rionegro causó una reacción pocas veces vista entre la opinión pública colombiana que vive hastiada de obras a medio construir, de elefantes blancos sin utilidad alguna, de obras poco ambiciosas que se quedan cortas, de las que se caen o se deterioran prematuramente por sus deficiencias constructivas y de esos proyectos que se discuten durante décadas sin que se vea alguna luz al final.
Fue una reacción de admiración, complacencia y hasta un poco de envidia, que solo puede entenderse en el marco de la mediocridad de nuestras obras públicas. Es cierto que este, el Túnel de Oriente, se ejecutó en solo cinco años y sin sobrecostos, pero su historia es más intrincada de lo que parece, y es una muestra más de las dificultades que se tienen para construir obras que nos ayuden a incrementar nuestra competitividad, mejorando la economía y, por ende, la calidad de vida de todos los colombianos.
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En realidad, este túnel se tardó 22 años en ejecutarse, pues fue en 1997 que el entonces gobernador de Antioquia, Álvaro Uribe Vélez (1995-1997), firmó el contrato de concesión para la construcción de la obra, con lo que se iniciaron las dilaciones. Fueron largos años en que los enemigos del proyecto alegaban que no era necesario por existir entre los valles de Medellín y Rionegro conexiones que consideraban suficientes, como la autopista Medellín-Bogotá, la carretera de Santa Elena y la vía de Las Palmas. Con el nuevo milenio llegó El Escobero, una trepada más propia del Tour de France que de ser acceso a un aeropuerto internacional, y se construyeron la doble calzada de Las Palmas y una variante que acortó más el camino hacia el José María Córdova. Sin embargo, ha habido inviernos en que las cuatro vías han sufrido cierres o restricciones de manera simultánea por deslizamientos, llegándose a temer las consecuencias de una ciudad aislada.
Solo hacia el 2011, el gobernador Luis Alfredo Ramos (2008-2011) decidió destrabar la construcción del túnel y comenzar su perforación, pero su sucesor, Sergio Fajardo (2012-2015), lo paralizó casi cuatro años con argumentos baladíes, apoyado por el gobierno de Santos. En sendas ruedas de prensa se dijo que ese túnel dejaría sin agua a Medellín, Rionegro y Envigado, y se ordenaron millonarios estudios que desestimaron semejantes sandeces, pero el daño estaba hecho: más tiempo perdido, el deporte nacional.
Tuvo que llegar a la gobernación Luis Pérez Gutiérrez (2016-2019) para que el proyecto tuviera un impulso definitivo. Valga recordar que se acaban de cumplir 15 años de la inauguración del exitoso MetroCable, la primera línea de cable aéreo en ser usada como transporte masivo en el mundo y por la que Luis Pérez, por entonces alcalde de Medellín (2001-2003), fue tildado de loco, botaratas y corrupto. Hoy Medellín tiene seis magníficos cables.
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Pero, todo cuesta, no hay almuerzo gratis. El Túnel de Oriente tiene el peaje más caro de Colombia y seguramente del continente: 16.900 pesos para automóviles (5 dólares). Y eso con el agravante de que el trayecto total es de apenas 14 kilómetros y que no tiene doble calzada. Por cierto que un túnel de 8.2 kilómetros es demasiado largo para funcionar en doble sentido, lo que incrementa enormemente los riesgos en materia de seguridad vial. Es urgente que el túnel paralelo, que está completamente perforado, sea terminado en su recubrimiento y dotado de equipos de iluminación, ventilación y demás, para que sea puesto en funcionamiento y se eviten accidentes.
Valga decir que se equivocan los motociclistas al sentirse discriminados por la prohibición de usar el túnel. La verdadera discriminación es eximirlos del pago de peajes en el país por el populismo de los legisladores. El 80 % de los recursos de esta obra es de origen privado y será recuperado mediante el peaje, en concesión hasta el 2039. Quien no paga, no pasa.
Lo cierto es que este logro de la ingeniería nacional es un bálsamo en medio de tanto atraso y una demostración de que la gestión pública mejora cuando hay voluntad política. No hay que temerle al progreso, sus beneficios son enormes. Tan solo por reducir el tortuoso viaje hasta el aeropuerto, de casi una hora a menos de veinte minutos, es un gran avance que bien vale la pena.