Puede ser un buen plazo para repasar, tan amplia y objetivamente como sea posible, los resultados de la Convención sobre los Derechos del Niño.
La convención de la niñez va camino a cumplir tres décadas. Celebró su cumpleaños 29 hace algunos días y esta antesala, hasta llegar al siguiente aniversario, puede ser un buen plazo para repasar, tan amplia y objetivamente como sea posible, sus resultados. Habrá que tener en cuenta -sin duda- los cambios drásticos ocurridos desde su aprobación, por la Asamblea General de la ONU, aquel noviembre de 1989.
Estamos lejos de los estertores de la Guerra Fría, pero a la vez el escenario político actual se manifiesta hostil, en muchos sentidos, al paradigma de los derechos humanos. Vienen siendo también años de las transformaciones más radicales en las relaciones de producción y las formas de vida, desde la Segunda Revolución Industrial.
La Convención sobre los Derechos del Niño (CDN) contenía la recomendación expresa a los estados miembros de la ONU para que, en consonancia con su espíritu, aprobaran legislaciones adaptadas a cada realidad nacional. Brasil, el 13 de julio de 1990, después de ratificar la Convención, fue el primer país de la región en sancionar una ley de infancia. Colombia lo hizo sólo en 2006.
La CDN fue un notable paso adelante. Impulsó -cuando no introdujo- el concepto de derechos humanos de la niñez y la importancia de su reconocimiento en cada estado miembro de la ONU. Reforzó también la noción de políticas públicas para niños y niñas. Hizo énfasis en los derechos a la salud y la educación que, a fines de los 80 presentaban una realidad crítica y muy distinta a la de hoy. Y, desde luego, le ofreció al conjunto de la sociedad una manera nueva y enriquecida de entender y relacionarse con los hijos, reconociéndolos como ciudadanos portadores de derechos humanos.
El paso de los años ha ido colocando otros temas en el centro de la agenda de niños y adolescentes. Uno de grandes dimensiones es el reto ambiental desbordado y peligroso especialmente para las nuevas generaciones. La ONU acaba de reiterar que estamos perdiendo la lucha contra el cambio climático. Se trata de un asunto que sólo ha crecido exponencialmente desde la aprobación de la CDN.
Otro es el efecto de la invasión informática en la realidad infanto juvenil, especialmente a cargo de las redes sociales. Sólo un botón más reciente de muestra. Nyalong Ngong, de 17 años, se convirtió en la décima esposa de un empresario de Sudán del Sur porque su padre la subastó por Facebook. El tráfico de jóvenes facilitado por la tecnología y por una empresa en particular. Y eso sin mencionar los severos efectos en el comportamiento social, consecuencia de su uso.
Está también el recrudecimiento y diversificación de la violencia con expresiones de sevicia adulta nunca vistas y los desplazamientos de miles de niños y sus familias producto de la migración, el refugio y las guerras. El narcotráfico y en particular el uso de drogas sintéticas y tradicionales se ha extendido hacia la población de menor edad. Esta pléyade de nuevas formas de maltrato y sus estrategias para alcanzar a la niñez, reclama una mirada de conjunto y respuestas de igual índole.
Hay otra dimensión reclamando mirada atenta: El opacamiento y rutinización de los derechos de la niñez. En no pocos casos los estados actúan como si hubieran hecho la tarea porque aprobaron legislaciones armónicas con la CDN, aunque poco a poco se hayan ido durmiendo en sus laureles y manejen sus políticas de infancia desconectadas del enfoque de derechos humanos.
Se trata de la oportunidad para hacer un examen de conjunto que, entre otros efectos, asegurará la vigencia de la Convención más ratificada del mundo; una conquista de la humanidad que en ninguna circunstancia puede ni debe perder validez ni vitalidad.