Es la ciudadanía la que concientizándose del inmenso poder que tiene su voto en la democracia, puede comenzar a introducir los cambios que nuestra sociedad reclama.
Con algunas excepciones, pues aún se sostienen en muchas territorios, el pueblo de Colombia hizo de nuevo un clamoroso llamado de atención a los partidos tradicionales y a las maquinarias políticas que gobiernan y dirigen gran cantidad de nuestras instituciones a punta de clientelismo y corrupción, generando un insólito respaldo a ese puñado de grupos y/o contratistas que son los que utilizan en vísperas de elecciones, y en el acto electoral mismo, toda esa inmensa fuerza del gobierno para perpetuarse en el poder del Estado y sus entes territoriales.
El Pasado debate electoral fue sin duda alguna un pellizco, un rechazo a esas arbitrarias formas de gobernar. El pueblo de Colombia ya está empezando a concientizarse sobre la gran realidad que ha rodeado al proceso político y a la administración pública y se ha opuesto, en medio de las más difíciles situaciones de desigualdad económica y mediática, pues quienes acostumbrados están a gozar de las mieles del poder hacen hasta lo imposible, como en efecto lo hicieron en esta ocasión, para impedir que nuevas expresiones políticas y dirigenciales logren allanar el camino para tratar de imponer un nuevo rumbo de trasformación, cambios institucionales y gobernativos al interior de nuestra maltrecha democracia.
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Las castas y élites políticas y económicas generan todo tipo de artificiales alianzas y estratégicos trucos para mantenerse en el poder por parte de gobernantes y contratistas, grupos económicos, etc, sacando su “perrenque” por estas épocas para tratar de imponerse en los comicios y ganar las elecciones, dejando ver sus dientes y exageradas formas de actuar, despotricando, menospreciando y calumniando injustamente a su rival, tratando de enlodarlo o ensuciarlo con indebidas e ilegales aseveraciones sobre su comportamiento personal, político, familiar, social, etc.
Con razón se ha afirmado que en la política se conoce la verdadera personalidad y condición del ser humano; pues en esa función hay quienes no escatiman el más mínimo esfuerzo para imponer sus ambiciones y objetivos, sin importar lo que tengan que hacer para sacar adelante la idea de mantenerse o acceder al poder, así para ello tengan que pasar por encima de la dignidad y principios de quienes se atraviesen en su camino.
Los aceitados engranajes, maquinarias y carruseles que se han repartido el poder y el erario público a lo largo y ancho de la historia, generando corrupción y todo tipo de fenómenos adversos al orden jurídico y al deber ser social, tales como nepotismo, clientelismo y todo tipo de componendas, entregando la sagrada función Pública al arbitrio de los privilegios y los pactos, para repartirse injusta y caprichosamente las gabelas de la administración pública, en algunas partes del país empiezan ya a resquebrarse. Algunas de esas poderosas alianzas electorales y políticas principian a derrumbarse, pues el pueblo cansado de todo lo que ha ocurrido y de la perversidad con que se lo ha gobernado, ha empezado a tomar conciencia que todo ello es susceptible de corregirse, eligiendo a líderes más independientes y comprometidos –no con intereses particulares y clientelistas- sino con los verdaderos procesos de cambio y de transformaciones sociales, políticas e institucionales que necesita nuestro país. Es la ciudadanía la que concientizándose del inmenso poder que tiene su voto en la democracia, puede comenzar a introducir los cambios que nuestra sociedad reclama. Tanta inequidad, desigualdad e injusticias sociales, como las que han existido a lo largo de toda nuestra historia, requieren definitivamente de cambios sustanciales en la forma de gobernar y de administrar al Estado, no de otra forma será posible encontrar algún día mejores condiciones, mayores oportunidades en el propósito nacional de que todos los colombianos podamos vivir en escenarios de más igualdad y con una mejor calidad de vida, pues hoy una inmensa mayoría de la gente vive en la pobreza –inclusive, no pocos en la miseria- y la falta de oportunidades; mientras que el mal manejo que se ha dado a la institucionalidad ha ocasionado que unos pocos vivan en medio de la riqueza, las suntuosidades y puedan asumir, por estos privilegios, posturas en donde afloran como muestra de su arbitrario poderío, la arrogancia y la opulencia, frente a grandes sectores sociales que ante la negligencia y soberbia de sus gobernantes, nada han podido hacer para solucionar sus problemas y dificultades. Ello en verdad debe cambiar y sólo se logra si el pueblo se concientiza y se aplica seriamente a la tarea de entender que la solución es buscando la solidaridad, la unión no con posturas racistas- clasistas y xenofóbicas –como han querido hacer pensar algunos -, pues ello sólo genera más violencia, desesperanza, división, polarización y una lamentable pobreza moral y política en el pueblo que es el que sufre las consecuencias de la decadencia que, con todo esto, sufren las instituciones sociales y democráticas de nuestra maltrecha nación.