Se requieren partidos políticos fuertes con un alto sentido social, altruismo, profundo compromiso ético y de progreso común, no solo para unos pocos, sino para todo el conglomerado social.
El liderazgo de los partidos que tradicionalmente han manejado la gobernabilidad en nuestro país, hace mucho ha entrado en decaimiento. La llegada de otras expresiones sociales que han efectuado otros movimientos al escenario político, evidencia de alguna menara la pereza ideológica y pobreza programática que se expresa en nuestros dirigentes políticos tradicionales.
Los partidos políticos deben ser genuinos impulsores de la participación ciudadana, instrumentos a través de los cuales se ofrezcan alternativas para la integración, mejora y bienestar de la organización social, la vida y vigencia del Estado y de la sociedad misma. Esas alternativas conducen necesariamente a la práctica de conocimientos e ideales que se puedan poner en marcha para dirigir los destinos de un pueblo que –como el nuestro- requiere la eficacia, eficiencia y seriedad en las proyecciones de sus partidos, representados en los gobernantes y dirigentes que resultan designados en los eventos democráticos para ejercer el gobierno.
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Pero, lamentablemente nuestros partidos están muy lejos de interpretar con acierto y responsabilidad ese gran compromiso social. Por el contrario; la ausencia de valores, principios y programas en el quehacer político los ha relegado, con algunas y buenas excepciones, a la práctica de conductas decadentes y sin ningún contenido social, como la politiquería y el clientelismo malsano. Comportamientos y prácticas que sólo han conducido a sus protagonistas al resquebrajamiento y pérdida de la confianza y apoyo que les han entregado los ciudadanos.
Las colectividades políticas que tradicionalmente han mantenido el poder y que fueron el orgullo y grandeza del sistema democrático en nuestro país, carecen hoy de la estructura institucional, programática e ideológica y del sentido de servicio social, que exigen los nuevos retos y desafíos que han traído el avance y desarrollo de nuevas concepciones y la forma de ver y entender lo que ocurre en la actualidad, por parte de las nuevas generaciones de ciudadanos, saberes y expectativas que deben ser la fuente inspiradora para el ejercicio del poder, en una sociedad altamente convulsionada como la nuestra y que está requiriendo a gritos que sus orientadores la conduzcan hacia la real conquista de su bienestar.
Podría decirse, sin faltar a la verdad, que en cada una de las múltiples agrupaciones en que se han dividido los partidos tradicionales, existen hombres y mujeres de altísimo valor civil- ético y con gran capacidad de servicio comunitario, necesarios para el perfeccionamiento de la democracia; pero el sistema político se ha contaminado de tal manera que los celos y la falta de unidad y coherencia en frente a criterios concretos, pluralistas y de alto contenido programático y social, les ha impedido materializar sus nobles ideales.
Si nuestras instituciones políticas no se revitalizan y deciden -de una vez por todas- apartarse de sus apetitos politiqueros, clientelistas y mezquinos intereses particulares, para dedicarse a la recuperación de su trascendencia e importancia –grandeza moral y política-, a la innovación de sus objetivos misionales con ideas, programas y propuestas serias, para la solución de los graves problemas que hoy soporta nuestro pueblo y, de igual forma, nuestro estado de derecho, seguirán transitando sin regreso por tortuoso laberinto de su total autodestrucción.
Se requieren partidos políticos fuertes con un alto sentido social, altruismo, profundo compromiso ético y de progreso común, no solo para unos pocos, sino para todo el conglomerado social.
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No es poca la responsabilidad de los partidos tradicionales y, con ellos, de las “disidencias” en que se han dividido, del desorden institucional y social que vivimos. Las persecuciones y mezquinas confrontaciones, el desbordado clientelismo-nepotismos, egoísmo, entre otros males, han acabado con las ilusiones de muchos sectores sociales, que pusieron sus esperanzas para salir de sus crisis y de sus muchas angustias, en el arribo al poder de un determinado sector político, sea cual fuere, que les prometió subsanar sus problemas y necesidades.
Es hora de que muchos de nuestros dirigentes, porque ya dijimos no son todos, tomen conciencia del tremendo mal que están causando, no sólo a la sociedad, al Estado de derecho, que han prometido defender y fortalecer, sino también a la democracia, que ha sido maltratada con sus acciones u omisiones. Es necesario que nuestra dirigencia abandone los personalismos y asuma pautas de comportamiento común, para encontrar la satisfacción del sentimiento popular, sin rencores ni sectarismos, sino con un verdadero interés cívico y social, que redunde en interés de toda la comunidad; sin exclusión de carácter partidista o político. Es necesaria y urgente una trasformación real de nuestros valores humanos políticos y sociales. Nuestra democracia lo requiere con urgencia..