"Las cosas que son invisibles para usted son a menudo las cosas que más lo rodean".
~Jon Hassell
Sin ninguna fuente visible, las masas sonoras levitan desordenadas por el espacio oscuro y vacío. Los sonidos en bruto parecen provenir de un mundo anterior al de las sonoridades de las cosas, y a su vez, deambulan como objetos en sí mismos. Se presentan como elementos creadores de un universo entre la ciencia y el espíritu, entre lo material y lo inmaterial.
Los visitantes tienen la posibilidad de escuchar una composición que dura 40 minutos y que contiene 7 partes o momentos elegidos a partir de variaciones sobre la materia sonora.
Cortesía MAMM
La música, resultante de la expansión de partículas sonoras elementales, ha sido considerada desde la antigüedad como vía hacia todas las artes y las ciencias. Asimismo, el sonido es el vínculo entre la realidad física y la metafísica, y es el medio a partir del cual pueden comprenderse las leyes universales y sus múltiples aplicaciones. Si aceptamos que en el núcleo de todas las cosas existe una realidad sonora, entonces el sonido no solo se crea a partir de cosas sino que también puede generar cosas.
Los sonidos no caen al suelo, la muestra que actualmente se exhibe en el Laboratorio de Experimentación Sonora (Lab3) del Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM), plantea que el sonido no solo es un elemento que puede considerarse antecesor a otros, sino que tiene su propia materia, libre e individual. El artista y filósofo Miguel Isaza, estudia la materia sónica al reunir miles de fuentes sonoras y crear una composición con material recolectado, moldeado y procesado a lo largo de más de 10 años. Así, desde los sonidos de sintetizadores, voces, granos sacados de grabaciones de campo de diversos lugares y muchos otros sonidos de diferente naturaleza, Isaza crea una arquitectura sonora invisible para esbozar una percepción del mundo en la que los microsonidos conforman una realidad material en su propia dimensión. De esta manera, la exposición cuestiona el porqué de la importancia que se le da a las cosas sólidas y no al sonido como materia, como un objeto en sí mismo.
La experiencia del visitante
Al entrar en la sala, los visitantes tienen la posibilidad de escuchar una composición que dura 40 minutos y que contiene 7 partes o momentos elegidos a partir de variaciones sobre la materia sonora. Así pues, los objetos sonoros resultantes se prestan para la reflexión sobre las nociones de dimensión, vacuidad, forma, peso, altura, extensión, textura, tiempo de vida y densidad. Es por medio de la alternancia entre las frecuencias y el tiempo, de las partes seleccionadas de microsonidos, que se crean otros nuevos e inimaginables. Se trata de un proceso de extracción o depuración sonora que culmina en una onda pura e infinitesimal; la representación del sonido como principio de todo lo existente.
Los sonidos no caen al suelo, tampoco se tocan, se huelen, se ven o se comen. Existen en una realidad material que corresponde tanto a lo concreto y a todo lo que es posible asir, como aquello -influenciado por algunas corrientes metafísicas como la ontología orientada a objetos o el realismo especulativo-, de lo cual uno puede hablar: conceptos o ideas (el amor, el presente y el futuro). En el plano de los objetos, todos son igualmente objetos y todas las cosas son igualmente cosas.
En la obra de Isaza los microsonidos son entonces la manifestación de la objetualidad. A partir de las partículas o gránulos sonoros diminutos e invisibles, se elimina toda referencialidad externa y se convierten en objetos brutos; un hecho que ya ha sido estudiado científicamente.
El artista Curtis Roads por ejemplo, se apoya en metáforas para comparar el proceso de síntesis granular, llevado a cabo para generar estos sonidos, con la física subatómica. Para él, los sonidos se depuran o se extraen de manera similar a los elementos en la química. Según Roads, el microsonido es la química del sonido. El sonido es partícula y existen muchos tipos de partículas, así como existen muchos tipos de elementos químicos.
Previamente, y gracias a la hipótesis de Albert Einstein y Dennis Gabor, se había comprendido que el sonido, al igual que la luz, existía simultáneamente como ondas y como partículas. En sus experimentaciones, el científico húngaro Gabor ilustra cómo al acortar la duración de un sonido, el dominio del espectro se agranda y las frecuencias se vuelven imperceptibles, llegando así a una partícula sónica, a su “cuanto acústico”, que se llamaría más adelante “microsonido”.
Los sonidos se expanden por la atmósfera diáfana del Lab3, alternando frecuencias bajas, delicadas y sibilantes con algunos ritmos vertiginosos
Cortesía MAMM
En Los sonidos no caen al suelo podemos escuchar partículas o granos formando texturas y sonidos extraordinarios. Aparecen flotando como nubes y elevándose sobre nuestros cuerpos. Se expanden por la atmósfera diáfana del Lab3, alternando frecuencias bajas, delicadas y sibilantes con algunos ritmos vertiginosos (los compuestos por texturas granuladas y penetrantes). El resultado es una distorsión armónica y clara de sonidos que genera proximidad. Los sonidos se escuchan desde todos los rincones y se mueven en diferentes direcciones.
Se trata de una estética planteada en torno al sonido, entendida materialmente y enlazada a un aspecto metafísico. Esta es una exploración de la existencia a través de sonidos, dentro de los cuales también se incluye el silencio. La sutil incomodidad que generan los momentos de silencio y la sensación de soledad propiciada por el aislamiento del espacio en el que se despliega la muestra, representa para el artista una búsqueda profunda de sentimientos existenciales. Aunque en un primer momento se sienta el vacío por la ausencia de objetos visuales, pronto es posible concientizar que el lugar está lleno de masas sonoras.
Con un esfuerzo delicado podemos comprender lo que Miguel Isaza ha querido expresar. La belleza de un mundo previamente inadvertido que nos traslada lejos de la sobredependencia en la materia visual y nos hace tomar conciencia de un maravilloso universo sonoro. Enfrentarnos a esta instalación acusmática puede provocarnos emociones intensas, siempre y cuando decidamos ser partícipes atentos a lo largo de toda la experiencia sonora.
Somos objetos de carne y hueso, y de manera similar a los objetos sonoros, la vida nos dirige hacia la desmaterialización, hacia una realidad mucho más sutil, invisible, abstracta y, en última instancia, de sonoridad pura.
La obra estará abierta hasta el 24 de junio de 2019.