Los muebles dorados

Autor: Mariluz Uribe
26 noviembre de 2018 - 09:01 PM

Aquellos sofás, “vis-a-vis”, “bergères”, sillones, sillas, silletas con resorte al espaldar, bancas y banquitos que habían venido de Europa en barco, ya no tienen lugar ni espacio en los pequeños apartamentos modernos.

Hay un momento que llega en las casas- y esto sucede hasta en lo que llaman las mejores familias-, y es el momento de vender los muebles dorados de la sala. En efecto, aquellos sofás, “vis-a-vis”, “bergères”, sillones, sillas, silletas con resorte al espaldar, bancas y banquitos que habían venido de Europa en barco y llegado hasta el centro de Colombia a lomo de mula, ya no tienen lugar ni espacio en los pequeños apartamentos modernos. (Me dicen que inclusive ahora los hay sin ventanas y que uno de estos en N.Y. cuesta mil dolaretes al mes).

Vea también: Visiticas de pésame, siglo pasado

“La sala cerrada”, hasta entonces, recinto sagrado con olor a naftalina y algo de telarañas y polvo, que los niños imaginábamos llena de los fantasmas de todos los cuentos, desaparece.

Lo más probable es que ese cuarto se tumbe para hacer un garaje o para hacer unos locales para alquilar, consultorios o tiendas.

Y se corre la voz... “¡Los de Fulanez están vendiendo la sala!".

- “Imposible, ¿están en muy mala situación?”

– “No, que es para modernizar la casa, el hijo que es arquitecto quiere hacer un estudio”.

- “¡Los de Fulanez vendiendo los muebles de la abuela, qué horror!”.

Pero lo difícil es encontrar quién los compre, en el momento preciso en que todo el mundo los está vendiendo.

Se pone el aviso en el periódico y aparecen los “compradores”, los que creen que por una bicoca, van a adquirir piececitas sueltas, fáciles de revender. ¡Pero las "niñas" de la casa si bien quieren salir de aquellos tesoros ¡no los van soltando así no más!

- "¡Señorita, vengo por lo de los muebles!" dice el futuro comprador tocando el timbre.

- "Ah, sí señor, como no, pase tenga la amabilidad". Y abren puertas y postigos, y tanto la luz como el supuesto comprador se cuelan con todo descaro.

- “Mire señor, son unos Luis XIV (XV o XVI…) que trajimos de París”

- “Ajá, ¿y venden el juego completo?”.

- “Si señor, y también la araña, los appliques, los candelabros, las porcelanas y el tapete”.

- “Y esta pata rota”, dice el señor mientras se sientan en la “bergère” y la nota coja.

- “Esa pata fue mi tía Encarnación que es un poco gruesa y se sentó una vez, pero yo se la entregó perfecta”.

- “Y este roto?” dice el señor perdiendo un dedo en un hueco del sofá.

- “Esos dañitos de la tapicería los hicieron los gatos, ¡usted sabe cómo les encanta afilarse las uñas!”

- “¿Y estos pelados en la madera?”

- “Bueno yo le aseguro que le entregaremos todo en perfectas condiciones, se harán todos los arreglos necesarios en cuanto nos pongamos de acuerdo sobre el precio. Ud. Bien sabe que yo aquí estoy entregando un pedazo de mi corazón: También lo pasearé por el comedor, por la rica biblioteca, y claro por la turquesa donde he pasado los mejores momentos de mi vida, descansando e imaginando".

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El señor X Y o Z, abre y cierra los ojos, sale y queda de llamar. La "niña" invoca al carpintero a ver si se ponen de acuerdo en un precio magnánimo para los arreglitos. Pero el carpintero es modernista y quiere raspar y pintar olvidando los tesoros dorados de cuando las abuelas estaban chiquitas y había terminado la guerra mundial y la escalofriante y para muchos conveniente y maravillosa crisis norteamericana de los años 30s cuando el dólar valía ochenta centavitos colombianos, y con medio centavo se compraba una galleta, y con un cuarto de centavo una estampilla rosada, municipal, Medellín-Medellín, que ahora es un lujo tenerla en la colección-

 

 

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